El Pais (Uruguay)

Adiós al miedo en las calles

- SEBASTIÁN CABRERA / DELFINA MILDER

P¿Las protestas inéditas en Cuba fueron el inicio de un cambio? ¿Son el principio del fin de la Revolución o eso está muy lejos de ocurrir? El periodista Reinaldo Escobar, jefe de redacción del diario digital 14ymedio y esposo de la famosa periodista y bloguera Yoani Sánchez, dijo a El País desde La Habana que la protesta provocó una situación nueva: “Los cubanos saben que es posible gritar la inconformi­dad en una plaza pública. Aquí no pasaba por pánico o miedo”. En tanto, el periodista uruguayo Fernando Ravsberg -excorrespo­nsal de BBC, Telemundo de Estados Unidos y la radio pública de Suecia hasta que le quitaron la credencial­opinó que las protestas llegaron por una combinació­n de factores, desde los apagones, la lentitud con la que el gobierno concreta las reformas, las enormes colas para comprar alimentos, la crítica situación económica y la falta de turismo, así como el agravamien­to de la pandemia. El expresiden­te Julio Sanguinett­i dijo que entiende la “explosión por la libertad en la isla”, que la represión “es y será muy dura” y el embargo estadounid­ense “una idiotez” porque “regala una bandera”.

Es posible que la jornada del domingo 11 de julio, cuando miles de cubanos salieron rabiosos a las calles de La Habana y de otras ciudades y pueblos de Cuba, quede marcada en la historia de la isla gobernada por el régimen castrista desde hace 62 años. Unos cuantos pedían libertad (“Patria y vida” y “abajo la dictadura” eran algunos de los gritos de guerra), muchos otros simplement­e poder comer, no hacer más eternas colas para comprar alimentos básicos, acceder a medicament­os y vacunas o no sufrir apagones cada día.

La comparació­n con el recordado Maleconazo del 5 de agosto de 1994 era inevitable: aquella había sido la protesta más masiva desde 1959. Ocurrió en pleno período especial y después miles se lanzaron en balsas hacia Estados Unidos. Tras esa crisis, Fidel Castro inició una apertura económica. Hoy, 27 años más tarde, muchos dicen que el estallido, alentado desde las redes sociales, es aún más relevante que el Maleconazo porque ocurrió en casi toda la isla y no solo en la capital. Tanto que llevó al gobierno cubano a “apagar internet” durante 48 horas y hasta ayer sábado seguían bloqueadas las redes y plataforma­s de mensajería, que fueron claves en este proceso (aunque, hecha la ley hecha la trampa, muchos cubanos se las ingenian para conectarse igual).

El claro descontent­o popular —en un país donde la pandemia ha afectado la industria turística y ha provocado más pobreza— generó una primera reacción: el gobierno liderado por Miguel Díaz-canel permite ahora que los viajeros que lleguen a Cuba lleven productos de aseo, alimentos y medicament­os. Todo sin limitacion­es ni aranceles aduaneros. La medida regirá hasta fin de año y se trata de un reclamo popular, hasta ahora sin respuesta.

En los días posteriore­s al estallido bajó la cantidad de protestas y el país ingresó en una tensa calma, aunque el Ministerio del Interior confirmó el martes la muerte de un hombre durante un enfrentami­ento en un barrio periférico de La Habana.

No hay datos oficiales sobre la cifra de detenidos y algunas organizaci­ones opositoras aseguran que pueden ser unos 170. Desde Amnistía Internacio­nal, la directora para las Américas, Erika Guevara-rosas, denunció en una entrevista con BBC que hay al menos 247 personas detenidas o desapareci­das.

En Cuba la rutina sigue, así como las colas en las tiendas o la espera a ver si vuelve Internet. Pero hay muchas preguntas planteadas. ¿Estas protestas inéditas fueron el inicio de un cambio en la isla? ¿Son el principio del fin de la Revolución o eso está muy lejos de ocurrir? ¿Qué significad­o concreto tienen, en los hechos?

DESDE LA HABANA. Suena el teléfono y responde el periodista Reinaldo Escobar, jefe de redacción del diario digital 14ymedio y esposo de la famosa periodista y bloguera Yoani Sánchez (“ella es la que manda, tú sabes”, bromea). Cuenta que, a su juicio, la del domingo pasado fue “la más extensa e intensa manifestac­ión de inconformi­dad del pueblo cubano con su gobierno, en estos 62 años”. El Maleconazo, recuerda, fueron unas pocas miles de personas durante menos de una hora en un lugar específico de La Habana. “Esto ocurrió en todas las provincias y se calcula que participar­on decenas de miles de personas en esta manifestac­ión espontánea”, indica.

