El bien común global en peligro
Calles convertidas en ríos caudalosos y salvajes, como los que surcan las selvas tropicales; casas arrasadas por el agua, gente en los techos y autos amontonados como si fueran de juguete. Lo que es común ver en rincones surasiáticos donde suelen embravecer los monzones, o en países del Caribe a merced de los huracanes, ahora se vio en Alemania y Bélgica. La estadística de muertos también parece de otras latitudes, sin embargo vienen de lugares donde el clima puede ser riguroso, pero nunca tiene arrebatos de furia.
Pocos días antes, Canadá padeció temperaturas saharianas. Con los termómetros superando los 50°, hubo más de centenar y medio de muertos en Vancouver y otras ciudades de la Columbia Británica. Esos inéditos calores sofocantes también causaron muertes en estados noroccidentales norteamericanos, como Washington y Oregón, mientras los bosques de la costa Oeste volvían a arder desde las fronteras con Canadá hasta California.
Los meteorólogos hablan de una “cúpula de calor” y la explican como una burbuja de aire tórrido que se estaciona en un punto geográfico.
En la cintura del mapa norteamericano están las llanuras agrícolas donde se encuentra el corredor de los tornados.
Siempre existieron porque los factores que los producen han existido siempre. Pero el incremento en cantidad y en intensidad no tiene precedentes. Si los tuviera, no habría tantas casas construidas con madera que vuelan como castillos de naipes con los tornados actuales. Si la destrucción en el corredor de los tornados bate récords históricos, es porque ese tipo de tempestades están alcanzando magnitudes inéditas.
Del mismo modo, si tantas casas en Renania Palatinado y en Renania del Nortewestfalia no estaban construidas con materiales resistentes a las aguas en semejantes cantidades, ni estaban ubicadas en lugares adecuados para no ser arrasadas por desborde de ríos pequeños cuyos causes no pueden canalizar grandes cantidades, es porque la cantidad de lluvia no tiene antecedentes.
Nadie puede afirmar con certeza absoluta que el fenómeno que dejó centenares de muertos en el centro europeo sea causado por el cambio climático, pero nadie puede negar que el calentamiento global hace más frecuentes estos fenómenos atmosféricos extremos.
Seguramente, las pandemias también van a ser cada vez más frecuentes debido al cambio climático y las transformaciones que opera sobre la biósfera. Si algo están mostrando con claridad el COVID-19 y las tormentas extremas, es que el orden mundial no sirve para afrontarlos. A pocos meses de detectado el primer foco en Wuhan, estaba claro que, en un mundo globalizado, la única forma de conjurar el avance del virus era logrando dos proezas: la proeza científica de producir vacunas en tiempo récord, y la proeza política de organizar velozmente una vacunación global y simultánea.
La proeza científica se logró, pero la política fracasó. Las inercias del orden mundial impidieron los acuerdos entre potencias, laboratorios, industria farmacéutica y organismos internacionales. Los principales liderazgos ni siquiera buscaron esos acuerdos.
Al cambio climático también debe enfrentarlo la totalidad de los países de manera simultánea. Por primera vez en la historia hay un bien común global que defender: el hábitat que permite la vida humana. La única forma de salvar el bien común global es la que no se está implementando.
Una representación performática en Berlín mostró personas en un cadalso, paradas sobre bloques de hielo y con sogas al cuello. La horca cumplirá su función cuando los hielos se derritan.
Si algo están mostrando con claridad el COVID-19 y las tormentas extremas, es que el orden mundial no sirve para afrontarlos.