IGLESIAS: “EN URUGUAY NO HAY SEÑALES DE GRIETA”
A sus 90 años, Enrique Iglesias pasa sus días entre homenajes y una agenda tan abultada como siempre. Vive nueve meses en Uruguay y tres en España, donde sigue ejerciendo la docencia e integrando grupos de discusión acerca del futuro y sus problemas. Aquí un perfil sobre un hombre que dedicó su vida a cumplir misiones imposibles.
parece una necesidad vital que ni siquiera la vejez detiene. Entre las respuestas que redactó para este artículo —que revisó, y después volvió a revisar, hasta quedar conforme—, confiesa: “Estoy muy obsesionado en repetir que estamos en un cambio de época de impresionantes repercusiones que somos incapaces de identificarlas en su totalidad en estos momentos. Hay que prepararse. Hay grandes desafíos, pero igualmente enormes oportunidades. Eso hay que decírselo a las jóvenes generaciones, para que se preparen para construir y se orienten en el nuevo mundo que será su mundo.”
Allí, adelante, pone su mente y su corazón. Para no despistarse, mantiene una rutina cargada de actividades que comienzan cada mañana en su oficina en la Fundación Astur y se extienden hasta pasado el mediodía. A diario recibe visitas en su despacho —presenciales o virtuales— y después sigue recibiéndolas en su hogar. No descansa.
Entre la larga fila de postulantes que le solicitan un encuentro, prioriza a los estudiantes. Los estudiantes siempre estuvieron primero. Su gusto por la docencia se mantiene intacta desde el día en que “un buen” profesor de literatura le permitió dar algunas clases, “para tormento de mis compañeros”, bromea.
Ahí empezó todo.
EL ENCANTADOR DE SERPIENTES. Tal vez aquel profesor haya visto en el adolescente ese indicio de excepcionalidad que después fueron descubrieron los otros que colocaron a Iglesias en todos los lugares relevantes a los que un experto en economía podía aspirar, menos la Presidencia de la República. Aunque los rumores dicen facultad y le abrieron las puertas”. Fue a comienzos de 1950. Dentro de la facultad, a un puesto le sucedía otro más relevante, hasta que pasó a integrar un selecto grupo de docentes que comenzaron a enseñar la economía de forma diferente, “más profesional”, suelta Iglesias con modestia.
Como un seductor, “como un encantador de serpientes”, dicen que era visto cuando comenzó a dar clases, en cuyas aulas tuvo de alumnos a futuros ministros de Economía como Danilo Astori, Alberto Bensión y Ricardo Zerbino, y a figuras como Alberto Couriel y Sergio Abreu, entre otros. “Nosotros no estaríamos acá si no hubiera sido por él”, dijo Astori durante un homenaje organizado por el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social para ilustrar la importancia que tuvo como docente. “Su proximidad con el estudiante, la empatía y la simpatía que luego le fueron tan importantes para resolver problemas ya estaban ahí”, agregó Zerbino en el mismo evento.
Una de las tantas anécdotas que rodean a Iglesias cuenta que después de clases entregaba pedidos para el almacén. Conducía una pesada bicicleta de hierro con un canasto donde cargaba la mercadería de los clientes. Una tarde, le abrió la puerta un alumno.
—¿Es usted profesor? —le habría dicho, anonadado.
Como una revelación, a partir de ese momento Iglesias dio un paso al costado del negocio familiar. Era demasiado joven, pero la profesión ya le señalaba un rumbo cada vez más certero. A los 24 años, dirigió el Banco Territorial y protagonizó la primera fusión de bancos privados (Unión de Bancos de Uruguay). En simultáneo, desde 1960 el ministro blanco Juan
Además, la CIDE se convirtió en un esfuerzo conjunto de empresarios, trabajadores y políticos de todos los partidos. Iglesias seleccionó a un grupo de técnicos extranjeros y de jóvenes profesionales, en su mayoría exalumnos suyos, de distintas ideologías, como Zerbino, Astori, Abreu y Couriel. “Recuerdo que trabajábamos por la mañana, en la tarde y a veces también nos pedían que fuéramos por la noche e íbamos felices. Enrique siempre fue muy generoso y muy abierto a escuchar tus ideas aunque no coincidieran con las suyas. Tiene la habilidad de sentarse a conversar con liberales e intercambiar ideas liberales, y sentarse con progresistas y proponer ideas progresistas”, dice Couriel, el exsenador del Frente Amplio.
Apenas un par de semanas atrás, Iglesias y Couriel se reunieron. Tal y como hace 60 años atrás en los rincones de la facultad, Iglesias preparó café y repasó con quien fuera su alumno la situación política de la región. “Él te llama habitualmente por teléfono y su primera oración es preguntarte cómo estás viendo la situación. Te escucha por unos momentos y entonces empieza a hablar él”, cuenta Couriel.