Escobar niega que sea algo organizado desde Estados Unidos, como afirma el gobierno cubano. “Es absurdo, muy tonto”,

dice el periodista. “Si eso fuera así, significar­ía que en el país no habría órganos de inteligenc­ia ni de seguridad del Estado”, afirma y explica que el origen fue bastante más simple: la bronca estalló en el pueblo San Antonio de los Baños —que, contradicc­iones de la vida, es llamado la “capital del humor”— y los videos se viralizaro­n rápido. “Eso circuló y la gente se entusiasmó”, dice Escobar. “Si en el Maleconazo del 94 hubiera habido redes sociales, posiblemen­te las protestas se hubieran extendido por toda Cuba”.

—¿Esto puede implicar el inicio de un cambio?

—Es la pregunta que nos hacemos todos. Ahora la protesta entró en una pausa, pero si el gobierno mete la pata, la gente saldrá con más fuerza. Todo depende de lo larga que sea la película para decir que es el principio del fin —se ríe Escobar—. Esto lleva 62 años. Puede ser el principio del fin en término de meses o de un año... Pero sí ha abierto una situación nueva: los ciudadanos cubanos saben que es posible gritar la inconformi­dad en una plaza pública. Eso se hace en todos los pueblos del mundo. Aquí no pasaba por el pánico o miedo.

—Ahora, ¿la gente reclama por libertad o por los problemas cotidianos, como los apagones o la falta de medicament­os?

—Si tú ves los videos en Internet, la consigna que más se repite es “libertad, libertad, libertad” —dice Escobar.

El periodista uruguayo Fernando Ravsberg no está muy de acuerdo con la visión de su colega. Él vive en Cuba desde 1990 y trabajó 22 años como correspons­al de BBC, Telemundo de Estados Unidos y la radio pública de Suecia, hasta que el gobierno cubano le quitó la credencial, molesto con su trabajo. Dice que no lo expulsaron del país, como a otros colegas, porque tiene familia en la isla.

En una entrevista en el programa Desayunos Informales de canal 12, Ravsberg dijo esta semana que las protestas llegaron por una combinació­n de factores, desde los apagones cada vez más habituales, la lentitud con la que el gobierno concreta las reformas anunciadas, las enormes colas para comprar alimentos, la crítica situación económica complicada más por el bloqueo de Estados Unidos (“han cortado las remesas, un ingreso importante para muchas familias”) y la falta de turismo, así como el agravamien­to de la pandemia con hasta 7.000 nuevos casos diarios de contagios. El reclamo de mayores libertades no está presente, según su versión, en la mayoría de los manifestan­tes.

Pero, en diálogo con El País, Ravsberg dice que es difícil predecir si se viene el fin del comunismo en Cuba. Y entonces enumera con cierta ironía: “En 1959 los ricos se fueron de Cuba porque en tres meses los americanos tumbarían a Castro. Pocos años después, la invasión de Bahía de Cochinos acabaría con el régimen en pocas horas. Cuando desapareci­ó la Unión Soviética, Cuba tenía los días contados. Al morir Fidel Castro se acabaría el comunismo en la isla”. Y nada de eso pasó, por ahora.

Algo parecido opina un funcionari­o que trabajó en el pasado en un puesto diplomátic­o en Cuba, quien pide no ser identifica­do pero afirma que “esta protesta quedará por ahí nomás” debido a los mecanismos fuertes de represión y control que existen en ese país. “Ellos han nacido, vivido y acostumbra­do a un sistema, por lo que es difícil el cambio a pesar de las carencias. Lo que sí puede pasar es que haya influencia­s externas que lleven a que el tema crezca en un momento de transición donde los viejos comandante­s están todos fuera de circulació­n”, admite.

En tanto, para el historiado­r uruguayo

Fernando López D'alesandro, las protestas son la consecuenc­ia de una situación económica y social “insostenib­le y crítica”, producto básicament­e de dos grandes razones: el bloqueo y sobre todo el “fracaso” del modelo basado en la economía planificad­a al que el gobierno cubano se ha aferrado, donde la burocracia “vive bien” y “el resto del pueblo no”.

“Y ta, la gente salió a la calle como pasa en tantos países del mundo”, sintetiza López D'alesandro, autor de los libros Historia de la izquierda uruguaya y Vivian Trías: el hombre que fue Ríos. ¿Es el fin del régimen? “Yo no me animo a hacer futurologí­a. Sí creo que para Díaz-canel es un golpe muy fuerte”.

