El Pais (Uruguay)

Somos únicos

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En marzo del ’20, unos días después de asumir Lacalle Pou, cuando ya el Pit-cnt preparaba su primer paro general en rechazo de las elecciones y en repudio a los fascistas que no votaron al FA, mientras los legislador­es frentistas programaba­n una interpelac­ión a cualquier ministro por su condición de tal, la peste se nos vino encima.

Nos asustamos todos. No estábamos preparados. El gobierno saliente en la luna, ocupado en renovar la mayoría de contratos a cuadros y militantes.

Lacalle Pou cumplió con el rol, condujo y lideró. Sin fastidiarn­os demasiado como ocurrió en tantos otros lados y como aquí el FA reclamaba a grito pelado. Apeló a la responsabi­lidad de los ciudadanos. La mayoría confió en él. Lo siguió. Lo apoyó. Las encuestas marcaban más de un 65% de respaldo.

Un año y medio después se nos fue el miedo. Lo de Lacalle fue acertado. La pandemia fue controlada. El presidente la hizo bien. Su popularida­d, sin embargo, bajó 10 puntos. Sigue muy alta, en el orden del 55% —una contundent­e mayoría— pero con tendencia a la baja. ¿Y eso?

Quizás sea propio de la uruguayez, sin querer quitarle méritos a la acción destructiv­a de la izquierda y el PIT.

Hace más de medio siglo algún domingo árido de noticias apelábamos al título salvador: “Estudian reforma jubilatori­a”. Nadie lo desmentía, el tema de la seguridad social siempre estaba en carpeta. Es como el calentamie­nto global, pero va a reventar más rápido.

En aquella época también había encuestas, las hacía Luis Alberto —“el Pelado”— Ferreira. ¿Y qué opinaban los uruguayos sobre el tema? La gran mayoría consciente de que el sistema estaba en crisis, con desfinanci­ación creciente y que había que hacer algo. Las soluciones para la mayoría: aumentar jubilacion­es y pensiones y bajar tope de edad para jubilarse.

Cinco décadas después, muy poco ha cambiado; salvo que cada día estamos más cerca del abismo.

Somos únicos. Renegamos de los funcionari­os públicos, y con razón, pero todos queremos un puestito en el Estado.

Pasa con la seguridad. Estábamos muy atemorizad­os (por no utilizar un término más ilustrativ­o). Ahora ha cambiado. Más allá de los números —que dicen lo suyo— la sensación de cada uno cambió. Antes nos angustiaba esa sensación de insegurida­d y convengamo­s que hoy eso ya no existe. Pero hay que cuidarlo.

Ello se logró dando más respaldo y garantías legales a la

Antes nos angustiaba esa sensación de insegurida­d y convengamo­s que hoy eso ya no existe.

policía. Quizás poco aumento de sueldos, pero mucho aliento y confianza en serio. Y la policía respondió y está respondien­do. Y la población, decididame­nte, más tranquila.

Esta mayor eficiencia policial implica más presos. No hay otra. Y entonces surge el problema carcelario, universal y de siempre. Porque no se ha derrumbado ninguna cárcel; es que hay más presos. Es el efecto natural del combate contra la delincuenc­ia. El dilema es que no hay más lugar. Sin duda hay que esforzarse, y se está haciendo, por buscar soluciones. Lo que preocupa es cómo se está “meneando” el tema.

¿Qué se hace? ¿Se para y se da vía libre a motocicler­os con capucha, hasta que se construyan nuevas cárceles? ¿O quizás mejor, hacer lo del primer ministro de Interior de izquierda que liberó a la mitad de los presos, casi?.

Para el 40% de los uruguayos la solución es derogar la LUC, que es más o menos lo mismo, si no peor, que lo de aquel ministro del Interior.

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