TIENE 93 Y TERMINÓ PRIMARIA
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En su mayoría asisten personas de mediana edad. “Hay que trabajar de forma individual y considerando las competencias que desarrollaron para ser funcionales. Podés tener a una persona de 14 años compartiendo el aula con una de 60, con otra con alguna discapacidad y cada una avanza a su ritmo”, plantea Grosso.
Todos pueden aprender, “sin excepciones”, asegura. “Algunos aprenden en tres meses y se van, otros en un año, otros terminan Primaria y deciden cursar Ciclo Básico, que es el destino ideal que buscamos para estos estudiantes”, dice la directora. ¿Qué tanto abandonan los alumnos? “La deserción es muy baja, suele deberse a problemas de salud o de trabajo”. ¿Y los maestros? “Los maestros están preparados para enfrentar estas dificultades, no suelen renunciar al trabajo con jóvenes y adultos porque acá te encontrás con un mundo distinto que te mueve el piso”.
ESTUDIAR A LOS 93. Se puede, a pesar de todo, vivir sin las letras, pero de los números no se huye. “Yo a la plata la conozco”, dice Pablo para explicar cómo paga sus facturas y cómo cobra cuando cobra. También están los números de las líneas de ómnibus, un atajo para lidiar con el otro terreno que se debe conquistar sin la lectura: los nombres de las calles.
Lo que hace Pablo es recorrer y memorizar la imagen de los lugares clave.
—Tu me pasás una dirección y yo le pido a un amigo que me lo busque en el GPS. En el GPS busco la calle y reconozco los lugares, una plaza, un bar, otra calle a la que ya fui. Me ayuda la memoria fotográfica, digamos.
“No enseñamos el abecedario ni los problemas de matemática son planteados como en la escuela, buscamos una metodología que tenga que ver con la vida práctica de los alumnos y así nos enteramos de las estrategias que arman para ocultar el analfabetismo”, cuenta Grosso.
De acuerdo a un informe al que accedió El País, en 2020, debido a la pandemia, la concurrencia a los cursos presenciales así como las postulaciones para la acreditación de saberes de Primaria se redujeron 40% respecto a años anteriores. En total, suman 1.340 los que culminaron Primaria (1.822 lo hicieron en 2019).
Según este registro, 154 personas promovieron Primaria asistiendo a los cursos. Además, 605 realizaron la prueba de acreditación de saberes en el interior del país, a los que se suman 291 privados de libertad (tanto menores como mayores). En tanto, en Montevideo suman 290, de los cuales 156 son reclusos.
Entre los que lograron la acreditación, la franja etaria más voluminosa es la comprendida entre los 31 y 50 años. Desde la dirección, lo asocian a la necesidad de conseguir empleo. De hecho, un grupo de empresas de seguridad solicitaron un período de prueba fuera de plazo para algunos de sus empleados. Otra de las poblaciones que gana peso en estos programas son los migrantes. Tal es así que desde 2018, tres veces a la semana, en la sede de la ONG Idas y vueltas funciona un espacio de fortalecimiento de habilidades de lectura y escritura.
“Generalmente hacemos los currículum para ayudarlos en la inserción laboral y cuando se pide la historia escolar es que surge que muchos dicen “no pude, trabajo desde muy chico”, otros que como nunca escriben ni leen olvidaron cómo hacerlo, y también hay gente formada que no tiene cómo conseguir los documentos acreditados en su país de origen entonces elige este camino”, explica Rinche Roodenburg desde Idas y vueltas.
La mejor vía de divulgación del trabajo de esta dirección es el boca a boca. En Trinidad, Flores, en julio pasado se abrió un espacio y en agosto celebraron la primera generación de alumnas que terminaron Primaria. “A los pocos días se acercaron más interesados y recibimos consultas de hijos de personas mayores para averiguar”, dice la maestra Eloísa Escondeur.
¿A qué núcleo falta llegarle? “A los que creen que no van a poder y viven el analfabetismo como un fracaso, como un estigma. Cuando empiezan a dominar las letras, la percepción de uno mismo cambia. Las alumnas que tuve me comentaron que ahora pueden acceder a la información no solo para leerla sino para entender. Vienen con el propósito de educarse para buscar empleo, pero la realidad es que cambia hasta la forma en que ven el informativo. Por ejemplo, después de aprender los porcentajes entienden las gráficas que antes no sabían interpretar”, cuenta la maestra.
En agosto pasado, le tocó darle clases a su bisabuela de 93 años. Aunque son pocos los adultos mayores que llegan a estas aulas, el índice de analfabetismo se duplica entre los que superan lo 65 años y, en general, en la población rural.
Del otro lado del teléfono, Blanca Ida Saavedra atiende con entusiasmo. Siempre le gustó ir a la escuela —cuenta—, pero pudo estudiar hasta tercero.
—Éramos nueve hermanos. Mis padres nos necesitaban para trabajar en la chacra. Nos mandaban de a dos, hacíamos hasta tercero, y nos sacaban para ir a sembrar maíz y ayudar con el arado. —¿Qué era lo qué tanto le gustaba? —Cada cosa. Nunca faltaba. Caminaba tres kilómetros para ir y como solo tenía un par de zapatos me descalzaba y hacía todo a pie. Al llegar a la escuela había una tina donde me lavaba los pies, me ponía los zapatos y entraba a la clase. —¿Le alcanzó el tiempo para aprender? —A leer y a escribir. Siempre me encantó leer. Hasta diarios viejos leía yo. Mi marido no pudo ir a la escuela entonces yo era la que llevaba las cuentas y leía en mi casa. A mí me hubiera gustado ser maestra, por eso a mis cuatro hijos les insistí con el estudio y una hija mía fue maestra e inspectora y mi bisnieta también enseña. Me pasa a buscar y vamos juntas a la escuela. Voy tres veces por semana y estoy más feliz, me distrae y la mente no se me achica tanto. El asunto es que veo poco, entonces le pido que haga las letras y los números grandes y que no use lápiz conmigo, si no tinta.
Este lunes, cuando terminen las vacaciones de Primavera, Blanca volverá a las aulas. Pasó a liceo. Está preparándose para cursar el Ciclo Básico en un año, cuando cumpla los 94.