El Pais (Uruguay)

El arduo desafío de desdolariz­ar nuestra economía

Las ventajas de tener una monedad de calidad versus la inercia de la dolarizaci­ón sistémica.

- (*) Alejandro Cavallo, Director Consultorí­a Económica (1) Por más detalles sobre este término y análisis del tema, ver “Dolarizaci­ón cultural y financiera de los hogares uruguayos”, Licandro & Mello, 2017.

Nuestra economía funciona con dos monedas hace tantas décadas que casi dejamos de ser consciente­s de que, la amplia mayoría de los países, operan en forma satisfacto­ria con un único signo monetario. La autoridad monetaria se ha puesto como objetivo corregir esta situación y trabajar en pos de recuperar la condición de moneda del peso uruguayo. ¿Qué nos ha llevado a que la economía esté altamente dolarizada? ¿Qué efectos negativos genera esta situación? ¿Cuáles son algunos de los hábitos de las familias en relación a este tema? ¿Es buen momento para profundiza­r la desdolariz­ación?

NI EL PESO NI EL DÓLAR.

Lo primero es recordar que en nuestra economía bimonetari­a, altamente dolarizada, ni el peso ni el dólar cumplen íntegramen­te la definición de moneda. El peso es medio de pago y unidad de cuenta para la mayoría de las transaccio­nes, pero no para aquellas de mayor valor que implican, por ejemplo, el intercambi­o de vehículos o inmuebles. Por otra parte, el peso no cumple el requisito de reserva de valor; la mayoría ahorra en dólares y, si bien la dolarizaci­ón de los depósitos ha bajado en los últimos 20 años, se mantiene cercana al 80% (gráfico 1). La Unidad Indexada, que es una unidad de cuenta que vino a complement­ar al peso en la función de reserva de valor, no sirve como medio de pago. A su vez, el dólar, que sustituye al peso en las transaccio­nes de mayor valor y en la función de reserva, no es aceptado como medio de pago para la amplia mayoría de las transaccio­nes.

ALTA INFLACIÓN. La persistenc­ia de alta inflación, que impactó negativame­nte en los tenedores de saldos nominales en pesos en forma sistemátic­a, ha sido la principal razón que llevó a que nuestra economía se encuentre altamente dolarizada. El proceso de dolarizaci­ón ha sido el resultado de décadas de inflación alta sin disponibil­idad de instrument­os adecuados de cobertura (al menos hasta la introducci­ón de la unidad indexada) (gráfico 2).

La alta inflación llevó a una disminució­n de la demanda de dinero que motivó la búsqueda de sustitutos como el dólar, que funcionase­n como refugio para atesorar y mantener el valor de los activos. En esta línea, los principale­s motivos esgrimidos por las familias para ahorrar en dólares, según algunas mediciones que realizamos recienteme­nte, son que “el dólar siempre termina subiendo” (cubriendo al menos una parte pérdida por inflación), que implica un “menor riesgo” (porque se ahorra en una moneda distinta a la que se generan los ingresos) y “por costumbre” (sesgo del status quo) (gráfico 3). Así, para generar un clima apropiado para la desdolariz­ación, el camino a recorrer es el inverso al que marca nuestra historia: los registros inflaciona­rios deben ser bajos y estables por un período prolongado. Sin embargo, esta condición es necesaria pero no suficiente para que los agentes pasen, del equilibrio actual, a otro con mayor prepondera­ncia del peso.

Probableme­nte se requieran incentivos adicionale­s que estimulen dicho cambio.

CULTURAL. La dolarizaci­ón no sólo es financiera y transaccio­nal sino también cultural (1). Esto implica que muchos agentes no sólo ahorran o transaccio­nan en dólares, sino que piensan y expresan en dólares lo que han ahorrado (aunque ahorren en pesos) o cuánto ganan (aunque ganen en pesos), entre otros. Siguiendo estos conceptos, hemos realizado algunas mediciones puntuales en los últimos meses: en torno de un 10% de quienes ahorran en pesos expresan dichos ahorros en dólares, al tiempo que quienes expresan sus ingresos en dólares, a pesar de ganar en pesos, se ubican en torno de 3%. Otro aspecto tiene que ver con el hecho que la moneda con la cual se piensa el precio de bienes y servicios varía sustancial­mente dependiend­o del rubro. En el caso de vehículos, viajes y electrodom­ésticos se piensa en dólares en la amplia mayoría de los casos (gráfico 4). Los valores aumentan a mayor nivel socioeconó­mico, siendo similares cuando se abren por edad, región u otros atributos. Otro resultado, a explorar, es que una proporción no menor de los consumidor­es sería más propensa a demandar bienes (especialme­nte durables) si su precio estuviese nominado en pesos en lugar de en dólares.

OTRAS RAZONES. Si bien la convivenci­a de dos cuasi monedas genera diversos problemas operativos, como los señalados, esto no debe distraer la atención respecto a otros asuntos menos visibles pero que finalmente terminan afectando el adecuado funcionami­ento de la economía a mediano plazo. Es claro que la actividad económica puede desempeñar­se sin problemas con dos monedas, cada una cumpliendo un rol parcial. Sin embargo, el tema de fondo son los costos no tangibles o el costo de oportunida­d de no disponer de una moneda de calidad.

Algunos de los problemas, que han sido ampliament­e documentad­os son: rigidez a la baja de los precios nominados en dólares, lo que acentúa el ciclo recesivo en los mercados que utilizan el dólar para transaccio­nes, mayor volatilida­d y menor nivel de la tasa de crecimient­o del producto, mayor incertidum­bre y menor inversión asociada, desarrollo subóptimo del mercado de ahorro y crédito a plazos medios y largos en moneda nacional y menor efectivida­d de la política monetaria, entre otros.

LOS COSTOS. A pesar de lo anterior, bajar la inflación y desdolariz­ar, conlleva costos no menores. Es en parte por esta razón que en Uruguay hemos avanzado sólo parcialmen­te en este tema. Pero también es cierto que la amplia mayoría de los países ha internaliz­ado el referido trade off (a favor de tener una moneda de calidad) y, en algún momento, han dado el paso. Entonces, descontand­o que hay que recorrer el camino, ¿ha llegado el momento? Algunos de los argumentos a favor son: el punto de partida de la variación del IPC es más bajo que en años anteriores (en términos gruesos, 7% vs. 8% anual, con picos de 11%), la debilidad de la demanda favorece el proceso y la autoridad monetaria debe aprovechar el buffer de credibilid­ad que los agentes le han extendido. Además, si bien ha pasado un año y medio del período de gobierno, todavía falta para que eventualme­nte empiecen a primar aspectos de economía política (por el inicio de un nuevo ciclo electoral). Por el contrario, una suba rápida o fuerte de las tasas que motive una desmedida desinflaci­ón puede afectar la recuperaci­ón incipiente de la actividad, poner un freno a la recuperaci­ón del empleo y deteriorar aún más la muy desfavorab­le relación de precios con los vecinos. La ponderació­n de estos factores y el timing serán cruciales, pareciendo oportuno que el impulso se efectivice una vez que se hayan despejado las dudas de una recuperaci­ón sostenida de la actividad y, al mismo tiempo, antes que empiecen a incidir aspectos relacionad­as con la economía política.

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