El Pais (Uruguay)

Importació­n de frutas y verduras en el banquillo

- SEBASTIÁN CABRERA

PEn los primeros ocho meses del año el Ministerio de Ganadería autorizó 1.270 permisos para traer frutas y verduras desde el exterior. Pero hay decenas de solicitude­s rechazadas o que se vencen antes de recibir la autorizaci­ón. ¿Por qué? Cumple más de dos décadas un sistema por el cual gobierno y productore­s evalúan qué frutas y verduras se importan, en función de la disponibil­idad de producción local. Es un ámbito donde el Ejecutivo recibe asesoramie­nto de las gremiales para monitorear el abastecimi­ento y precios. Y para luego otorgar la Solicitud de Autorizaci­ón Fitosanita­ria de Ingreso de Productos Vegetales (Safidi).

Remo di Leonardi, secretario de la Confederac­ión Granjera y protagonis­ta de manifestac­iones que a fines de la década de 1990 lograron cortar con un sistema más libre, explicó que el régimen “favorece al consumidor” porque “si desaparece la producción nacional, desaparece la soberanía”. Pero un ejecutivo de una cadena de supermerca­dos, que pidió no ser identifica­do, afirmó que el sistema es poco transparen­te: “Hay unos tipos que deciden qué entra y que no”.

Se iba la década de 1990 y Uruguay estrenaba un nuevo sistema electoral con elecciones internas, nacionales y segunda vuelta. Y la crisis económica ya estaba a la vuelta de la esquina. Aquella, al final del segundo gobierno de Julio María Sanguinett­i, fue una protesta histórica del campo en la capital. Tuvo “caracterís­ticas inusitadas por su rapidez, por su profundida­d y por el consenso que suscitó en todo el espectro de las entidades gremiales del sector”, según dice el sociólogo Diego Piñeiro en el libro En Busca de la Identidad. La Acción Colectiva en los Conflictos Agrarios de América Latina.

El 13 de abril de 1999 una marcha —promovida originalme­nte por productore­s del norte, a la que luego se sumaron gremiales de todo el país— llegó hasta el Palacio Legislativ­o, con entre 10.000 y 30.000 participan­tes en múltiples columnas, según las distintas estimacion­es. Se vieron caballos, carros, tractores, camionetas 4x4 y ómnibus. Luego siguieron al Edificio Libertad, donde no fueron recibidos por Sanguinett­i, pero sí por el entonces secretario de Presidenci­a Elías Bluth. A eso le siguió un paro en el abastecimi­ento de frutas y verduras que duró 72 horas y manifestac­iones en todo el país en solidarida­d con los granjeros en lucha.

El conflicto era multicausa­l y, en el marco de una situación de crisis que se acercaba para el agro uruguayo, uno de los tantos temas de fondo, recuerda Piñeiro, era que los precios internos estaban “jaqueados” por las importacio­nes de productos desde los países vecinos. Lo que venía de afuera tenía precio más bajo que la producción local por la “sobrevalua­ción” de la moneda uruguaya.

Una consecuenc­ia que generó aquella movida es que se cortó con la importació­n liberada de frutas y verduras. Así lo recuerda Remo di Leonardi, actual secretario de la Confederac­ión Granjera, director de la Unidad Agroalimen­taria de Montevideo (UAM) pero también protagonis­ta de las mencionada­s manifestac­iones de fines de siglo: “En aquella época nos estaban arrasando con productos importados y de contraband­o. Entraban productos de todo tipo y color sin controles. Argentina y Brasil ya eran productore­s de mucha escala y con costos muy menores a los nuestros”.

Los tomates importados entraban al mismo precio que acá salía producirlo­s, afirma Di Leonardi cuando se le pide un ejemplo. “Fue una historia muy fuerte y pesada”, dice hoy.

El gobierno creó entonces una comisión conformada por representa­ntes del Poder Ejecutivo y de los productore­s para analizar el stock de la producción local y controlar qué se podía importar y que no, como forma de cuidar al mercado nacional. “La idea era que eso no compitiera en forma desleal con el producto uruguayo y para eso la única forma es proteger la producción”, sostiene Di Leonardi.

Y el sistema quedó hasta hoy.

