Una modesta proposición
HEBERT GATTO
En los últimos años, la pésima forma con que se administran los bienes públicos entre los políticos, parece convertirse en norma. Las investigaciones en curso, encabezan diarios e informativos televisivos. No son lo más interesante de la política. Además, en un plano más profundo, no resulta aceptable que la construcción colectiva de la polis, la actividad más importante y valiosa de cualquier comunidad, termine en el veredicto de los juzgados.
Una costumbre de judicialización que los tiempos y los medios han constituido en espectáculo circense. En la Argentina, ejemplo cercano, alcanza resonancias catastróficas.
Dadas estas condiciones de la política vernácula, no parece fácil que sus partidos desarrollen una relación de mayor comprensión mutua. Sin embargo y pese a la aparente evidencia de esta conclusión, no creo que esto resulte imposible.
Actualmente en el Uruguay se enfrentan dos fuerzas de tamaño similar con serias probabilidades de seguirse alternando en el gobierno. Una situación que con posterioridad a la dictadura favoreció durante veinte años a los partidos tradicionales y en los tres siguientes períodos a la coalición de izquierdas. Y que ahora otorga el poder a una coalición de blancos, colorados, cabildantes y fuerzas menores.
Pese a que en el presente los partidos en pugna no se califiquen así, se trata de dos formaciones ideológicamente de centro, una de centro izquierda y otra de centro derecha, de natural composición plural que pese a las apariencias y a sus superficiales discursos, tienen, inscripta en lo más denso de ambas, en su cuerpo central más representativo, una común coincidencia: la democracia como modelo político. Incluso ambas, aunque quizás esto horrorice a algunos, decantan por el liberalismo, como se infiere de su común aspiración al respeto a los derechos humanos, permanentemente invocados. Derechos que pertenecen a los individuos y no a los grupos.
Por más que en el Frente Amplio, esto se encuentre algo relativizado por la presencia de un Partido Comunista con un programa —no tanto una práctica— de izquierda tradicional y algunos otros de sus miembros, continúen apelando al socialismo, más como invocación ritual que como programa efectivo. Una silenciada moderación ajena al movimiento sindical que si bien marcha en la misma dirección, porque ese es el camino del mundo, continúa varios pasos atrasado.
Por su lado, la formación republicana si bien también arraiga en el centro, contiene un partido como Cabildo Abierto de derecha conservadora, con alguna deriva, cierto que cada vez más contenida, de aprobación a la pasada dictadura militar.
Una simpatía que la ceguera frentista, incapaz de reconocer su responsabilidad por lo sucedido, no hace más que facilitar. Esto no significa que ambas formaciones coincidan. Difieren en cuanto al rol del Estado, que la centro izquierda —hoy con autorreprimidas definiciones socialdemócratas—, sigue proclamando como actor fundamental para su eterno viaje al desarrollo, mientras su rival confía más en el mercado y en el ímpetu empresarial, si bien no descalifica al Estado como decisivo magíster regulador.
En estas condiciones creo, que pese a sus dichos, resulta posible aminorar distancias. Algo muy diferente a lo que ocurría antes de la dictadura. Un período donde los partidos tradicionales, miraban hacia la derecha democrática —algo notorio en algunas de sus administraciones— y la izquierda, en una dialéctica de rechazos, exhibía un decidido programa de transición hacia el socialismo puro y duro, sugerido en su programa de 1971. De este proyecto maximalista casi nada queda en la actual centro izquierda. Si este es el panorama actual, ningún tema de fondo, derivado de la realidad socioeconómica impide la aproximación entre oficialismo y oposición. Contra las apariencias, nada demasiado sustancial las separa.
Ambas formaciones, con medidas bastante aproximadas, se manifiestan proclives a defender a los más pobres y marginados. Pese a diferir en los instrumentos. Las cuestiones que surgen de la LUC, aun cuando levanten pasiones y constituyan un fácil instrumento de diferenciación, miradas atentamente, excepto en las normas sobre huelgas y paros, solo refieren a detalles. Abrirse al mundo es compartido por ambas fuerzas. Aun cuando una bascule más a la producción de bienes y la otra en su mejor distribución. La propuesta de la coalición gobernante de eliminar los asentamientos, mirada sin prejuicios, emerge como un proyecto social de enormes consecuencias. De reunir apoyo conjunto y ampliarse, sea cual sea su financiación, cambiaría el perfil del país. Entonces, sin romanticismos ni delirios ajenos a la realidad: ¿no es posible aproximar a ambas coaliciones hacia el centro del espectro político, permitiendo impulsar al Uruguay al futuro? De fondo, poco lo impide.
Las dos coaliciones que funcionan en el país tienen una común coincidencia: la democracia como modelo político.
P.S. En 1729 Jonathan Swift propuso alimentarse de niños pobres para disminuir el hambre irlandesa, me gustaría que la presente sugerencia, algo menos cruenta, consiguiera mayor crédito.