Salir del poder por la puerta grande
La canciller Angela Merkel admitió la parte de razón que tiene la vereda opuesta y las incorporó a su agenda de gobierno.
El cálculo de las constantes de velocidad de las reacciones elementales en los hidrocarbonos simples”, se tituló la tesis con que se doctoró en Química Cuántica en la Academia de Ciencias de Berlín. A la licenciatura en Física de la Universidad de Leipzig también la obtuvo con notas sobresalientes. Pero para alcanzar el doctorado, en la RDA había que acompañar la disertación final con un ensayo sobre marxismo-leninismo. Y que a ese trabajo lo aprobara con un modesto “suficiente” prueba que, para ella, las teorías de Marx y de Lenin no eran científicas como proclamaban sus autores.
Si el partido comunista hubiera contrastado la excelencia de sus trabajos científicos con la pobreza de sus ensayos ideológicos, se habría dado cuenta de que la afiliada Angela Dorothea Kasner no creía en el “socialismo científico” que en la RDA imponían Walter Ulbricht y Erich Honecker.
Ni bien el totalitarismo quedó sepultado bajo los escombros del Muro de Berlín, tiró el carné y corrió a afiliarse a la Unión Cristiano Demócrata (CDU), el partido de los conservadores alemanes. En ese momento comenzó a gestarse un fenómeno político imponente: el liderazgo de la mujer que superó los récords de permanencia en el poder de Konrad Adenauer y Helmut Kohl.
Pero el rasgo más relevante de la líder que está dejando el escenario político, fueron sus cambios de posición y el rol de su humildad en la conducción.
Llegó al poder con convicciones moldeadas en el cristianismo luterano del que su padre era pastor, y en el conservadurismo que abrazó tras la reunificación. Su mentor fue quien lideró la absorción de la RDA por la RFA: Helmut Kohl. Por eso comenzó su gestión con reticencias hacia la diversidad sexual, con medidas para reducir la inmigración y con recetas de ajuste y austeridad frente la crisis financieras del 2008.
Por entonces muchos hablaban de “die frau aus eisenstahl”, la “mujer de acero”, que parecía el reflejo alemán de la “dama de hierro” Margaret Thatcher.
La diferencia entre Merkel y Thatcher, es que la británica creció, gobernó y murió aferrada con rigor fundamentalista al conservadurismo que le transmitió su padre, un predicador metodista. En cambio Merkel fue abriéndose a la lógica del feminismo y a la comprensión de la diversidad sexual. También fue girando hacia un humanismo que la llevó, de expulsar inmigrantes, a abrir la puerta de Alemania a la ola de refugiados que provocaron las guerras en Irak y Siria.
Pero lo que entendió es lo que la convirtió en una estadista admirada: la necesidad de defender el centro, conjurando el avance de las radicalizaciones y el surgimiento de engendros demagógicos por izquierda y derecha. Por eso hizo lo que antes habían hecho socialistas como Felipe González y Mitterrand. Admitió la parte de razón que tiene la vereda opuesta y las incorporó a su agenda de gobierno.
Más allá de sus errores y falencias, Angela Merkel se atrevió a correrse hacia el centro y reivindicarlo, en un tiempo de radicalización y anti-sistema. Por eso deja el escenario político con la apatía de los populistas, la ultraderecha y el conservadurismo duro, y aplaudida por el progresismo centrista y los socialdemócratas del mundo.