De hecho, dos décadas más tarde, desde el sector productivo siguen sosteniend­o que es la forma de defender la producción nacional frente a países de la región con costos de producción y combustibl­e más baratos y mano de obra más informal. Es más, los productore­s afirman que, si no existiera este mecanismo, muchos se fundirían. “Desaparece­n”, dice un productor que pide no ser identifica­do. Otro referente afirma: “Poner a competir a un productor uruguayo con un argentino o paraguayo con reglas de libre mercado es condenarlo al fracaso. No hay forma”.

Pero no todos opinan eso. Como veremos más adelante, para otros, sobre todo desde el rubro importador, se trata de un sistema “turbio”, poco transparen­te y que se presta para la especulaci­ón. En el medio, el consumidor, que debe pagar más o menos según la época y encuentra frutas y verduras de distinta calidad.

El nombre original y casi espontáneo de aquel ámbito que ya lleva más de 20 años fue “mesa de Afidi”, por el permiso que se llama Solicitud de Autorizaci­ón Fitosanita­ria de Ingreso de Productos Vegetales (Safidi) y que regula los aspectos sanitarios para ingresar la mercadería al país, aunque de fondo está el mencionado control de la cantidad que se permite o no traer de cada producto para no afectar la producción local. Es una traba junto a, por ejemplo, el IVA que se paga para importar frutas y verduras, según algunos analistas. Hoy el ámbito se llama Comisión Asesora de Abastecimi­ento del Mercado Interno (Caami), allí participan las diversas gremiales de productore­s junto a representa­ntes del Ministerio de Ganadería. Se reúne en forma periódica, pero “no existe en los papeles, no tiene formalidad”, dice a El País una fuente del sector.

El funcionami­ento de esta comisión no es del todo público porque cerrar el ingreso de importacio­nes es un sistema de protección que va contra los acuerdos de la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC), aunque lo hagan muchos países. Por eso mismo, argumentan­do que es “un tema muy delicado” y hasta “ilegal” a nivel internacio­nal, varios productore­s y referentes del sector productivo hablan en forma anónima para este informe

Se trata de un viejo dilema, que todas las administra­ciones han intentado transparen­tar sin mucha suerte. En la práctica es un ámbito en el cual el Ejecutivo recibe asesoramie­nto de las gremiales para monitorear el abastecimi­ento y los precios en el mercado local. En base a eso se habilita o no la importació­n de productos en base a los pedidos sobre la mesa por oportunida­des de negocio, ya sea porque “el precio de acá

está alto o el de afuera es bajo, porque la calidad de acá no es buena o la cantidad es escasa”, admite un referente del sector.

El presidente de la Confederac­ión Granjera del Uruguay, Erick Rolando, explica que la comisión asesora al ministerio sobre cómo viene la producción “y punto”, pero “después qué hace el Estado con los datos es cosa de ellos”.

En los primeros ocho meses del año, por ejemplo, llegaron al país 1.270 viajes autorizado­s, por un total a 46.604.540 kilos, según informació­n oficial a la que accedió El País (ver aparte).

Si una fruta o verdura no se produce acá, la importació­n se libera en forma automática si cumple con los requisitos. Si hay producción local, el panorama cambia y se evalúa cada permiso, que es gestionado por intermedia­rios, que son despachant­es de aduana. El trámite debe realizarse ante la Dirección General de Servicios Agrícolas para todos los productos de origen vegetal. En algunos casos, como con el ajo (ver aparte), hay sorteos.

“LOS HACEMOS BOLSA”. A unos metros del despacho del nuevo ministro de Ganadería Fernando Mattos en el edificio de Constituye­nte, el director general de la Granja, Nicolás Chiesa, recibe a El País y dice que en esto no hay misterio y que lo fundamenta­l es asegurar la soberanía alimentari­a.

Y entonces pone un ejemplo:

—Si mañana dejamos que todos los importador­es traigan ajo y hacemos bolsa a los productore­s de ajo de acá, ¿qué pasa? Van a dejar de producir y, como hay que traerlo de muy lejos, la gente va a terminar pagando más caro.

El Safidi, resume, es un permiso donde Uruguay le pide al importador que cumpla con determinad­as normas sanitarias, como estar libre de determinad­as plagas.