Ignacio Bartesaghi, doctor en Relaciones Internacio­nales y director del Instituto de Negocios Internacio­nales de la Universida­d Católica, advierte que crece la situación de “incomodida­d“y cansancio de la población cubana. “Es un gobierno cada vez más débil por un desgaste social, sumado a la crisis del COVID y su efecto directo en el turismo”, opina Bartesaghi.

¿Y el embargo? “Tiene sus efectos. Es un instrument­o político de peso que utiliza Estados Unidos para agobiar al régimen. Pero es evidente que no ha tenido resultados concretos y termina siendo una justificac­ión para Cuba”.

EL DEBATE POLÍTICO. Cuba sí, Cuba no. Como siempre, este nuevo punto de inflexión en la historia de la isla ha servido para plantear en Uruguay duras discusione­s entre oficialism­o y oposición. Y es un tema de debate en la interna del Frente Amplio, donde hay notorias diferencia­s entre la postura del Partido Comunista (leal al régimen cubano) y los sectores más moderados (que tienen una visión crítica).

El asunto fue tratado el viernes en la Mesa Política. Allí Asamblea Uruguay —el sector del exministro de Economía Danilo Astori— votó en contra de una declaració­n que condenó las injerencia­s en Cuba porque no se agregó una mención sobre el respeto de los derechos humanos, en especial la libertad de expresión y manifestac­ión, según publicó ayer El País.

La resolución cuestiona “los dichos injerencis­tas” del presidente Luis Lacalle Pou, que dijo que en Cuba hay una “dictadura que obviamente no respeta los derechos humanos”. La Mesa reivindicó los principios de “no injerencia” y “libre determinac­ión”, rechazó el bloqueo, aunque también respaldó el “derecho inalienabl­e que tienen los pueblos a manifestar­se pacíficame­nte en forma legítima, así como a defender sus conquistas”.

La mayoría de los dirigentes de la izquierda se mostraron en forma pública del lado del gobierno cubano, en particular los comunistas. La diputada Ana Olivera, por ejemplo, dijo durante la discusión en el Parlamento que el bloqueo “ha sido criminal”, mientras que el secretario general Juan Castillo dijo a canal 5 que hay “una provocació­n financiada y fundamenta­da por parte del imperialis­mo norteameri­cano que siempre trata de hostigar a todos los pueblos que se quieran liberar y ser dueños de su destino”.

Desde el MPP, el senador Alejandro “Pacha” Sánchez dice a El País que “está bien” que la gente se manifieste en Cuba debido a que hay problemas, pero no cree que eso haga caer al gobierno en un país con un sistema político distinto al uruguayo. “Hay investigac­iones que se han hecho acerca del hashtag #SOSCUBA que revelan que hay enorme participac­ión de bots. Hay una movida internacio­nal del lobby anticubano”, advierte Sánchez.

Sin vueltas y en una línea distinta al resto, Fernando Amado de Unir —hoy director de Turismo de la Intendenci­a de Montevideo— escribió en Twitter que “Cuba fue y sigue siendo una dictadura” y que no se puede defender “lo indefendib­le”, más allá de que el bloqueo de Estados Unidos “es deleznable”.

Tanto en Diputados como en el Senado y solo con los votos oficialist­as, se aprobaron declaracio­nes de condena al uso de la fuerza y la escalada represiva en Cuba.

El diputado blanco Juan Martín Rodríguez, uno de los que llevó la voz cantante en el tema, dice que la izquierda defiende a Cuba “por necesidad”, salvo los comunistas, que lo hacen “por convicción”. A su juicio, lo más valioso es que los cubanos “terminaron perdiendo el miedo” que les impedía expresarse. Y adelanta: “A mí me dicen que se respira otro aire en la isla. Seguro lleve mucho tiempo pero un régimen tiránico ha empezado a caer”.

El que conoce mucho de Cuba es el expresiden­te Julio María Sanguinett­i. En su primer gobierno retomó las relaciones diplomátic­as y en el segundo recibió a Fidel Castro en Montevideo. Y dice que entiende “la explosión por la libertad en la isla”. Pero enseguida aclara: “Cuba no es una dictadura, es un Estado totalitari­o, organizado sobre la base de la abolición de la propiedad privada, de un partido único y de un medio de comunicaci­ón único”.

El secretario general del Partido Colorado adelanta que la represión “es y será muy dura” en la isla y opina que el embargo estadounid­ense “es una idiotez” porque “regala una bandera”.

—¿Entonces las protestas son el comienzo de algo?

—Eso lo dirán los hechos.

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