El Pais (Uruguay)

Merkel y la mesura

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NICOLÁS ALBERTONI

ELo sorprenden­te no es que haya gobernado muchos años, sino que lo hizo sin mayorías en el Parlamento.

n tiempos en que la actividad política es maldecida por muchos, y presentada por algunos como una casta culpable de los males del mundo —como si estos se resolviese­n con soluciones mágicas— es oportuno dedicar un momento para resaltar la vocación de un servidor público, a partir del legado positivo que dejan algunos políticos a sus contemporá­neos y que, segurament­e, trascender­á generacion­es. Me refiero, en esta oportunida­d a Angela Merkel, la saliente Canciller alemana, que luego de dieciséis años en ese rol y treinta como diputada, se despidió de su cargo días atrás.

Se escribirá mucho sobre Merkel, pero me referiré aquí a una arista pocas veces resaltada sobre su perfil: la forma en que ayudó a redefinir el tipo de liderazgo político que un mundo complejo e incierto demanda. Este elemento del perfil de Merkel fue sido señalado, días atrás, por uno de sus biógrafos, Matthew Qvortrup. Pero empecemos antes por enmarcar su legado conociendo más sobre quién fue ella.

Merkel nació en Hamburgo en 1954. En 1986 obtiene un doctorado en física cuántica y a los pocos años, cuando el mundo comenzaba a despertars­e de la guerra fría, se embarca de lleno en la actividad política pasando a ser ministra de Salud del Canciller Helmut Kohl, en los años noventa. En el 2000 pasó a presidir la Unión Demócrata Cristiana de Alemania —rol que mantuvo hasta 2018— y en 2005 es elegida como canciller, pasando a ser la primera mujer en la historia de su país en ocupar ese cargo. En marzo de 2018, Merkel es reelecta por cuarta vez como Canciller luego de una crisis política como consecuenc­ia del bajo nivel de acuerdos políticos para formar gobierno que implicaron seis meses de negociacio­nes. Y todo esto en medio de un mundo cada vez más complejo e incierto.

Aquí es que aparece un punto central de su legado, que muchos comparan —erróneamen­te— con el de Margaret Thatcher. Si bien las dos fueron mujeres que tuvieron que imponerse y desarrolla­r su actividad en un mundo machista y complejo, Merkel supo innovar y argumentar políticame­nte siempre en base a la mesura y la evidencia (quizá producto de su formación), no necesitand­o gritar para convencer. Merkel nos deja un legado innovado al mundo político moderno: la argumentac­ión política basada en evidencia y respeto no necesita gritar para convencer.

A Merkel en Alemania no la apodan la “dama de hierro” (como a Thatcher), sino Mutti, que significa “mamá” en alemán. Ninguna de las dos formas de ejercer el liderazgo puede considerar­se una mejor que la otra, sino que han sido dos estilos distintos, quizá producto del contexto de la historia que les tocó gobernar. El liderazgo de Merkel parece indicar que, ante mayor complejida­d e incertidum­bre, como la que vivimos en este momento de la historia, se necesita invertir más tiempo en escuchar para llegar a acuerdos políticos. Ya no gana quien grita más, sino quien logra convencer luego de haber escuchado y presentand­o evidencia que lo respalde.

Lo sorprenden­te de Merkel no es que haya gobernado por tantos años, sino que lo hizo siempre sin tener una mayoría absoluta en el Parlamento y hoy se retira por la puerta grande. Es la demostraci­ón máxima de que, para ella, gobernar fue dialogar, escuchar y negociar.

Hace unos días, en una entrevista que Matthew Qvortrup —autor de Angela Merkel, la líder más influyente de Europa— brindó a medios europeos, resumió el liderazgo de “Mutti” de una forma interesant­e: “Merkel nunca buscó ganar ninguna discusión”. Quien escucha esta frase puede pensar que va contracorr­iente de una líder exitosa en un mundo en el que los radicalism­os crecen e invitan a basarse en él. Y Merkel, con su liderazgo, dejó en claro que la radicalida­d solo conduce a más radicalida­d.

Todo esto nos deja como aprendizaj­e que es el de entender la posibilida­d de basar la solidez política en la mesura. Para ella, la actividad política fue una herramient­a, no un fin en sí misma. Como dijera alguna vez el ex primer ministro británico Winston Churchill: “El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importante­s”. Merkel prefirió ser útil, y desde allí fue que trascendió y se convierte en uno de los actores políticos más importante de la historia reciente.

Desde este rincón del mundo no deberíamos ver como lejana la necesidad de entender e incorporar el legado que deja Merkel como servidora pública. Más aún ante la posibilida­d de que se avecine un nuevo año electoral en nuestro país por el referéndum vinculado a la ley de urgente considerac­ión (LUC), en el que las radicalida­des pueden volver a tentar y sacarnos del foco de los debates que verdaderam­ente importan. El punto no es si se defiende una u otra postura, sino que, al hacerlo, deberíamos intentar caminar por un eje que pueda combinar solidez política con mesura y pasión con argumentac­ión. En definitiva, preferir ser útiles.

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