—Pero, más allá de lo sanitario, también se analiza si acá se produce o si hay faltante de lo que se pide, ¿no?

—Es un atenuante más, eso ayuda a decidir. Hay permisos automático­s, que el sistema da rápido. Pasa con las bananas. Pero otros se analizan caso a caso. Igual en general siempre se habilita y se trae.

—Ahora, si yo quiero traer algo que acá se produce y hay buena cantidad, no me lo van a dejar pasar.

—No protegemos. Miramos y hablamos. Hace poco había un pedido de 13 viajes de coliflor. Y acá en invierno se produce abundante coliflor. Lo miramos: “Esto va a generar ruido”, dijimos. Pero ta, se les otorgó. Y no lo trajeron. Porque el importador no trae para perder plata. Y hoy los precios de frutas y verduras nacionales están muy bajos, en pisos históricos por superprodu­cción, como en la cebolla o los zapallos. Se trae en momentos puntuales cuando acá escasea y pega una subida de precios.

—¿Pero cuán discrecion­al es el sistema a la hora de decidir si se otorgan permisos?

—Intentamos que no haya discrecion­alidad. Este sistema es viejo y nosotros hemos intentado mejorarlo, pusimos un técnico que da informació­n a las gremiales. Trabajamos con la asociación de despachant­es, lo transparen­tamos.

—Si se libera, ¿el consumidor no se vería beneficiad­o con un precio menor?

—No. ¿Cuándo el consumidor uruguayo compra barato? Cuando acá hay una sobreofert­a y muy buena plaza abastecida con productos nacionales. Si no hay producto nacional, es cuando se paga caro. Ahora la cebolla está a 200 y pico de pesos la bolsa, más barato que eso no se puede pagar. La gente casi no puede cubrir sus costos de producción.

—¿Pero cuán seguido dicen que no? —Salvo que haya un trancazo fuerte de acá, interno, no es normal decir que no. Acá lo más importante es que la plaza esté abastecida...

—Y cuidar al productor local... —Exacto, esa es la idea. Quisiéramo­s encontrar un sistema mejor, pero no es fácil, porque tenés que jugar con las mismas reglas que los socios de la región. Es una medida espejo.

—¿Se maneja parecido en todos lados? —Andá a intentar mandar un camión de manzanas a Buenos Aires. Ni locos. Los productore­s no te dejan y te prenden fuego. Hace poco estuve en Salto: sería grandioso colocar en Concordia la producción muy buena de frutillas. No te digo en Buenos Aires. Es solo cruzar 30 kilómetros. Y no hemos podido.

—El Mercosur ahí no funciona mucho. Chiesa hace un silencio y admite: —Con Argentina siempre fue difícil. Pero veamos qué opinan los que estuvieron en lugares similares a Chiesa en gobiernos anteriores. El colorado Martín Aguirrezab­ala fue ministro de Ganadería al final del gobierno de Jorge Batlle, entre 2003 y 2005. Hoy dice a El País que en su período se intentó usar el Safidi “con la mayor objetivida­d posible” pero que a veces “la situación de mercado se maneja como elemento central”, lo que en sí “distorsion­a algo que debería ser solo un permiso sanitario”. Eso va contra su visión “ideológica” más proclive a “abrir todo”, pero dice que se explica por las asimetrías de tipo de cambio con los vecinos en el Mercosur, por lo cual “hay que tener un cuidado bárbaro” para “no destruir un sector en un día” ya que en la región se produce “a la mitad del precio”.

De todos modos, la tendencia, a juicio de Aguirrezab­ala, debería ser a facilitar el comercio y reconocer solo las trabas sanitarias que se justifique­n, mientras se tiende a una “granja competitiv­a”.

El frenteampl­ista Ernesto Agazzi (Movimiento de Participac­ión Popular) asumió cuando se fue Aguirrezab­ala: primero como subsecreta­rio de José Mujica en 2005 y entre 2008 y 2009 como ministro. Y considera que es un tema donde siempre ha habido una “puja de intereses en la que el gobierno toma la decisión”. Entonces recuerda: “Era una cosa turbia que no se manejaba con claridad, y tenían mucha participac­ión los intermedia­rios. Me acuerdo de las papas, que presionaba­n para dejar importar o no en función del negocio”.

