La hipocresía y sus límites
La palabra “hipocresía” está apareciendo demasiado en los últimos días en la página editorial de El País. Y no es porque nos guste particularmente. Sino que las actitudes y posturas que viene mostrando la oposición frenteamplista en estos días, no admite calificativos mucho más amables.
El pasado domingo definíamos así la postura de esta coalición respecto a los temas de derechos humanos, de los cuales se ha autocalificado como abanderado excluyente, y pasado los últimos 20 años mirando al resto del espectro político por arriba del hombro y rictus de desprecio. Todo para que ahora nos enteremos que en los 15 años que gobernó con mayorías absolutas, no solo mantuvo oculta información de episodios claves de la llamada “historia reciente”. Sino que amparó y promovió a figuras implicadas en esos mismos episodios. ¿Hay otro calificativo más adecuado que “hipócrita” para quien hace eso.
Ayer mismo nos veíamos forzados nuevamente a usar este calificativo para definir la postura del Frente Amplio respecto a la noticia de que el senador Óscar Andrade, el azote de empresarios y políticos rivales, el faro de moralidad obrera y principios solidarios que lleva años juzgando la ética de todo el sistema desde una atalaya inalcanzable de superioridad, no pagó los impuestos ni cargas sociales que debía. Pese a que la sociedad le abona un sueldo de cerca de 400 mil pesos por mes. ¿Hay otro calificativo más adecuado que “hipócrita” para quien protege a un evasor cuando lleva años acusando de amparar delincuentes a quien se queja de la carga tributaria de este país? ¿Se acuerda de las cosas que le decían a quien criticara la bancarización obligatoria?
Pero hay un tercer tema, no tan mencionado, pero que es igual o más relevante que el anterior. Y está vinculado a lo que ocurre hoy en Perú.
Resulta que tras una elección que se definió por un puñado de votos, ganó el señor Pedro Castillo. Todo bien. Pero desde que asumió el poder ha venido promoviendo a una serie de personajes de ideología funesta. Particularmente su primer ministro, Guido Bellido Ugarte, un señor que a poco que se investiga, tiene posturas escasamente democráticas, defiende a terroristas de Sendero Luminoso, a los que considera “peruanos
que pueden haber desviado el camino”, y también tiene palabras de un nivel de homofobia y desprecio por los extranjeros, que convertirían a Marine Le Pen en una tibia.
Si el lector tiene alguna duda, lo invitamos a hacer una pequeña búsqueda por internet y leer algunas de las frases que ha emitido este señor en los últimos meses apenas.
Pues resulta que varios notorios dirigentes del Frente Amplio no solo han salido a aplaudir la victoria de Castillo y ponerlo como ejemplo de nuevo liderazgo latinoamericano. Sino que cuando la justicia electoral peruana procedía a resolver recursos legítimos tras las elecciones, intimaron públicamente al gobierno uruguayo para que se apurara a reconocer a Castillo como presidente.
Sí, el mismo partido que se negó a reconocer la victoria de la Coalición Republicana en Uruguay hace un año y medio, cuando el margen era muchísimo mayor al que hubo en Perú, acá exigía obviar las normas legales de un país hermano, para tomar una postura patotera.
Sí, el mismo partido cuyos principales dirigentes gustan ostentar el cartel de “nieto de inmigrante” (como si alguien en Uruguay no lo fuera), y creerse más
El mismo partido cuyos principales dirigentes gustan ostentar el cartel de “nieto de inmigrante” (como si alguien en Uruguay no lo fuera), y creerse más que el resto por eso, celebran al nuevo presidente de Perú que llama a expulsar a los extranjeros de su país.
que el resto por eso, festejan a un líder que llama a expulsar a los extranjeros de su país en 72 horas.
Sí, el mismo partido que acusa de homofóbico, transfóbico, y todos los fóbicos que se le puedan ocurrir a cualquiera que ose decir “pero” ante la enésima estupidez copiada de Europa, o a cualquier dirigente que no se embandere con la causa infantil puesta de moda en los últimos 15 minutos, aplaude a un líder político que dice que “el hombre nuevo no puede ser maricón”, que “el trabajo los hará hombres”, y que “la revolución no necesita peluqueros”. Palabras que cuando las dijo Fidel Castro hace 60 años ya eran una vergüenza universal. Pero que reivindicadas en el año 2021, son síntoma de una decadencia moral y de una intolerancia inaceptables.
¿Hay otro calificativo más adecuado que hipócrita para quien hace todo eso que acabamos de mencionar?
Claro que no. El problema en Uruguay es que llevamos demasiado tiempo hablando con eufemismos, e intentando no ofender a quienes no tienen ningún problema en agraviar, mentir, atacar, y usar cualquier medio, para obtener el fin que buscan. No hay vueltas al respecto: esto es hipocresía. Y punto.