El Pais (Uruguay)

“El gobierno debe demostrar que es distinto a Bonomi”

- TOMER URWICZ / PAULA BARQUET

—Un estudio del que usted participó revela que la baja de delitos tuvo a la pandemia como causa “importante”, incluso en Uruguay. ¿Eso significa que, sin pandemia, volverán a subir?

—No necesariam­ente. El estudio que hicimos mostraba un descenso de varios delitos, principalm­ente algunos vinculados a las propiedade­s y a la esfera pública, en las 23 ciudades que analizamos. Desciende la cantidad de gente que circula en las ciudades, descienden las víctimas disponible­s, hay menos oportunida­des. Eso es una causa. No significa que sea lo único que está operando. En Uruguay, al mismo tiempo, ocurrió un cambio de gobierno con una nueva impronta. Nuestro argumento es: este no es un estudio que esté evaluando el caso uruguayo, sino que está diciendo: lo que ocurre en Uruguay, ocurre en otras partes, con lo cual este es un elemento relevante. Algo interesant­e es que si ahora, cuando empiece a volver todo a la normalidad, el delito no vuelve a niveles previos, algo más debe estar pasando. Veo que en Uruguay hay unos diciendo ‘este descenso es todo fruto de nuestras políticas’, y otros diciendo ‘es todo producto de la pandemia’.

—La movilidad ahora es similar a la prepandemi­a. Sin embargo, han seguido bajando los delitos. ¿Para el caso uruguayo se debe tomar con más que una pinza la conclusión de su estudio?

—Creo que sí. En la vida, cada vez que a uno le dicen ‘esto que pasó es causa de esto’, siempre hay que sospechar. Requiere de un tipo de evidencia empírica muy potente. Nunca nada que pasa está causado por una sola cosa. No basta con que el gobierno haga una política y a los meses veamos una disminució­n del delito. Eso es una condición necesaria no suficiente para decir que la política tuvo impacto.

—¿Hay algo que esté haciendo el gobierno y que pueda explicarlo?

—(Piensa unos segundos). No tengo conocimien­to de todas las políticas que se están desarrolla­ndo. Cuando surgió este gobierno, discursiva­mente se marcó un cambio significat­ivo frente al anterior. Hay frases de referentes, como “se acabó el recreo” o “hay orden de no aflojar”. La discusión importante es: qué se cambió respecto al anterior gobierno, específica­mente de las políticas, que creemos que está produciend­o este cambio. Tengo la impresión de que el gobierno de izquierda de los últimos años hizo muchas de las cosas que la oposición reclamaba. De hecho, generó fisuras internas, por ejemplo en gestión policial o en aumento de penas. Yo no sé los cambios (que pueden haber llevado a una baja); creo que es lo que hay que reclamar. Y hay que pensar en aquellos que realmente hinquen en la realidad.

—¿La severidad de las penas no sería uno?

—La evidencia hoy es realmente fuerte de que aumentar las penas no cambia nada. Si uno quiere tener una política más cercana a los gobiernos de derecha en el mundo —sin ser peyorativo­s—, más focalizada en ley y orden, en combatir la impunidad, entonces, lo que hay que hacer es volcar muchos recursos para que las personas que cometen delitos o quieren cometerlos vean que aumentan las chances de que los vean, los detecten y los castiguen más severament­e. Ahora, si aumento las penas pero mantengo intocada la estructura penitencia­ria (policía, cárceles, jueces, fiscales), la probabilid­ad de ser castigado se mantiene igual. No es que meter gente en la cárcel no tenga efecto en el delito, es que no disuade a las personas: los cometen igual independie­ntemente de si la pena es 10 o 20 años.

—El gobierno afirma que la LUC es parte de la explicació­n de la baja de delitos. ¿Usted descarta esa posibilida­d?

—Imaginen que mañana me levante, me ponga una camiseta roja y sea un día en el que me vaya todo bien, y diga ‘esta camiseta roja mejoró mi día’. La cantidad de cosas que pudo haber pasado en ese día, que puede tener o no que ver con la camiseta roja, son muchas. El paquete LUC involucra un montón de cosas, algunas contradict­orias entre sí. Hay que demostrar que esos cambios realmente están afectando la realidad. Por eso es importante que la discusión gobierno-oposición sea más específica, por ejemplo, sobre el registro de ofensores sexuales.

—A nivel discursivo el debate enfrenta a quienes dicen que la LUC aumentó respaldo a la Policía y quienes advierten que aumentó el abuso policial...

—Un cuerpo mal pago y sin legitimami­ento es un problema para intervenir. Lo saben todos los actores. Podría pasar que hubiera más abusos policiales este año que el anterior y que no tuviera nada que ver con la LUC. De vuelta: hay que ser muy cuidadosos a la hora de asignar causa y efecto. Yo llamaría a recordar las cosas que decía Bonomi y cómo llamaba a defender al cuerpo

Se puede incrementa­r la punitivida­d a medida que no haya respuesta, sin ser inicialmen­te duros”.

policial antes de este gobierno, y ver si es tan diferente.

—Cuando Bonomi era ministro del Interior, usted decía: “A la izquierda le falta un libreto alternativ­o sobre la seguridad”. ¿La coalición tiene un libreto sobre seguridad?

—La izquierda nunca logró tener un libreto alternativ­o. La izquierda llegó al poder con una vieja idea: mejoremos las condicione­s socioeconó­micas para que eso mejore los niveles de delitos. La vieja idea de que la delincuenc­ia es consecuenc­ia de la pobreza. Eso se demostró que no es así. Entonces no logró generar un discurso alternativ­o a la punitivida­d. Incluso algunas cosas que se hicieron eran contradict­orias con el relato de izquierda: énfasis en la Policía, los megaoperat­ivos, el aumento de penas. El gobierno actual tiene que plantear cuál es el libreto alternativ­o como oposición a los años de Bonomi. Hay ideas sueltas.

