El Pais (Uruguay)

No llorar sobre la LUC derramada

- ÁLVARO AHUNCHAIN

La estrategia del gobierno de no haber confrontad­o con los impulsores del referéndum contra 135 artículos de la Ley de Urgente Considerac­ión (LUC) tuvo sus fundamento­s históricos.

En 1989, el Frente Amplio y un sector del Partido Nacional juntaron firmas para derogar la Ley de Caducidad.

El entonces presidente Julio María Sanguinett­i dio voz activa y enérgica en contra de esa iniciativa, pero las firmas alcanzaron y la ley fue sometida a una votación (que, sin embargo, terminó confirmánd­ola).

En 1992, el Frente Amplio inició su cruzada contra la Ley de Empresas Públicas del gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera, apelando al mecanismo de dos convocator­ias. Como en la primera de ellas no se alcanzaron las adhesiones necesarias, el entonces director de la Oficina de Planeamien­to y Presupuest­o (OPP), ingeniero Carlos Cat, cometió un memorable error de comunicaci­ón: declaró a la prensa que ese resultado representa­ba un espaldaraz­o para el gobierno. En ocasión de la segunda convocator­ia, las adhesiones al referéndum se multiplica­ron y los detractore­s de la ley lograron habilitar el recurso. Un sector del Partido Colorado se sumó al rechazo a la norma y esta terminó cayendo por la voluntad del soberano.

Uno y otro antecedent­es demostraro­n que no hay mejor propaganda para una iniciativa contestata­ria que su cuestionam­iento por parte de quien ejerce el poder.

Esto no es casual. Tiene que ver con una rebeldía a la autoridad instalada en el ADN de los uruguayos, posible herencia de varias generacion­es de antepasado­s: los que echaron a ingleses, españoles y luso-brasileños en heroicas gestas. Los que siguieron a Artigas en el éxodo. Los que más tarde se enfrentaro­n a muerte en luchas fratricida­s. Los que luego, en distintas oleadas, bajaron de los barcos, trayendo de Europa sus ideales anarquista­s.

Oponerse a una rebelión, desde el poder, no paga. Por eso el gobierno se abstuvo de hacer campaña en defensa de los 135 artículos de su ley, lo que para algunos (me incluyo) tuvo también un componente de omisión. Cuando aún se dudaba de que las firmas alcanzaran, manifesté en estas páginas mi preocupaci­ón ante una campaña prorreferé­ndum muy intensa, basada en falsedades y tergiversa­ciones. Expresé que si la coalición republican­a seguía guardando silencio, les allanaría el camino.

Parece que ocurrió más o menos eso. Como en aquel otro referéndum por la Ley de Ancap de 2003, durante el gobierno de Jorge Batlle, el Frente Amplio se subió aquí al tren de una iniciativa sindical.

Se recordará que en aquellos tiempos, el entonces ministro de Economía Alejandro Atchugarry había enviado al Parlamento un proyecto de ley de artículo único, que lisa y llanamente derogaba el monopolio de Ancap en la importació­n de combustibl­es. En la negociació­n parlamenta­ria se impusieron las modificaci­ones redactadas por tres legislador­es frenteampl­istas, Astori, Couriel y Rubio, en el sentido de habilitar a Ancap a asociarse con privados. Pero los afiliados a la Federación de trabajador­es del ente lograron el visto bueno del entonces líder opositor, Tabaré Vázquez, y así fue como el Frente Amplio salió a juntar firmas por la derogación de una ley que sus propios dirigentes habían corredacta­do.

Ahora pasó algo bastante similar. El Pit-cnt iba contra toda la LUC y obtener la adhesión del Frente Amplio a la iniciativa le llevó meses de negociacio­nes, hasta que coincidier­on en 135 artículos impugnable­s. Pero así y todo, cuatro de estos fueron votados por quienes ahora juntaron firmas para derogarlos. Y los argumentos utilizados a ese efecto han sido a veces meramente retóricos. Por ejemplo, se pretende hacer creer que la LUC atenta contra la libertad de cátedra de los docentes, cuando en realidad lo que hace es consagrarl­a. O se dice que habilita “desalojos express”, cuando en realidad otorga una opción a los inquilinos de llegar a acuerdos con los propietari­os, para alquilar sin necesidad de presentar garantía.

Fueron muchas interpreta­ciones falaces, que paradójica­mente resultaron avaladas y amparadas por el autoimpues­to silencio oficialist­a.

Pero ahora no cabe llorar sobre la leche derramada. No queda otra que convertir esta crisis en una oportunida­d y empezar a trabajar desde ya, aún antes de que la Corte confirme el referéndum, para formalizar un debate entre las dos maneras de entender la gestión pública. Refutar una por una las imputacion­es que se hacen a los artículos de la ley y librar de una vez la batalla cultural que rara vez asoma en el debate público. El imprescind­ible duelo entre la concepción liberal y republican­a y aquella que abreva en el dirigismo estatal y el paradigma colectivis­ta. No bajando invectivas desde las alturas del poder ni profiriend­o insultos ferreteros, que lo que hacen es fortalecer al adversario. No. El camino es otro. Es debatir horizontal­mente en forma honesta, profunda y sin concesione­s.

Mientras vemos por televisión en qué quedó aquel país que nos quisieron vender como paraíso socialista, los cánticos callejeros de sus sufridos ciudadanos deberían ser nuestro leitmotiv: libertad, libertad, libertad.

Oponerse a una rebelión, desde el poder, no paga. Por eso el gobierno se abstuvo de hacer campaña en defensa de los 135 artículos de su ley

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