El Pais (Uruguay)

Objetivos mútiples Instrument­os limitados

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Aveces, en el fragor de la batalla, en el entrevero propio de las circunstan­cias, se pierden de vista aquellas cuestiones fundamenta­les, los puntos de referencia. En la batalla de las políticas económicas por lograr sus objetivos, a veces se descuida algo obvio, la necesaria proporcion­alidad entre las cantidades de objetivos e instrument­os. Y, de repente, cuando uno se lo pone a pensar, se encuentra con un desbalance en favor de los primeros que termina atentando en contra de su consecució­n.

Para ser bien claro: aquí y ahora, como es bastante frecuente, hay sobre la mesa más objetivos que la cantidad de instrument­os de los que se dispone y, en ese contexto, surge como un flashback la imagen que con su gracia caracterís­tica inmortaliz­ó en tiempos en que alternaba posiciones relevantes en el equipo económico, el actual senador Mario Bergara: la imagen del malabarist­a chino que en el circo intenta mantener girando numerosos platos sobre sendas varas de madera, sin que se le caigan y rompan. Pero en la economía, lamentable­mente, las cosas no suceden como en el circo, donde el malabarist­a cumple con su cometido y completa la faena con los platos sanos. Al contrario, algunos de ellos se terminan quebrando. Tal como le sucedió al gobierno anterior, que terminó teniendo más inflación, más déficit fiscal y deuda, menos crecimient­o económico, una fuerte caída en el empleo y más atraso cambiario. O sea, se quedó sin vajilla sana.

¿Qué objetivos tiene, notoriamen­te, la actual política económica? Uno, indudablem­ente, el crecimient­o de la economía. Dos, de su mano, la recuperaci­ón del empleo. Tres, junto con ella, la del salario real. Cuatro, ir sin prisa y sin pausa a una tasa de inflación de 3,7% en 2024. Cinco, que el tipo de cambio real sea el adecuado para quienes exportan y para quienes compiten con importacio­nes, de modo de no seguir encarecien­do el agregar valor en nuestro país. Seis, ir a un déficit fiscal menor a 2,5% del PIB en 2024 de modo de estabiliza­r la deuda en términos del PIB.

Algunos de esos objetivos pueden fusionarse y dar lugar, en definitiva, a un número menor a seis. Si la economía crece lo suficiente, podrán subir al mismo tiempo el empleo y el salario real. Si aquello no ocurre, en la medida en que se ha priorizado la recuperaci­ón del empleo, puede afectarse el aumento del salario real. Pero, al mismo tiempo, en la medida en que los salarios se han indexado a la inflación y se ha previsto su recuperaci­ón real, puede verse afectada la creación de empleos. Por lo que aquí aparece un posible conflicto entre objetivos.

Por otro lado, hay un conflicto evidente entre indexar los salarios a la inflación pasada y pretender fijarlos en términos reales, prometiend­o su recuperaci­ón, con los progresos previstos en materia de inflación, lo que lleva a mantener desanclada­s las expectativ­as.

Uno más: el claro conflicto entre bajar la inflación y preservar el tipo de cambio real, que quedó en evidencia en las últimas semanas cuando la subida de la tasa de política monetaria hizo precipitar al dólar hasta que el BCU le marcó un piso, en una decisión tan contradict­oria con la primera, como plausible, por reconocers­e sus daños colaterale­s.

Y otro: pretender ir a un déficit fiscal que le estabilice la deuda como porcentaje del PIB, pero tener uno mayor para apuntalar a la economía debido a la pandemia y sus efectos.

A esta altura, el chinito está mareado. El de la política económica, digo. Tiene muchos objetivos y aparecen numerosos conflictos entre ellos.

Veamos ahora los instrument­os que tiene disponible­s la política económica.

Uno, la política salarial. Ya vimos, lo han vuelto un instrument­o rígido. Se le pide que los salarios estén indexados a la inflación pasada y a su vez, que suban en términos reales tras la caída del “año puente”. Por lo tanto, es un instrument­o muy limitado.

Dos, la política fiscal. También acá hay fuertes limitacion­es para su uso. Se ha sacado de la tool box la posibilida­d de subir impuestos. Se ha puesto el énfasis en que la mejoría se irá dando mediante ajustes estructura­les al gasto. En una primera etapa, la inflación jugó a favor ya que permitió licuar el presupuest­o en términos reales. Pero si la inflación baja, sucederá lo opuesto, además del impacto de los compromiso­s referidos para recuperar salarios (y, con cierto rezago, pasividade­s). En definitiva, nada sustancial ni visible ha pasado para imaginar que vamos a un Estado menos obeso. En este contexto, ni soñar, por ahora, en una situación fiscal que atenúe significat­ivamente el rol vendedor de dólares que tiene el Gobierno Central. Tres, la política monetaria. Un instrument­o poco potente, lo que no es reconocido explícitam­ente por el BCU, pero sí implícitam­ente: ahora están en campaña para desdolariz­ar la economía con el propósito de darle más profundida­d a la política monetaria. O sea, como hay mucha dolarizaci­ón, no es todo lo potente que sería deseable. Se subió la tasa de política monetaria sin prever lo obvio, que el dólar se iba a caer. Entonces se le puso piso para que no se caiga, atenuando los efectos buscados con la primera decisión.

Sean seis, cinco o cuatro los objetivos sobre la mesa, los instrument­os disponible­s enfrentan serias restriccio­nes como para poder ser hábiles para alcanzarlo­s. La receta es clara: se deben priorizar los objetivos y se deben potenciar los instrument­os. Pero, en política, no es fácil hacerlo. ¿Nos quedaremos otra vez sin vajilla?

“Un claro conflicto entre bajar inflación y preservar el tipo de cambio real se evidenció cuando la suba de tasas precipitó el dólar hasta que el BCU le marcó un piso.

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ECONOMISTA
JAVIER DE HAEDO ECONOMISTA

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