Fernando Cabrera retorna a los escenarios
El músico habló con El País antes de sus recitales en el Auditorio Nacional del Sodre
Fernando Cabrera está listo para volver a los escenarios. De hecho, lo hará este domingo y lunes en el Auditorio Nacional del Sodre con una doble fecha de presentación de Simple, su último disco, en el que por primera vez se encargó de todos los instrumentos y de la producción.
Pero, a diferencia de los recitales con entradas agotadas que ofreció el año pasado en La Trastienda, en esta ocasión habrá mucho más que solo guitarra y voz. Cabrera se acompañará de Diego Cotelo en teclados, percusiones, coros y guitarras. Las entradas para ambas funciones se venden en Tickantel (los precios van de 600 a 1500 pesos), y a su vez, se podrá ver el concierto del sábado en la plataforma Recitalesapp (entradas a 450 pesos).
Si bien se trata de su vuelta a los escenarios tras el ciclo de conciertos que ofreció en marzo en Magnolio Sala, el hombre detrás de varios clásicos del repertorio rioplatense admite que no está “nervioso ni ansioso”. “No siento esa cuestión de haber pasado tanto tiempo encerrado. Esta situación no me ha afectado”, comenta en diálogo con El País desde la mesa de un bar de la Ciudad Vieja.
Eso sí, su nombre siguió sonando en estos meses. Participó de Dios los cría..., el disco de duetos de Andrés Calamaro, con una bellísima versión de “Horizontes”, una joya oculta del argentino. “Fernando la lleva a un estado de fragilidad insólita. Se siente como una copa de cristal rompiéndose en mil pedazos”, le describió Calamaro a El País. También reeditó en vinilo
Mateo y Cabrera, el álbum que registra el histórico concierto que ambos músicos ofrecieron en El Notariado en 1987.
Para contar algunas de esas cosas, Fernando Cabrera habló con El País.
—En Simple, tu nuevo disco, varias de las canciones se construyen sobre la evocación de historias pasadas. ¿Sentís que el minimalismo y la intimidad musical influyeron en ese abordaje? —Sí, y me voy a animar a hacer un comentario que no quiero que suene exagerado. Estoy tratando, y antes de una forma más inconsciente, de escribir canciones que no estén referidas a ningún tiempo. Es muy difícil lograrlo, pero si fuera posible, me gustaría que una canción que haga hoy funcione igual si fuese escuchada hace tres siglos o dentro de tres siglos sin importar si llega a un viejo, un joven, un anglosajón o un vietnamita. Creo que esa debe ser la ambición de toda persona que hace algo con la intención de comunicar una cosa artística. Es casi una utopía, es cierto, pero creo que si he tenido suerte, algunas de las tantas canciones que hice podrían pasar por ese filtro... —¿Pensaste en alguna?
—No, en ninguna. Pero al momento de componer no pienso en ir al pasado para traer cada historia al presente. Las saco como si fuera un humano clavado en la historia de la humanidad y por eso le hablo al ser humano. Esa es mi intención, aunque sé que es muy pretensiosa...
—Para nada. En el fondo, lograr una obra atemporal forma parte de la intención de todo artista.
—Yo pienso que sí. Me interesa que mis canciones no caduquen porque formen parte de una moda o estén dirigidas a cierta franja. Ahí se mueren enseguida.
—Y es ahí donde entran todos los sentimientos que son inherentes al ser humano: el amor, el desamor y el miedo a la muerte. —Sí. Hay cosas que no responden a ningún momento específico de ninguna sociedad, sino que les tocan a todos. A “Yo quería ser como vos”, una canción mía que tiene 40 años, la canto en cualquier lugar y algo toca porque, ¿no todo ser humano pasa por esa etapa de la adolescencia en la que admira a un amigo un poquito mayor? ¿No es un sentimiento universal? No importan los detalles, porque esa sensación la vive todo ser humano.
—En “Yo quería ser como vos” hay una admiración y hasta un deseo por alcanzar la vida adulta, pero cuando uno se hace mayor desea volver a esa adolescencia y la evoca continuamente. Pasa con “El liceo”, de Simple, donde cantás: “La mejor época de la vida, / Ciudad paralela, / Bicicleta en bajada”.
