El Pais (Uruguay)

NO ES NECESARIO CUBRIR LAS DIFERENCIA­S

- Quinto año Colegio Richard Anderson, Montevideo. JUANA BUONOMO

Todos sabemos que no hay ser vivo que sea igual a otro, sea humano o animal y nadie hace de eso un problema, excepto los roedores, especialme­nte las ardillas.

Esta es la historia de Rossó y su madre, que por si no quedó claro, son esas ardillas.

Todo empezó cuando la mamá de Rossó recibió una oferta laboral que consistía en mudarse a Bellota, un pequeño pueblo en un remoto bosque que apenas llegaban a los cincuenta habitantes.

Mudarse a un pueblo minúsculo como ese, sería un gran cambio para la familia, ya que vivían en una gran ciudad (bueno lo que era una gran ciudad para las ardillas) y este pueblo no era nada comparado a esas grandes ciudades con esos gigantesco­s edificios, esos carteles brillantes y los ruidos de los autos que no te dejan dormir, bueno, sigamos.

Llegaron a su nuevo árbol y una multitud de ardillas los estaban esperando afuera de su agujero, con las claras intencione­s de hacerles una fiesta de bienvenida.

A Rossó y a su mamá se les desfiguró la cara porque al momento en el que se bajaron del auto una multitud gigante gritó “¡Sorpresa!” y soltó serpentina­s por todas partes, dejando claro que no iban a poder instalarse en su nuevo árbol, como ellas deseaban.

La fiesta pasó en un parpadeo junto con los días siguientes, hasta que llegó el primer día de clases. Rossó estaba parada enfrente de la puerta del nuevo colegio y de la mano con un suspiro entró.

Lo primero que vio fue un grupo de ardillas rojas, no, no era un grupo era todo el colegio. El colegio estaba repleto de ardillas rojas, capaz esto no se vea como un problema, pero sí lo era para Rossó ya que ella era blanca. Al segundo que su pequeño cerebro de ardilla razonó eso, dio un gran paso para tras y salió corriendo. Mientras corría, Rossó pensaba en un plan ya que no iba a poder escapar de la escuela para siempre, hasta que vio un gran cartel que decía “1 kilo de tomates a $ 30”, y ahí fue cuando se le ocurrió la brillante idea de teñirse su hermoso pelaje blanco de rojo, con tomates. Rossó se acercó despacio hacia el quiosco y pidió el kilo de tomates y en un

pin pun pan ya no existía Rossó sino una completame­nte nueva ardilla roja. Ahora (de vuelta) se paró enfrente a la puerta y entró confiada.

Pasó la mitad del día y todo iba bien hasta que llegó la hora del recreo, Rossó no se iba a salir con la suya

tan fácil, porque esto es un cuento y así no pasan las cosas acá. Estaban en el recreo y empezó a llover, y Rossó empezó a desteñirse, de repente sintió algo mojado, era la lluvia, miró para arriba pero no le prestó atención hasta que razonó que su pintura falsa se le estaba saliendo. Corrió hacía la clase, cogió una pintura y se dirigió directo al baño para repintarse. Esperó a que parara de llover y volvió al salón, uso la excusa de haberse perdido y continuó con la clase en paz, pero nerviosa de que fuera a fracasar de vuelta.

Pasaron los días y Rossó siguió con su ridículo plan (del que su madre no estaba enterada) de pintarse roja para ir al colegio y despintars­e para volver a su casa, hasta que en un momento razonó y se dio cuenta que ese era un plan patético. Se dio cuenta que nadie se burlaba de ella y que ella lo estaba inventando todo, pero solo por un segundo y volvió a la idea de que era una rata de laboratori­o diferente a los demás y de que nadie la iba a querer.

Llegó a su casa y empezó a buscar ideas en la computador­a de cómo teñirse de rojo permanente. Al fin apareció lo que fue su solución: era una página de internet que hablaba de un lugar llamado Squimel, era un lugar donde te ayudaban con tus diferencia­s. Ella, muy emocionada, se inscribió al minuto, pensando que la iban a teñir de rojo o algo así… pero así no fue como la ayudaron.

Al siguiente día Rossó se volvió a teñir de rojo para ir a la escuela y a la hora de la salida fue a Squimel. Una ardilla con un hermoso pelaje lila la recibió y la invitó a pasar. Mientras iban caminando por el salón Rossó le contó su problema y la ardilla lila, con una corona de flores llamada Wally, le dio la solución al segundo, estas fueron sus exactas palabras: -Querida Rossó, ¿tú ves que nosotros nos maltratemo­s por ser de colores y de personalid­ades diferentes?, la clara respuesta es no. En esta humilde aldea de ardillas no somos así, tú eres la que le está buscando otra capa a la bellota. Lo mejor que puedes hacer es ser quien tú eres y tú eres blanca.

A Rossó le quedó muy claro lo que le dijo Wally y la ayudó mucho también.

Al siguiente día Rossó entró a la escuela, dio un pequeño paso atrás a causa de la duda, pero siguió adelante. Entró a la clase con su pelaje blanco y nada pasó.

Rossó quedó muy sorprendid­a, nadie se burlaba, al contrario, la alagaban por su hermoso pelaje blanco. Era la hora del recreo y como siempre salieron al patio a jugar. Todos se divertían hasta que en un momento llegó la lluvia y pasó algo impresiona­nte, se estaban destiñendo… Las demás ardillas se estaban destiñendo. Aparecían pelajes rosas, lilas, amarillos y de todos los colores posibles. A casi todas las ardillas les pasó lo mismo que a Rossó, sentían que no iban a encajar, Rossó ya sabía cómo ayudarlas, la respuesta era fácil: ¡Squimel! Cada día que pasaba, a más ardillas ayudaba Squimel y cada día se hacía un = más grande en el patio lleno de ardillas coloridas, que aprendiero­n que todos somos diferentes y no te tienes que crear un problema por eso.

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