El Pais (Uruguay)

“NUNCA HAGO REVERENCIA­S A NADIE”

El actor y conductor va a presentar Superviven­cia, el 14 de octubre en el Teatro de Verano

- FERNÀN CISNERO

Entrevista a Gustaf antes de presentar “Superviven­cia” en el Teatro de Verano.

—Es un formato y hay que hacer tal o tal cosa, pero lo que hay adentro (menos las preguntas), si me dicen que haga lo que quiera, como me dijeron, está bárbaro. —¿Y cómo se consigue esa independen­cia?

—Generando confianza a través de un camino artístico. A mí me dijeron explícitam­ente que si en el programa quería actuar, que actuara. Los que están editando el programa se matan de la risa, así que sigo. Todo pasa por la aceptación popular. Claro que no es lo mismo que lo haga ahora con 25 años de carrera que al principio. Pero es esa certificac­ión la que me da carta blanca. —Ya que estamos, ¿no son medio fáciles las preguntas?

—Hay de todo. Está aquel que sabe mucho y le erra en el primer escalón y es un efecto dominó y hay quien no sabe tanto y pegó dos dobles y está en el séptimo escalón.

—¿Esta continuida­d en la televisión le cambió el vínculo con la gente?

—La televisión legitima y amplifica eso que se puede llamar “popularida­d”. Por más que ya estés “instalado”, el público que te ve como un artista popular —un título que a mí me encanta— tal vez se agrande temporalme­nte con un programa en horario central. Y eso se ve en la calle. Antes te saludaban tres, ahora son seis. Sacar una foto, grabar

—Da muchas entrevista­s pero nunca habla de su vida privada. —Elegí no hablar de eso. En todo caso, me pregunto, ¿qué es lo privado?

—¿Es casado, tiene hijos?

—No. Tengo 45 años, soy soltero, no tengo hijos. Nunca ventilé esas cosas. Me aburre un poco hablarlo y no me interesa eso de la prensa de corazón. A mí me interesa, como artista, trascender desde la tarea pública.

—Y nunca su pronunció políticame­nte, además.

—Creo más en la ética que en la política. Eso ha sido histórico en mí. ¿Qué gano? ¿Qué le hago ganar a los demás? Sin embargo lo ético lo aplico en qué puedo hacer yo por el otro con mi arte. Me interesa más la conexión entre el artista y el espectador. No quiero llegarle a la mente, sino al alma. Primero entretener­lo, conmoverlo y luego hacerle una pregunta. —En ese sentido, ¿cuánto piensa su figura pública?

—Las cosas que hago en radio o en televisión, las hago si se dan dos condicione­s. Una es que en el momento en que lo estoy haciendo sienta felicidad, a la mínima rajadura de incomodida­d no lo hago más. Y soy muy detallista, obsesivo y autoexigen­te, que es un tema aparte que me genera un montón de problemas personales y hasta de salud. La otra condición es el control artístico. Sin esas dos cosas, no hago nada. —¿Y cómo aplica eso a un formato como Los 8 escalones? un video con la gente, eso requiere una atención de 24 horas para la que estoy siempre dispuesto. Me fascina. No me molesta porque cuando no pase, algo que creo no va a suceder... —¿Perdón? ¿nunca se va a terminar su popularida­d?

—Tengo un vínculo maravillos­o con el público porque me brindo por entero en todo. Si esto fuese fútbol sería el jugador que más allá del talento se da por entero y tranca con la cabeza. El que me va a ver sabe que después de un espectácul­o termino fundido en el camarín. Y después de grabar Los 8 escalones terminó fundido. Y ese compromiso incluye que si me saludan en la calle, atiendo. Es como tener una farmacia 24 horas abierta.

—Viene de un hogar obrero, ¿cómo incide eso en su ética de trabajo o en sus miedos?

—Mis padres vienen de infancias durísimas. Mi padre empezó a trabajar a las nueve años; fue hasta quinto de escuela. Esos orígenes tenían que ver con la miseria y es un miedo que queda en los genes. Eso de que capaz que no tengo para comer o el miedo a estar de nuevo en la miseria. Conozco ese temor pero cada vez viene menos. A medida que avanzás en un camino hay cierta certificac­ión. No se planifica un Teatro de Verano cuando se arranca pero ahora sí porque alguien hay del otro lado. La miseria me ha hecho también agradecer y valorar lo obvio. Mi viejo siempre decía este es el mejor café con leche porque no sabés qué va a pasar. ¡Un año me crié a café con leche y corned beef! Todo eso lo valoras.

—Empezó estudiando con Restuccia y Cerminara, y hoy está en televisión o con espectácul­os como el del Teatro de Verano. Son cosas que en su momento podrían haber sido vistas como ceder.

—Mantengo lo de no transar o transar lo menos posible. En los cinco años que no hice televisión tuve propuestas. Pero vi que iba a transar felicidad. Si no hubiese hecho esa escuela no sería este actor o no pasaba nada conmigo. Cuando ibas a entrar en esa escuela te decían que eran unos degenerado­s, que no ibas a aguantar. Eran los gitanos del teatro. Yo me puse Gustaf por un monólogo que se llamó El cine

de la locura, que hacía todo con frascos, un monólogo en el piso para mis compañeros. Le dije Alberto (Restuccia) voy a hacer un monólogo capaz, que no cae bien y el me dijo que le diera para adelante. No sé si soy alguien culto, pero lo poco que soy se lo debo a que aprendí ahí que el artista tiene que ser un detective. Y también esa cosa de que tampoco te importe qué es lo que pueda funcionar.

—¿Y dónde cree que se mantiene la ética de aquel muchacho?

—Capaz que en la irreverenc­ia: nunca hago reverencia­s a nadie.

“Una condición para hacer cosas es que sienta felicidad cuando las hago”. “Si esto fuese fútbol sería el jugador que más allá del talento, tranca con la cabeza”.

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