—Sí, pero lo importante es no comunicar a tu franja, a tu país o tu clase social; lo importante es tratar de llegar. Por eso evito manifestarme de manera radical o explícita desde un punto de vista político. Dentro de mis pretensiones está cantarle a todos los uruguayos: al de izquierda, al de derecha, al de centro y al indiferente. ¿Entendés? No me interesa cantarle a unos y cerrar la puerta a otros. He manifestado muchas veces mi pensamiento sobre cómo funciona una sociedad y qué debería modificarse, pero no hago de eso mi único mensaje.
—Recién te comenté que había ciertos sentimientos inherentes al ser humano. ¿Cuáles considerás que son universales?
—El amor, el desamor y la presencia de la muerte. Son los temas básicos que todo el mundo toma de una manera.
—¿De qué manera ha evolucionado tu forma de abordar la muerte en estos años? —Francamente, la muerte es algo que no tengo presente en la actualidad. Si un día aparece, aparecerá, porque es lo más natural que hay después de nacer. No lo tengo como una obsesión por más de que sea común que uno se sienta nervioso o le tenga miedo y diga: “La muerte es algo que nunca entendí y que no aceptaré”. Como la tengo sumamente naturalizada, no le tengo ningún temor. ¿Hay algo más previsible que eso? ¿Qué tanto rollo vas a hacer para esquivarla? Aparte, uno piensa en que va a llegar en la vejez, pero todo el tiempo hay muertes sorpresivas de adolescentes o jóvenes.
—Volviendo a Simple, en “Creo que te amo”, decís: “Canté sin seguir el estilo de nadie”. ¿Cómo surgió esa personalidad que ya es tu sello? —Esa frase fue fortuita porque “Creo que te amo” es una canción de amor, pero en un momento me surgió y, aunque no tenía nada que ver con la letra, la dejé igual. Mi inconsciente me mandó una reflexión que es real. Hay algo que es cierto, más allá de que lo buscara o no, y es que he desarrollado una música que no se parece mucho a otra. Y lo digo sin jactancia, sino que es una realidad que me satisface y creo que me ha beneficiado. Más allá de que mi público sea mucho o poco, tengo una personalidad. Quizás se deba a que en mi adolescencia, cuando uno empieza a pensar cómo va a encarar la cosa, esa especie de originalidad no era nada original. Fijate que a finales de los sesenta y principios de los setenta, lo más habitual en la cultura era que todo fuese bastante experimental. Yo simplemente seguí esa corriente que estaba en el aire y nunca me propuse tener un sonido personal.
—Y en el Uruguay de esa época había un fuerte interés por ese sonido experimental. Por ejemplo, estudiaste con Jorge Lazaroff, que siguió ese camino con Los Que Iban Cantando.
—Sí, éramos compañeros. Lo que pasa es que todos compartíamos reuniones y ensayos, y nuestros ejemplos iban por ese lugar. En Uruguay eran todos tipos experimentales... ¿Qué son Daniel Viglietti o Los Olimareños? ¿Conocés a un dúo similar al de Los Olimareños antes de su creación? Nosotros escuchábamos todos esos discos y agregale a Mateo, Fattoruso y Zitarrosa. En el mundo anglosajón era igual: antes de Los Beatles no había un “Tomorrow Never Knows”. Lo mismo pasó con Tom Jobim en Brasil, que hizo una cosa recontra experimental y vanguardista que se volvió masiva. Yo me crié en ese ambiente y podría haber hecho algo más pop como Palito Ortega o Donald, pero en el aire había otra cosa. Todos queríamos ser un poco como Piazzolla y que lo nuestro se pareciese solo a nosotros y sentir que estábamos aportando algo. Hoy eso se perdió y hay un cambio en la humanidad: se estabilizó una cosa más estándar a pocos se le ocurre cambiar. Ya no hay lugar para la experimentación.
—Este domingo y lunes volvés a los escenarios para presentar tu nuevo disco. La última vez que hablamos mencionaste que “la vibra” que se vive en un recital es “grosa”. ¿Qué representa este regreso?
—Cada concierto es de vida o muerte. Para mí no hay joda ni frivolidad, y eso lo siento desde el primer día. No puedo ir al escenario descuidado, pero bueno, las canciones me acompañan y muchas de ellas tienen vida propia. La gente conecta. Últimamente tengo más confianza porque ya sé que el vehículo funciona, por eso tengo una especie de despreocupación, en el mejor sentido. Por eso puedo ir tranquilo.