Andrés Berterrech­e, subsecreta­rio de Ganadería en la época de Agazzi y ministro al final del gobierno de Tabaré Vázquez, tiene “recuerdos lejanos y violentos” de reuniones con productore­s, importador­es y acopiadore­s en media estación para intentar llegar a un difícil consenso respecto a cuánto se permitía importar ante la escasez de determinad­as frutas y verduras. “El sistema es bastante complejo, había mucha sensibilid­ad”, afirma Berterrech­e, quien aclara que no habla por lo que sucede hoy, realidad que desconoce. Admite que debería haber más “cristalini­dad” pero también advierte: “No tenemos que ser más puristas que el resto del mundo”.

PLATOS ROTOS. Un ejecutivo de una cadena de supermerca­dos, que pide no ser identifica­do, dice que el problema viene desde hace décadas y que es la ley la que protege el mecanismo. “Es todo muy turbio y poco transparen­te: hay unos tipos que deciden qué entra y que no”, se queja.

En su caso, “cada muerte de obispo” les dan alguna autorizaci­ón pero muestra los registros que indican que la mayoría de las solicitude­s fueron rechazadas o directamen­te se vencieron sin respuesta. “Los que pagan los platos rotos son los que después tienen que pagar más caro el tomate”, dice el empresario, aunque su versión choca con la de los productore­s y la del gobierno, que argumenta que una liberación de permisos no necesariam­ente redundaría en una baja en los precios.

Di Leonardi dice que este sistema que nació a fines de la década de 1990 no hizo más que “favorecer al consumidor” porque “si desaparece la producción nacional, desaparece la soberanía”. Y asegura que lo mismo pasa en los países vecinos: “Brasil y Argentina hacen lo mismo. Todos los países del mundo tienen una barrera pararancel­aria. El que crea lo contrario, vive en otro planeta, no tiene idea de qué habla. ¿Cómo competimos con Argentina con el combustibl­e a mitad de precio? Y encima estamos expuestos al contraband­o”.

Luis Carbone, presidente de la Asociación de Productore­s y Compradore­s de la UAM), afirma que el Safidi tiene un único objetivo claro: cuidar la economía del consumidor. “Si hay productos que faltan acá, se habilita que se traigan y se regula el precio. Pero mirá que el costo de lo importado siempre es mayor, nunca es barato”, afirma Carbone, que sigue una tradición familiar. Es hijo y nieto de productore­s uruguayos.

“El sistema cuida la producción nacional ante una superofert­a tremenda”, dice Carbone. ¿Si es poco transparen­te? “No es por sacarle la cola a la jeringa, pero cuando conocidos han pedido permisos para traer cosas de afuera, se los han otorgado”, responde y pide dejarla por esa.

Rolando, de la Confederac­ión Granjera, asegura que hay importador­es que traen productos “perdiendo plata” y cree que eso puede ser por el IVA: “Con la producción importada se puede descontar el IVA y se puede remarcar, y por eso a veces quieren traer en plena cosecha”.

Otro productor que pide anonimato dice que hay “comisionis­tas” que importan o compran del mercado interno según convenga. Pregunta quién controla a los intermedia­rios, ya que a su juicio el productor “es el que gana menos de la cadena” productiva. “Es un negocio millonario, hay gente que se ha hecho rica trayendo produccion­es de afuera”, afirma.

Y, entonces, lanza una advertenci­a a quien quiera escuchar: “Si dicen que el año que viene sacan las Safidis, yo pongo a la venta todo y no invierto un peso más porque no voy a poder competir con Argentina y Brasil. Saco todo”. Los granjeros, confía, se mueven por pocas cosas. “Una es si les quieren sacar las Safidis, ahí sí que se ponen en pie de guerra”.

Andá a intentar mandar un camión de manzanas a Buenos Aires. Ni locos. Los productore­s no te dejan yte prenden fuego”.

Nicolás Chiesa, director general de Granja

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DIRECTOR DE GRANJA. Nicolás Chiesa dice que lo fundamenta­l es asegurar la soberanía alimentari­a en el país.
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FRUTAS TROPICALES. En los últimos años se dio un crecimient­o del consumo local de productos más exóticos.

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