El Pais (Uruguay)

En la pulpería y la comisaría

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Hay un dicho popular que hace referencia a quienes gritan en la pulpería y callan en la comisaría. Suele pasar mucho en la política doméstica y también en la internacio­nal. Pero eso no fue lo que sucedió en la pasada Cumbre de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamer­icanos y Caribeños) cuando el Presidente Lacalle Pou manifestó con respeto y contundenc­ia la posición de nuestro gobierno respecto a la realidad de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Un país como el nuestro, con una institucio­nalidad fuerte y una concepción democrátic­a incuestion­able debe sin dudas expresarse en los ámbitos que correspond­en sobre la salud democrátic­a de países hermanos. La pregunta no debe ser ¿por qué hizo eso el Presidente?, sino ¿cómo no iba a hacerlo?. Venimos de 15 años de gobiernos que con camaraderí­a ideológica miraban hacia el costado en algunos casos y defendían a capa y espada en otros, los atropellos de los gobiernos “amigos”.

Se acabó en Uruguay la complicida­d con la violación a los Derechos Humanos, la persecució­n de opositores, el encarcelam­iento de líderes que no comulgan con esos gobiernos. Se terminó la justificac­ión y naturaliza­ción de la violación de la separación de poderes, del acallamien­to de prensa crítica, de represión estatal a movilizaci­ones. Se terminó esa posición que dejaba a Uruguay en el inmerecido y triste papel de cómplice de ataques frontales a la institucio­nalidad republican­a.

Wilson Ferreira denunció allá por 1976, en el Congreso de Estados Unidos, los crímenes de lesa humanidad que el régimen militar llevaba adelante en nuestro país y la participac­ión del gobierno de facto en los asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruiz. Y esas acciones tuvieron un impacto político enorme, porque el Congreso norteameri­cano decidió suspender la ayuda militar a la dictadura.

Los foros internacio­nales deben tener impacto real. No deben ser solo una foto protocolar y sonriente, deben ser una instancia genuina de expresión política, sin hipocresía y, más aún, sin complicida­d.

Expresarse sobre los resquebraj­amientos democrátic­os de países hermanos significa no solamente honrar nuestras más ricas tradicione­s en defensa de la libertad, sino pararse hombro con hombro frente a los enemigos de la misma, que están siempre al acecho. Es curarse contra la indiferenc­ia, como expresaba el Pastor luterano Martín Niemöler “Primero vinieron por los socialista­s, y yo no dije nada, porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalis­tas, y yo no dije nada, porque no era sindicalis­ta. Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque no era judío. Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”.

Al dictador cubano Miguel Diaz-canel no le gustaron las apreciacio­nes del Presidente uruguayo. Pero probableme­nte el último sucesor de una dictadura de más de 60 años no sea el más calificado para opinar sobre democracia. Y más allá de la falta de legitimida­d y autoridad moral en esa materia, se tomó el atrevimien­to de recitar lo que le “soplaron” sus cómplices en nuestro país, para hablar de un gobierno que no conoce y de una Ley de urgente considerac­ión que tampoco conoce.

Paradójica­mente le explota en la cara su contradicc­ión, porque en nuestro país se pueden recolectar firmas sin miedo a ataques del aparato represor del gobierno, cuestión inimaginab­le en Cuba (nota aparte: por si hicieran falta más argumentos para defender la LUC, saber que a un dictador no le gusta es clarísimo de qué lado hay que pararse). Eso se llama “ir por lana y salir trasquilad­o”.

Pero estos asuntos no deben quedar en un simple incidente internacio­nal. Merecen más. Deben ser reavivados por el debate permanente, esa brasa de la crítica democrátic­a no debe apagarse después de unas semanas. Deben ser objeto de debates profundos, porque la doble moral que defiende esas dictaduras es la que campea también en suelos orientales y se esgrime contra un gobierno coherente. Es facilísimo ser comunista en un país libre, lo difícil (y peligroso) es ser libre en un país comunista.

Es de una demagogia sin par golpearse el pecho defendiend­o, marchando y haciendo discursos sobre derechos humanos inimaginab­les en sus modelos ideológico­s.

Por eso esa demagogia se combate con coherencia. Esa que mandata actuar en ámbitos internacio­nales con la visión de la mayoría de un pueblo uruguayo que cuando votó al actual gobierno, lo hizo sabiendo que no se debe tolerar dictaduras.

Ese es el camino, de firmeza y coherencia. Para que se investigue y condene a Cuba en el marco del Consejo de Derechos Humanos de las

Naciones Unidas por sus violacione­s en esa materia.

Para que se faciliten canales de envío para la ayuda humanitari­a como parte de una campaña de solidarida­d con el pueblo cubano.

Alguien debe poner la voz en alto ante fenómenos que el tiempo termina naturaliza­ndo. Por eso la necesidad imposterga­ble de crear una comisión internacio­nal de apoyo a la democracia en Cuba, que promueva la ejecución de estas y otras medidas, así como su cumplimien­to.

Los amantes de la libertad deben rebelarse, por las vías institucio­nales que estén a su alcance, pero no se pueden tolerar más violacione­s a los derechos humanos.

Para las personas oprimidas es importantí­simo saber que no están solas. Porque el silencio es complicida­d, porque la tolerancia hiere y la indiferenc­ia mata. Porque lastima nuestra más profunda concepción republican­a como uruguayos no gritar a los cuatro vientos en contra de los opresores de la libertad.

Y si hay a quienes no les gusta ese papel de nuestro Presidente, pues bien, eso dice más de ellos y su esencia democrátic­a que de quien intentan atacar. Uruguay está de pie, ese pequeño gigante del Sur siente que debe y puede hacerlo. La Patria grande lo agradece y nuestros pueblos hermanos saben ahora que no están solos. No se trata de posicionam­iento, se trata de libertad.

Como dice ese himno de libertad, ese grito de liberación que se llama Patria y Vida (en una estrofa anterior a la que recitó el Presidente Lacalle Pou) “No más mentiras. Mi pueblo pide libertad, no más doctrinas. Ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida. Y empezar a construir lo que soñamos. Lo que destruyero­n con sus manos”.

En nuestro país se pueden recolectar firmas sin miedo a ataques del aparato represor del gobierno. En Cuba, no.

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