Como siempre ha hecho, Iglesias busca opiniones de personas que ven el mundo desde posiciones diferentes. Ignacio de Posadas, exministro de Economía en el gobierno de Luis Alberto Lacalle, también recibe las llamadas. “Qué me decís de la situación en Argentina, o qué me decís de lo que pasa en Perú, te dice, y así se saca temas de encima”, describe.
La misma pregunta debe estar planteando ahora mismo en algún aula en España, a donde viajó como cada año durante tres meses, a ejercer la docencia y participar de grupos de discusión sobre
temas económicos y políticos de la región. “América Latina está presente en la vida y el debate en España”, aclara en un mail.
VALENTÍA EN LA OSCURIDAD. En la década de 1970, la vida de Iglesias volvió a transformarse. Fue designado secretario ejecutivo de la Cepal, con sede en Chile, durante el gobierno de Salvador Allende, y allí se mudó junto a su madre Isabel. “En ese momento, como ahora, si te metías con la Cepal tenías un problema gordísimo”, contextualiza una fuente. Otra de las anécdotas que rodean a Iglesias dicen que el día del brutal golpe de estado que llevó a Augusto Pinochet al gobierno, un grupo de militares entró a la oficina con la intención de desalojar a los funcionarios de Naciones Unidas. Pero Iglesias, “con esa habilidad para saber decirle a cada persona eso que está queriendo escuchar para así manejar la negociación”, mantuvo su templanza. “¿Cómo es posible que ustedes, que tienen la mejor fama entre los militares de la región, quieran desalojar a un organismo que representa a toda América Latina?”, les habría dicho.
“Fue brillante. Les empezó a hablar de honor militar y de disciplina y los convenció”, comenta la exvicecanciller María Bernabela “Belela” Herrera sobre esta historia. Por aquel tiempo ambos vivían en Chile e Iglesias le ofreció integrarse como funcionaria de la Agencia de la ONU para los Refugiados, una tarea de evidente alto riesgo. En Chile se estimaba que había unos 10.000 extranjeros, de los cuales miles no habían podido asilarse en embajadas, y había que encontrarlos y sacarlos hacia otros destinos, con quienes había que negociar la eventual acogida, además de recepcionar cientos de denuncias por violación a los derechos humanos.
“Varios países le ofrecieron a Enrique mudar a la Cepal, pero él se negó con valentía. Le salvó la vida a muchísimas personas”, dice Herrera. Incluso, revela que Iglesias intentó crear en Uruguay una oficina que pudiera proteger a las personas perseguidas por el régimen, pero no tuvo éxito. La amistad entre ambos perduró a lo largo del tiempo, como suele pasar con quienes Iglesias cruza en su camino. Para celebrar los 90 años, almorzaron juntos y Herrera lo acompañó al homenaje que se le realizó en el Parlamento unas semanas atrás. En el camino de vuelta a sus hogares, él le dijo algo así como que había tenido mil homenajes, pero como ese nunca. “Lo tocó muy hondo”, dice su amiga.
UN AMIGO EN CADA AEROPUERTO. En 1985, el retorno de la democracia devolvió a Iglesias a Montevideo. Por los vínculos internacionales que había desarrollado y por su cualidades personales —eso de ser “un encantador de serpientes” y dotar a cada conversación con una enorme dosis de amabilidad—, siguiendo la sugerencia de Wilson Ferreira Aldunate, Sanguinetti le ofreció la cancillería.
“Tenía dudas y preocupaciones frente a la responsabilidad de la invitación. Pero por el otro lado, estaba el gran atractivo de ayudar a la democracia, y poder apoyar al gobierno en restablecer sus relaciones internacionales era muy tentador”, recuerda Iglesias.
En ese momento estaban cayendo las dictaduras en la región. Argentina iba en vías de reconstruir su institucionalidad “pero con grandes turbulencias”, Chile y Paraguay todavía no avizoraban una salida, y Brasil era junto a Uruguay los que estaban más encaminados, analiza Sanguinetti. “Era fundamental no solo para nosotros sino para la región que la transición uruguaya fuera un éxito. Enrique entendió la enorme significación del paso que daba y por eso nos honró aceptando”, dice el expresidente.
Por aquellos días, Iglesias era el primero de los ministros en llegar a su despacho. A veces a las siete de la mañana, otras veces a las seis. Si no estaba en la oficina estaba viajando, una práctica que luego se multiplicó cuando asumió la dirección del BID y que provoca que De Posadas diga que “ningún piloto tiene más horas de vuelo que Enrique”.
Tanto viaje trajo amigos por doquier. Quienes lo acompañan en estas andanzas cuentan que no importa el aeropuerto, no importa la hora, siempre hay alguien que lo reconoce y con distintos acentos lo sorprende exclamando un prolongado “Enriiiiique”. Tal es así que, en la época de la cancillería, Sanguinetti le apostó que nunca se subiría a un avión sin un encuentro previo en las salas de espera; dicen que todavía tiene esta apuesta ganada.
