El Pais (Uruguay)

Paraíso o infierno

- MARTÍN AGUIRRE

Durante algún tiempo, gente maledicent­e acusaba a Uruguay de ser un “paraíso fiscal”. Estigma que gracias al fervoroso empuje de los gobiernos pasados por cumplir con cada exigencia de cada organismo global existente, parece ya superado. Otros expertos hablaban por el contrario de que el país era un “infierno fiscal”, donde se pagan impuestos nórdicos a cambio de servicios latinoamer­icanos.

Tal vez sea que toca pagar ya la segunda cuota del IRPF extra (por codicioso y tener dos trabajos), o por algunas reacciones injuriante­s por una crítica sutil en este espacio a la reforma tributaria de 2007. Pero en momentos en que se habla de lo caro que está hoy Uruguay, permítase a este autor esbozar algunas reflexione­s que son llamativam­ente poco frecuentes.

Por ejemplo, una de las cosas que se suele argumentar es que en Uruguay los salarios son bajos. Y puede ser, si vemos por ejemplo que un albañil gana unos 300 pesos por hora. Si lo comparamos con Estados Unidos, donde el salario mínimo federal está en unos 400 pesos (casi nadie gana tan poco en realidad), entendemos por qué es tan apetecible ir al norte. Sobre todo descontand­o otro mito extendido de que allí el nivel de vida es más caro. No lo es. Ese pollito hecho que acá le cobran 500 pesos en el súper, allá vale 200.

Pero hay otro aspecto que uno percibe cuando se pasa para el lado del mostrador del que se pagan los sueldos. Por ejemplo, para usar cifras redondas, alguien que gana 100 mil pesos (buen sueldo acá), en los hechos recibe en la mano unos 66 mil, ya que el resto queda para el Estado, y para esa eventual jubilación cada vez menos segura. Pero en realidad ese trabajador le cuesta a la empresa 130 mil pesos. ¡El doble exacto de lo que recibe el que trabaja!

Por encima de ese “gap” entre lo que cuesta y lo que cobra un trabajador, éste tiene que seguir pagando al Estado por interminab­les rubros. Si es tan rico que tiene casa propia (o la está comprando en una vida de cuotas), pagará contribuci­ón inmobiliar­ia con su adicional de “pavimento”, “drenaje pluvial” y “gas mercurio”. ¡Ah! Y el Impuesto de Primaria. Si estudió en la Udelar pagará Fondo de Solidarida­d, más un posible adicional. Además, con los recibos de los servicios públicos, agua, luz, internet, deberá pagar IVA. Donde tenga auto... Bueno, embrómese por burgués contaminan­te.

Como los sueldos son bajos, o mejor dicho, como es poco lo que termina en manos del trabajador, mucha gente tiene dos trabajos.

Ahí tiene que hacer liquidació­n, tal vez pagar a un contador, y el costo extra será más o menos entre dos y cinco salarios completos del segundo empleo, que van al Estado.

Por supuesto que está el Imesi, para esos gastos suntuarios como la nafta para moverse, la copa del fin de semana, y una miríada de impuestito­s que pagará de acuerdo a otras actividade­s que tenga.

Volviendo a la reforma del 2007, la misma se impuso señalando que brindaría dos ventajas: simpleza y justicia. Lo de la simpleza, parece claro que nunca pintó. Pero la justicia... medio que tampoco.

El IVA nunca bajó como se prometió. Pero además, ¿es justo que no se pueda descontar si uno gasta en educación privada cuando le está ahorrando al Estado pagar por eso? ¿Que un préstamo inmobiliar­io de 100 mil dólares se considere de rico y no deducible? ¿Que el Estado no pueda calcular bien el Fonasa, te cobre de más, y te “bicicletée” la plata un año en un país con 8% de inflación?

Pero vayamos al otro lado de la ecuación. Desde la reforma tributaria, el gran ganador fue el Estado, que pasó de ingresar unos 5 mil millones de dólares por año, a casi 20 mil millones. ¿Usted recibe servicios cuatro veces mejores?

Por el contrario, con esa plata extra, el Estado contrató a unos 60 mil empleados más, engordando una burocracia que lejos de facilitar la vida de la gente, la hace cada día más difícil. Basta preguntarl­e a cualquiera que quiera iniciar una actividad económica en el país. Uno de los rubros que se vio más beneficiad­o con más presupuest­o fue la educación. Pues los datos de esta semana que muestran que menos de la mitad de los alumnos llega al bachillera­to en tiempo y forma, no reflejan ese esfuerzo. Pero, claro, los gremios docentes están muy preocupado­s porque vayan a consultar a gente de otras áreas. ¿A quién se le ocurre consultar a Frasca o a Moratorio sobre educación? ¡Vendepatri­as!

A lo que vamos con toda esta cháchara es que si uno hace números, no es que los salarios sean tan bajos, o que los costos de todo sean tan altos. Es que el Estado “muerde” demasiado en todas las puntas de la ecuación. Y eso no se traduce en beneficios claros para la gente. Al menos no en la escala que debería. Lejos de verlo así, hay “expertos” que ambicionan más impuestos, tal vez a las herencias o a las empresas, no para tapar el agujero fiscal que nunca se achicó sino para “aumentar la igualdad”. Todo en un espiral frenético que más que acercarnos al paraíso parece atarnos un yunque que como sociedad nos tira a todos hacia abajo. Eso sí, todos parejos.

Detrás del reclamo de que Uruguay es un país caro, hay algunos detalles que no se suelen mencionar con la relevancia que merecen.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay