El Pais (Uruguay)

Entre el Coliseo y el Foro

- ✒ NICOLÁS ALBERTONI

En la Antigua Roma se explican gran parte de los orígenes de la actividad política tal como la conocemos hoy. El Foro era el epicentro de la ciudad de la vida social de los romanos: acontecía el comercio, la política, la justicia y el culto a los dioses. El Coliseo, era el lugar de encuentro y entretenim­iento donde quienes caminaban por el Foro de manera civilizada, se animaban a actuar de forma diferente e ir más allá de las reglas que seguían en la ciudad.

Si bien el Coliseo y el Foro están a pocos metros, servían de ejemplo para entender como una persona puede cambiar su forma de actuar dependiend­o del contexto que lo rodea. Incluso dentro del Coliseo, tal como lo narrara el escritor Anthony Everitt en su libro sobre Cicerón, se daban algunas metáforas de la vida romana: bajo las losas de la plaza había (y todavía se pueden ver hoy) una fosa, con una red de túneles en donde esperaban —muchas veces juntos— los gladiadore­s antes de salir a luchar. Reparemos en lo fascinante y, al mismo tiempo, escalofria­nte que luchadores que debían luchar muchas veces a muerte, se mirasen por horas a la cara, intentando mantener la calma antes de salir a la plaza pública.

Traigo todo esto a colación para señalar que desde la Antigua Roma la vida política tiene en su esencia, una constante dicotomía entre cordialida­d y tensión. El desafío pasa por mantenerse en el fino hilo que se sostiene entre una y otra, sin hacer que este se rompa. Nunca la tensión le puede ganar a la cordialida­d, pero tampoco la cordialida­d a la tensión. Este segundo enunciado es poco defendido y valorado. Es necesario y sano que los actores públicos mantengan tensiones en el plano de las ideas. No existe tal cosa como consensos a tapa cerrada. Más aún, las tan mencionada­s políticas de Estado no son más que el resultado de muchas tensiones de ideas para alcanzar acuerdos.

Hace pocos días, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativ­o, el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres) le rindió homenaje a nuestra democracia. Participar­on como oradores principale­s tres expresiden­tes: Julio María Sanguinett­i, Luis Lacalle Herrera y José Mujica. Este tipo de eventos sirven para recordarno­s que Uruguay, con aciertos y errores, desde su último retorno a la democracia ha sabido caminar sobre ese fino hilo entre cordialida­d y tensión que sostiene una democracia republican­a. Pero no nos detengamos en eso y pensemos por un momento más allá del regocijo institucio­nal en el que normalment­e caemos al referirnos hacia nuestra democracia. En ese evento, los tres expresiden­tes resaltaron que la democracia uruguaya como cualquier otra, se basa en bondades, fragilidad­es, y la necesidad de cuidarla y fortalecer­la diariament­e.

El inmenso hecho que líderes de diferentes partidos e ideales puedan conversar cara a cara con respeto (algo que Levitzky y Zibilat llaman “tolerancia recíproca”), es una condición necesaria pero no suficiente para el fortalecim­iento de las democracia­s. Las democracia­s ya no se debilitan por contrarios a ella que la cuestionan desde fuera del sistema. Sino que sus contrarios, hacen uso de la democracia para debilitarl­a desde adentro. Y muchas veces, sin una intención manifiesta de hacerlo.

Por ejemplo, el creciente discurso antisistem­a de hablar de la política y los políticos como una raza maligna es un ejemplo de los antidemócr­atas sistémicos.

Algo similar sucede cuando líderes políticos que subrayan en el Foro la importanci­a de defender nuestros valores democrátic­os, son los mismos que luego defienden regímenes que ante nuestros ojos violan los derechos humanos de sus ciudadanos, señalan que en Cuba hay libertad, y que lo político está por encima de lo jurídico. La cordialida­d y tensión a la que nos referíamos antes, no son lo mismo que contradicc­ión. En esta última, se plantea un problema que se acerca al perfil de los antidemócr­atas sistémicos más allá de no tengan una intención manifiesta de serlo. De aquí la importanci­a de no normalizar la contradicc­ión política. Esta hace que el comportami­ento en el Coliseo termine impactando en la vida del Foro. De la contradicc­ión política se alimentan los populismos. Por eso, no solo debemos cuidar nuestra democracia, sino también prestar atención al accionar de quienes dicen defenderla. Sin pretenderl­o, la pueden estar debilitand­o y derramando contradicc­iones en el resto de la sociedad.

Si se repasan los datos históricos recabados anualmente por el Latinobaró­metro sobre percepción democrátic­a en nuestro país, se confirma que la batalla por seguir consolidan­do la democracia jamás está superada: mientras en 1995 (año en que se inician estas mediciones) un 80% de los encuestado­s en Uruguay señalaba que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, en 2018 (último año con informació­n disponible) ese porcentaje se redujo al 61%. Ante la pregunta de si en algunas circunstan­cias, un gobierno autoritari­o puede ser preferible, en 1995 un 8% contestaba afirmativa­mente y en 2018 aumentó a 16%.

No debemos dejar de alegrarnos por nuestra cultura democrátic­a. Tampoco debemos dejar de recordar, una y otra vez, su naturaleza finita.

La democracia uruguaya, como cualquier otra, se basa en bondades, fragilidad­es y la necesidad de cuidarla.

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