Desde la cancillería, Iglesias volvió a vincular a Uruguay con parte del mundo, promoviendo el diálogo entre los presidentes de Uruguay, Argentina y Brasil, apoyando al Grupo Contadora (por la paz en Centro América), apostando al relacionamiento con China y presidiendo la Ronda Uruguay del GATT en Punta del Este, que dio origen a la Organización Internacional de Comercio.
“Yo estuve ahí. Recuerdo que era un clima de velorio. Cientos de países que no se ponían de acuerdo. Parecía que no había salida, pero Enrique seguía y seguía. A la mañana siguiente los convenció a todos y firmaron”, relata De Posadas sobre la negociación del GATT. Otro testigo de esta y de otras instancias similares, cuenta que llamaba la atención la energía de Iglesias para seguir negociando por horas sin perder el optimismo y el buen humor: “Parte del truco es encerrarlos y no dejarlos dormir, se los gana por cansancio”.
LA PRÓXIMA MISIÓN. Entre los organismos internacionales de financiamiento, el BID tiene la fama de ser “el banco bueno”, por el perfil de las políticas de apoyo que promueve y por los requisitos que pide para asegurarse que el dinero prestado le sea reembolsado. La carrera de Iglesias se catapultó cuando fue electo y reelecto para su presidencia a lo largo de 17 años, desde 1988 hasta 2005. Se instaló en Washington, Estados Unidos.
“En ese momento el BID tenía recursos muy limitados y una presencia bastante desdibujada en América Latina. Enrique recorrió el mundo convenciendo a los gobernantes para lograr la recapitalización, que es esencial para un banco. La consiguió y eso le dio un dinamismo muy grande”, resume De Posadas.
Durante su administración, Iglesias se guío por la consigna de quien había sido el primer presidente, que advertía que el BID debía ser algo más que un banco: “Yo asumí ese mensaje y procuré incursionar en nuevos temas novedosos para el apoyo del banco”. La causa indígena, las pequeñas y medianas empresas, el apoyo a la cultura fueron algunos, así como la introducción de políticas ambientales y sociales que estipulan la consulta a la sociedad civil como un requisito para promover determinados proyectos.
La impronta renovadora que le dio al BID, lo hizo merecedor de decenas de reconocimientos en universidades que lo nombraron Doctor Honoris Causa, diversos gobiernos le dieron el título de Caballero, varias ciudades lo nombraron Hijo Predilecto, hubo reyes que lo premiaron por sus méritos y en España hay un galardón que lleva su nombre.
Según se pudo reconstruir para este informe, Iglesias quería dejar el BID a comienzos de la década de 2000 pero —ante la llegada de las distintas crisis económicas en la región— aceptó el pedido de varios gobernantes de que se mantuviera en el puesto. Y eso hizo hasta que en 2005 fue nombrado secretario general iberoamerise cano, cuya función es coordinar y gestionar las cumbres iberoamericanas, ámbito esencial para promover la cooperación entre estados: su especialidad.
Mientras estuvo en ese cargo, lo instalaron en Madrid, en un departamento en la Plaza de Oriente frente al Teatro Real donde se dio el gusto de ver tanta ópera como pudo.
En 2014, cuando dejó ese puesto, en Montevideo lo esperaban las gestiones en la Fundación Astur que en ese momento creó con el objetivo de reconocer el conocimiento y también trabajar en una concepción de vejez activa. Son unas 250 las personas mayores que participan de sus actividades.
En 2019, la Alta Representante del bloque para Política Exterior de la Unión Europea, Federica Mogherini, eligió a Iglesias para promover la paz en la convulsionada Venezuela de Nicolás Maduro. Un desafío mayor. “Quizás me ubicaría como un reconciliador”, dice el contador respecto al adjetivo que mejor describe su don para lograr lo imposible. “Me gusta más buscar coincidencias y ayudar a superar las diferencias”, insiste. Por esta razón, sigue manteniendo una lejanía saludable con los distintos partidos políticos en Uruguay. “Mi prioridad ha sido hacer cosas útiles para el país y en ese propósito me concentré y colaboré con todos los partidos. Me siento más útil al país así”, reconoce.
Mientras pasa los días preparando los discursos que dará en los homenajes que recibe y en las conferencias a las que sigue siendo invitado, sus amigos dicen que junto a ese futuro que lo obsesiona y para el que Iglesias advierte que habrá que prepararse, hay una gran deuda que quiere saldar: culminar la construcción del espacio cultural Federico García Lorca, cuya obra lleva años dormida en Avenida Brasil en Pocitos.
En marzo de 2022 Uruguay será sede, por segunda vez en su historia, de la Asamblea Anual del BID. Estaremos en la vitrina del mundo. El hombre de las misiones imposibles tiene seis meses para cumplir con su objetivo.
En tiempos de dictadura, distintos países le ofrecieron mudar la Cepal de Chile, pero él se negó y salvó vidas.
“Me veo como reconciliador; me gusta más buscar coincidencias y ayudar a superar diferencias”, dice.