El Uruguay de Jorge Larrañaga
No habría justicia con la figura de Jorge Larrañaga si el reconocimiento a brindarle se restringiera a su impronta o a su condición de caudillo. Fue —y sigue siendo— mucho más.
Tenía un proyecto con una visión completa del Uruguay y dejó un legado ideológico, conceptual, moral, un sueño de país.
A lo largo de su carrera política, tuvo derrotas electorales sí, pero nunca una derrota ideológica ni mucho menos, moral. No hay derrota en luchar por lo que uno cree, y vaya si eso hizo; luchar por un modelo de país. Un proyecto que vertebró en la igualdad de oportunidades.
Esta situación de pandemia que vivimos permitió al presidente Luis Lacalle Pou exhibir en todo su esplendor la trascendencia del valor libertad. El otro pilar sobre el que se construye nuestra noción de justicia, que en definitiva es el motor de la acción política —al menos para nosotros — es la igualdad de oportunidades.
Y ese énfasis es el que definió la visión de país de Larrañaga.
Allí estribó la idea fuerza de la descentralización: porque el lugar de nacimiento no puede determinar el destino. A lo largo de sus años de servicio público, bregó por la construcción de un país más integrado, buscando el desarrollo nacional asociando al desarrollo regional y local, incluso promoviendo federalizar cometidos estatales, y procurando siempre descentralizar la “caja” del Estado.
Siempre luchó contra la lógica centralista y el “urbanismo” ideológico. Concebía al país como un todo. Quería darle al interior similares oportunidades que la capital, superando el modelo unilateral y hemipléjico, concentrador, centralista, que posterga y excluye. Pretendió en todo momento romper con las visiones limitantes, limitadas y parciales de contraponer Montevideo-ciudad con el Interior-campo, porque era sabedor que no era ni viable ni posible un país que renuncia a parte de sí mismo.
Por esa convicción en igualar oportunidades, defendió siempre la educación pública: porque una educación pública de calidad es la mayor herramienta redistributiva de un país.
Colocó en la opinión pública el asunto educación como lo que es, una cuestión de Estado. Viajó a Finlandia para aprender de su sistema educativo, promovió un histórico acuerdo nacional por la educación, que suscribieron todos los partidos y que luego se frustró por razones que no vienen al caso hoy, pero él hizo su parte.
Incluso en la propuesta en materia de seguridad se observa esa arista: el que menos tiene padece de otra manera la inseguridad. No puede poner alarma, le costará más reponer un bien robado, etc.
Sin condiciones de igualdad en las oportunidades, de acceso a los derechos, no hay plenitud de justicia en una sociedad. Por esa filosofía es que promovía la construcción del Hospital del Cerro, o la creación de la Ciudad Universitaria
para albergar a 1.000 estudiantes allá por el año 2000.
Y por todo ello era consciente del rol activo del Estado para compensar si fuera necesario, y potenciar la sociedad con libertad e igualdad. Un Estado que se haga cargo de las necesidades redistributivas insatisfechas que ha tenido el Uruguay.
Comprendía al país abierto al mundo, conocía la identidad agroexportadora del país y la trascendencia del “campo” como modo de vida.
Con una visión social de la economía y del mercado, en el sentido wilsonista consignado en “Nuestro Compromiso con Usted” cuando llamaba a “humanizar las relaciones económicas entre los hombres”.
Y tuvo una concepción ética del deber. El deber como imperativo, que lo llevaba a asumir las responsabilidades a plenitud. Como expresó cuando aceptó la candidatura a la Vicepresidencia de la República en 2009 “la libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino que la libertad consiste en lo que uno debe. Porque tenemos arraigado el concepto del deber, que marca que uno debe hacer lo que se debe hacer —con la simpleza de lo categórico y lo incondicional—… lo demás ya no le pertenece, lo demás queda de lado…”.
Combatiente y resiliente, su compromiso lo llevó siempre a no medir en la entrega, lo llevaba al límite del esfuerzo, no un día ni dos, todos sus días fueron para el servicio público.
Como supo decir, no hay triunfos sin sacrificios y hay sacrificios que ya son triunfos, y vaya si él se sacrificó para servir a sus compatriotas, vaya si fue un triunfador de la vida.
Jorge Larrañaga dejó el rumbo trazado.
Siempre luchó contra la lógica centralista y el “urbanismo” ideológico. Concebía al país como un todo.