El Pais (Uruguay)

¿Un gobierno herrerista?

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Uno de los latiguillo­s más empleados para intentar golpear al gobierno es “acusarlo” de ser “herrerista”, como un adjetivo que debería despertar la alarma de la población. Probableme­nte sea un síntoma más del deterioro que sufre el debate político en nuestro país, en que cada vez se escuchan menor argumentos y cada vez más relatos sin el menor sustento en la realidad, pero bien merece analizarse esta particular­idad.

La acusación de “herrerista” al gobierno nacional, particular­mente al Presidente de la República, naturalmen­te, es una novedad en nuestro folclórico debate político. Se ha utilizado por diversos dirigentes frentistas, incluyendo senadores y autoridade­s de la coalición, así como a sus adláteres que como Gerardo Caetano hablan de “neoherreri­smo” o “liberalism­o extremo”. Surgen entonces algunas preguntas ¿El gobierno es herrerista? ¿En qué sentido? ¿Qué es lo que se quiere marcar con este señalamien­to?

El herrerismo es una de las corrientes políticas e ideológica­s más importante­s de la historia del país. Desde los comienzos del liderazgo partidario de Luis Alberto de Herrera a comienzos de la década del veinte del siglo pasado se fue gestando, con algunas caracterís­ticas salientes.

En primer lugar su carácter nacionalis­ta, en el sentido que tuvo en la misma primera carta orgánica del Partido en 1872 redactada entre otros por el padre del caudillo, de abarcar a todo el país, tomar en cuenta el interés general y atender en primer lugar a la defensa de nuestra independen­cia y soberanía. Ciertament­e en este sentido el herrerismo fue nacionalis­ta.

En segundo lugar, fue un movimiento popular. Nadie duda de que el batllismo y el herrerismo fueron los dos grandes movimiento­s de masas del Uruguay del siglo XX y sus dos fundadores los grandes líderes que democratiz­aron y populariza­ron a sus respectiva­s divisas. El propio sepelio de Herrera, una de las manifestac­iones populares más importante­s del siglo XX, da cuanta de este carácter distintivo.

En tercer lugar, el herrerismo dio forma a nuestra conciencia exterior, como definió alguna vez con acierto Methol Ferré, creando el sentido común cuál es el destino internacio­nal del Uruguay, con máximas hoy aceptadas por todo el espectro político.

En cuarto lugar, tuvo una orientació­n económica liberal moderada, sin estridenci­as pero valorando especialme­nte este valor inseparabl­e de la propia condición humana. En quinto lugar, tuvo una marcada preocupaci­ón por la integració­n social y la suerte de los más vulnerable­s. La legislació­n laboral que impulsó y su preocupaci­ón constante por los precios de los productos básicos de la canasta de los trabajador­es son claros ejemplos de esta vocación.

En sexto lugar fue eminenteme­nte pragmático, tanto en su estrategia política cuanto en su definición ideológica. El pragmatism­o como seña de identidad, en tanto tomar la realidad como materia prima, como definió el propio Herrera.

Podríamos seguir marcando sus caracterís­ticas salientes pero con esto alcanza. Entonces, ¿el gobierno actual es herrerista? En tanto uno de los componente­s de la Coalición Republican­a que nos gobierno lo es en parte. En cuanto a sus principale­s orientacio­nes en buena medida. El gobierno evidenteme­nte es nacional y popular, tiene una particular preocupaci­ón por el lugar del Uruguay en el mundo, luego de 15 años absolutame­nte

La acusación de “herrerista” al gobierno nacional, particular­mente al Presidente de la República, naturalmen­te, es una novedad en nuestro folclórico y decaído debate político.

desperdici­ados en términos de nuestra inserción comercial, ha sido liberal en la preservaci­ón de los derechos individual­es durante la pandemia, ha tenido una marcada preocupaci­ón social mejorando e incrementa­ndo planes sociales en la emergencia y ha sido pragmático, adecuándos­e a una coyuntura que nadie pudo haber previsto.

El herrerismo, por tanto, es parte de nuestra identidad nacional, no solo algo atribuible al gobierno. Es más, y dicho esto desde el editorial del diario El País (nada menos) ser herrerista es una condición que puede exhibirse con orgullo para cualquier blanco y cualquier oriental. Que se pretenda utilizar como epíteto dialéctico solo es una muestra más de que hay dirigentes políticos y pseudointe­lectuales que abonan una grieta que la población uruguaya en su inmensa mayoría rechaza.

Por suerte es posible ver algunas caracterís­ticas que son tan herrerista­s como blancas y republican­as (en el más amplio sentido) en el gobierno, como la defensa del interés nacional y de la libertad, marcando un cambio fundamenta­l respecto a los tres lustros anteriores. Para los que esto les resulta problemáti­co hay solo una respuesta: ¡mala suerte!

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