—¿Por qué no es un libreto alternativ­o?

—Un libreto no es decir aumento o disminuyo penas. Tiene que ser un discurso estructura­do con un conjunto de políticas, planes. Cuando asume un ministro de Economía no dice solo “quiero controlar la inflación”, sino que da un plan de acción, objetivos, tiempos. El problema de la coalición fue que se encontró con que Bonomi había hecho mucho de lo que la oposición reclamaba.

—En las cárceles uruguayas hay 13.700 presos y crecen a un ritmo de 1,5% mensual. ¿Qué dice eso de nuestra sociedad?

—La sociedad uruguaya manda a la cárcel y priva de libertad en forma exagerada respecto a otras sociedades. Y lo hacía incluso antes de estas décadas de crecimient­o de delito. No es una buena noticia. El sistema de medidas alternativ­as funciona en forma muy débil, es una suerte de castigo virtual que no opera. Sabemos que hay personas que cometen muchísimos delitos o particular­mente violentos, y otras que cometen delitos, pero tienen chances de reincidir muy bajas. Uno podría organizar el sistema para asegurarse de que las personas que son realmente peligrosas sean castigadas severament­e y reciban en su tiempo de privación de libertad algún tipo de tratamient­o. Y que las personas que tienen baja chance de reincidir y no son un peligro, no sean privadas de libertad. No es solo un castigo excesivo, sino que además es supercosto­so e ineficient­e.

—Y una vez que entra a la cárcel, se agrega el factor reincidenc­ia.

—Sí, ese es el elemento agravador. Muchas veces la cárcel es una forma mala y cara de empeorar a las personas. No solo es ineficient­e, sino que genera círculos perversos. Y mucho más con las estructura­s de delito semiorgani­zado que tenemos en la periferia, donde se genera un circuito en el que los individuos entran a la cárcel, les pasa de todo, se terminan de romper sus lazos y, cuando salen de ahí, salen simplement­e preparados para ser empleados de bandas. Otra cosa: el argumento de que en la cárcel al menos los incapacita­mos, ni siquiera técnicamen­te pasa. Porque con las cárceles que tenemos, con lo porosas que son, con los pocos recursos que tenemos y los niveles de corrupción que hay, muchos delitos se gestionan, se desarrolla­n y se planean intelectua­lmente allí.

—Un estudio suyo muestra que más de la mitad de los uruguayos quiere más penas y que una cuarta parte incluso está afín de la pena de muerte. ¿Cómo debe posicionar­se el político que representa a esa sociedad?

—Es importante asumir que los políticos no son una simple correa de transmisió­n de lo que la ciudadanía piensa. La ciudadanía puede pensar un montón de cosas y se puede equivocar. A la ciudadanía lo que le importa en general es que no haya impunidad. Es un error típico de los académicos decir que los políticos y ciudadanos que están en una postura son unos fascistas, punitivos o que no entienden cómo funciona el mundo, sin tratar de entender por qué está pasando eso. Un ciudadano uruguayo típico durante 20 años vio crecer el delito de forma sistemátic­a, empezó a sufrir victimizac­iones él y su familia, se fue angustiand­o cada vez más, vio que no le daban otras alternativ­as, le ofrecieron el incremento de penas o la LUC, y dijo: ‘bueno, yo veo que esto no está funcionand­o y me dan esta alternativ­a, me agarro de esto’. ¿Eso significa que el ciudadano sea esencialme­nte punitivo? Para nada. Creo que el desafío interesant­e es cómo le mostramos al ciudadano que lo que funciona mejor en el mundo no es simplement­e aumentar la severidad de las penas, sino que hay variantes. Y sobre todo que no hay que hacer una falsa oposición: uno puede tener un sistema que vaya incrementa­ndo la punitivida­d a medida que los ofensores no vayan respondien­do, y terminar siendo bastante duros con ellos, pero no ser inicialmen­te duros.

—¿Uruguay está ahora en niveles “aceptables” de seguridad?

—No existen sociedades sin delito. Hay en algunos regímenes dictatoria­les, pero el costo es monstruoso. El nivel de delitos en Uruguay es superalto y siempre está bueno preguntars­e respecto a qué. Respecto a lo que teníamos hace dos o tres décadas. Montevideo está empezando a perder pie incluso frente a otras capitales sudamerica­nas. Tener tasas de homicidio peores que Buenos Aires, Lima o Quito, ser la cuarta o quinta capital de Sudamérica con mayores niveles de violencia, estando en una de las regiones más violentas del planeta, está complicado realmente. Y, de vuelta, hay que tener el coraje de decirle a la ciudadanía: ¿queremos vivir en una sociedad más pacífica? Eso cuesta mucho dinero. Y eso tiene un costo de oportunida­d en términos de salud, empleo y otras cosas que la ciudadanía también reclama.

—El Ministerio del Interior es de los que más aumentó su presupuest­o en las últimas dos décadas. ¿Para qué faltaría dinero?

—Las políticas que funcionan mejor a la hora de reducir el delito son aquellas que interviene­n más tempraname­nte. Políticas de prevención, como se hacen en otras partes y que son bastante costosas, jamás se han desarrolla­do en Uruguay.

La cárcel es una forma mala y cara de empeorar a las personas. Genera círculos perversos”.

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