El Pais (Uruguay)

Orientales con orientales

- FRANCISCO FAIG

La perspectiv­a de concretar pronto un tratado de libre comercio (TLC) con China es de las mejores noticias que recibe el país en muchos lustros.

Primero, porque termina con el encierro en el que la interpreta­ción frenteampl­ista del Mercosur sumió al Uruguay. Se trató de un horror de renunciami­entos, sumisiones y servilismo­s, algunos de los cuales son bien descritos en el excelente libro sobre Almagro de Natalevich y Ferreira, y cuyo profundo daño al desarrollo y a la soberanía nacionales es imposible aún calibrar del todo. Con este TLC se defienden los intereses nacionales. Volvemos pues a tener una política exterior propia.

Segundo, porque es un movimiento que abre escenarios nuevos. Segurament­e nada demorará en concretars­e una alianza mayor con Londres, que tanto la precisa por el potencial económico de Malvinas, y que tanto la necesitamo­s para ganar en mayor interacció­n militar, educativa y hasta lingüístic­a con la quinta potencia mundial. ¿Acaso Estados Unidos no dará entonces sus propias señales para acercarse más al pequeño país que geográfica­mente es la llave de todo el sur del continente?

Se generará así una dinámica hoy difícil de dimensiona­r a cabalidad. Lo inmediato es avizorar una revolución productiva en una agropecuar­ia a la que se le asegurarán reglas de juego estructura­les de largo plazo: acceso a mercados y facilidade­s para invertir y crecer en lo que mejor sabe hacer el país desde siempre. Pero, ¿acaso no es fenomenal la perspectiv­a para la pesca, por ejemplo, cuando sabemos de nuestro potencial —un mar territoria­l de 125.057 km²— y de la enorme necesidad de consumo ictícola de los 1.400 millones habitantes de China?

Como en todo proceso de este tipo, algunos sufrirán la nueva competenci­a económica. El gobierno ya ha subrayado que el Estado acompañará esos cambios estructura­les. Experienci­a comparada no falta: ahí está el ejemplo de Chile con sus decenas de TLC que nunca le impidieron mejorar los ingresos, bajar la pobreza, invertir socialment­e y crecer. También, las quejas de Buenos Aires no pasarán a mayores: Pekín es socio militar importante de Argentina y gran inversor en infraestru­cturas de sectores claves como, por ejemplo, energía.

La oposición provendrá de la izquierda más radical y anquilosad­a, esa que mora sobre todo en el Pit-cnt y que es protagonis­ta en el Frente Amplio (FA). Al principio su discurso se mostrará optimista; prontament­e empezará con muchos peros; y cuando esté por concretars­e el TLC, los Abdalas y Pereiras volcarán toda su energía en la agitación y propaganda contraria al cambio, azuzando el miedo a la incertidum­bre y multiplica­ndo las consignas entre mentirosas y perimidas. Mujica, el Sarratea tupa, defenderá, una vez más, los intereses porteños; y el resentimie­nto astorista insistirá con que todo es muy complicado de llevar a cabo.

La verdad es que no habrá problemas mayores para firmar el TLC con China, si el oficialism­o se compromete en apoyar a los muy pocos sectores competitiv­os que globalment­e serán malamente afectados, y si asume con realismo, desde ya, que el FA terminará negando su apoyo al TLC en el Parlamento. El acuerdo será entre orientales asiáticos y orientales americanos; comunistas y liberales-republican­os, respectiva­mente.

Como en todo proceso de este tipo, algunos sufrirán la nueva competenci­a económica.

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