El Pais (Uruguay)

SIN TIEMPO PARA MORIR

Espera larga bien recompensa­da

- FERNÁN CISNERO

Hoy se estrena la nueva de James Bond que despide a Daniel Craig de la saga

Parecido no es lo mismo incluso para algo que siempre se parece tanto a sí mismo como una película de James Bond. Y eso justifica sus 60 años de permanenci­a en el inconscien­te cinematogr­áfico de la humanidad.

Quizás por eso pasan cosas cuando uno va a ver Sin tiempo para morir 007, que se estrena hoy en cines uruguayos y del mundo. Cuando se escucha en sonido Dolby Stereo, el leit motiv clásico de John Barry, sonando sobre el león de la Metro en pantalla ancha. O cuando se ve a Bond caminar, girar hacia nosotros y dispararno­s. O con los créditos siempre luminosos, sensuales y esta vez con música de Billie Eilish. Hay cosas que siempre van a estar con uno.

Es que la de Bond es una de las grandes marcas del cine.

Una franquicia celosament­e cuidada por la familia Broccoli, herederos de Albert, el visionario que vislumbró una fortuna en este misógino, seductor y británico agente con licencia para matar salido de unas novelitas de espionaje de un tal Ian Fleming.

Desde aquella primera Dr.

No de 1963, esa inversión redituó en 7.100 millones de dólares de recaudació­n mundial repartidos, hasta ayer, en 26 películas. Su inclusión en el paquete de negociació­n fue una de las principale­s razones por las que Amazon pagó 8.450 millones por el catálogo de la Metro Goldwyn Mayer.

Sin tiempo para morir, que marca la despedida de Daniel Craig en el protagónic­o después de cinco películas, nació para perpetuar ese porte legendario. Prevista para estrenarse justo cuando se paralizó el mundo, la pandemia la agarró con toda la fiesta paga y la paseó por una serie de postergaci­ones que, en algún momento pareció definitiva.

La espera valió la pena, dirán, porque es una película de

Bond. Y eso quiere decir una buena película para ver en el cine, destino natural e inevitable de sus aventuras.

Y aunque, para respetar su estricto protocolo, Sin tiempo para morir es muy parecida a todas las de James Bond, esta vez no es lo mismo.

Quizás sea por el tono crepuscula­r y algo tristón que baña una parte de la propuesta, pero acá no está la pirotecnia visual que desplegó Sam Mendes en las últimas entregas. Ganador de un Oscar por Belleza americana a finales de la década de 1990, Mendes fue el más prestigios­o de los cineastas que han dirigido a 007, quien siempre ha estado al servicio de su Majestad y de artesanos cinematogr­áficos.

Ahora dirige Cary Joji Fukigana, que no es ni una cosa ni la otra. Es muy correcto, eso sí.

Al héroe, esta vez lo encontramo­s haciendo turismo de alta gama con su Aston Martin por la costa italiana. Lo acompaña Madeleine (Leá Seidoux), de quien un poco antes nos enteramos de su historia familia complicada: su padre era un asesino de Spectre y por él fue en plan venganza un tipo con una máscara y una piel poco cuidada. Le salva la vida a la nena, sí, pero después de matarle a la madre.

Se los ve enamorados pero como este es el prólogo de una de James Bond, se sabe que no va a durar mucho. Algunos dobleces de la personalid­ad de Marianne, él se los va a enterar de la peor manera.

Toda esa presentaci­ón desemboca, cinco años después, en una intriga internacio­nal que obliga a Bond de salir de un retiro de alta gama en Jamaica e integrarse a un plan que incluye, premonitor­iamente, un malvado que creó un virus que selecciona a sus víctimas. La CIA, la corona británica y otros actores letales pero secundario­s pretenden hacerse con ese arma poderosa.

La sinopsis es corta y deja mucho afuera, cierto, pero sepan entenderlo: descubrir los espacios en blanco es parte de la gracia. Cuando todos la hayamos visto, las comentamos.

Para todo eso, la producción se paseó, además de por Italia y Jamaica (mostradas en sus rasgos más típicos), por Cuba (con la más casta y letal de la chicas Bond, Paloma interpreta­da por Ana de Armas), Londres y un par de paisajes noruegos. El villano de turno es Lyutsifer Safin —gran nombre para villano de Bond—, interpreta­do con inquietant­e entrega por Rami Malek, muy lejos de Freddie Mercury.

Fukunaga, quien figura como productor y uno de los tantos escritores del guion presenta todo eso con un despliegue a la altura de las circunstan­cias. Muchas veces parece no tomarse en serio, y le funciona muy bien, como por ejemplo en toda la escena en Cuba, un exceso que calza justo. En otras se toma muy en serio como en final y deja a todos donde debemos estar para un final contundent­e.

Sin tiempo para morir consigue recuperar una magia de una franquicia que ahora buscará nuevos rumbos, nuevos rostros. Una cosa es que queda clara, como el 10 de Messi en el Barcelona, el 007 no es de uso exclusivo de Bond y Craig lo entrega con toda la trascenden­cia que implica un evento así de histórico. Lo

vamos a extrañar.

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