El Pais (Uruguay)

“Cuando me encuentro en una etiqueta, me muevo”

- RODRIGO GUERRA

Con Desastres naturales, su disco de 2017, Gonzalo Deniz llevó al proyecto Franny Glass a un nuevo terreno. Basado en los tintes electrónic­os y la deconstruc­ción de la estructura clásica de una canción, se ganó una cálida recepción del público y de la crítica, que lo ubicó en unas cuantas listas de los mejores álbumes de aquel año.

Sin embargo, el músico descubrió que necesitaba un nuevo cambio. La confirmaci­ón llegó de la mano del algoritmo de Spotify, que le sugirió la música del sueco Joel Alme. “Parece que estaba hecha hace 50 años, pero en realidad fue hace 10”, le comenta a El País. “Era una letra bien sencilla de amor y con cuerdas. Me di cuenta de que necesitaba hacer eso”.

Ese fue el germen de Canciones de amor para el fin del mundo, el álbum donde se acompaña de arreglos de cuerdas y vientos, y que presentará este jueves y viernes en La Trastienda para dar comienzo a una gira por el interior.

Sobre este capítulo de su carrera, que lo llevó a acumular siete nominacion­es a los Premios Graffiti, el músico habló con El País.

—“A cualquier parte, por favor”, de Canciones de amor para el fin del mundo, tiene una frase que define muy bien la postura de cada uno de tus discos: “A donde sea mientras no sea hacia atrás”. ¿Cómo podrías definir ese impulso que te lleva a no repetirte?

—En este disco hay un cambio notorio con respecto a lo que estaba haciendo, pero también funciona como un desvío. Disco a disco fui siguiendo una evolución y, más allá de los cambios, se podían encontrar patrones en cuanto a los paradigmas que aplicaba. En este caso, decidí retomar cosas de mis orígenes como compositor; por eso, Canciones de amor para el fin del mundo es un disco irresponsa­ble en cuanto a los postulados que venía siguiendo en otros trabajos. En ese momento necesitaba enfocarme en la emoción y en el disfrute de cantar, y por eso tenía que llevar esa sensación a mi repertorio y bajar un poco el “deber ser” del artista. Por eso está la idea del fin del mundo y qué disfrutarí­a hacer si fuera mi último disco.

—Más allá del título, el álbum está atravesado por un sentimient­o optimista. Incluso explorás otra forma de cantar. ¿Cómo fue el trabajo?

—Al hacer discos, ya sea por investigac­ión o por distintas inquietude­s, uno va tomando caminos. Pero sentía que el que estaba tomando con mi música se estaba alejando de las canciones a las que recurría cuando necesitaba sanar. Por eso, fue como sacarme una mochila y decir:

“¿Qué música necesito hacer ahora?”. Necesitaba a la banda y sacar más mi voz.

—El álbum está atravesado por el pop de finales de los sesenta. ¿Eso es lo que escuchás cuando necesitás encontrart­e con una canción que te salve?

—Sí, totalmente. Eso es lo que mejor sé hacer, pero cuando me encuentro dentro de una etiqueta, me gusta moverme hacia otro lado. Así lo hice en mi tercer disco, que quise escaparle al indie folk con xilofones; luego con Desastres naturales quise escaparle al formato canción tradiciona­l, pero en Canciones de amor para fin del mundo quise volver a todo eso. La frase “salir de la zona de confort”, fue al revés... Si soy buen carpintero, no voy a hacer rejas (se ríe). Ese es el postulado de este disco: dar un paso al costado de lo que venía construyen­do y hacerlo sin culpa. Volví a escuchar a The Strangers, The Kinks y todo lo que pasó desde Los Beatles hasta el comienzo del rock sinfónico. Así me encontré con el músico Sueco Joel Alme, que me tenía una canción que parecía hecha hace 50 años, pero en realidad fue hace 10. Era una letra bien sencilla de amor y con cuerdas. Me di cuenta de que necesitaba hacer eso. En el disco hay influencia­s de Scott Walker, Donovan, Belle and Sebastian y The Divine Comedy, que tiene esa cosa de crooner.

—También trabajaste en la banda sonora de La teoría de los vidrios rotos, donde Humberto De Vargas sorprende al sacar su costado crooner. ¿Cómo fue el trabajo con él?

—Fue increíble porque entendió todo lo que Diego (Fernández, el director )le proponía. Necesitába­mos un cantante de género que tuviera una voz más grande, y Diego me mandó un video de Humberto cantando “A mi manera”. Era lo que necesitába­mos, porque teníamos a Leonardo Favio, Elvis, Roberto Carlos, Julio Iglesias como referencia; la idea era presentar a una especie de Sandro country, pero como si fuera conocido en el interior. Y las canciones llegaron donde están ahora gracias a la voz de Humberto.

—Este jueves y viernes presentás Canciones de amor para el fin del mundo en La Trastienda, y luego empezás una gira por el interior. ¿Cómo va a ser?

—Siempre que pienso en un proyecto me interesa generar un circuito nacional de conciertos, pero sé que no siempre es fácil. He ido bastante al interior con la guitarra, y también viajamos con El Astillero. Lo de este disco empezó como un ciclo de dos meses para hacer ensayos abiertos y naturaliza­r el hecho de estar tocando con la banda. Ahora, darle un cierre al proyecto con dos shows en La Trastienda y una continuaci­ón en torno a cinco departamen­tos, cobra un sentido mucho mayor para la idea del proyecto.

“Canciones de amor para el fin del mundo es un disco irresponsa­ble”, asegura el músico. “Mi música se estaba alejando de la que escuchaba cuando necesitaba sanar”, comenta Deniz.

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