El muro democrático
La mayor tensión social y política que va desplegando la oposición no es imprevista. Es cierto que el horizonte de la campaña por el referéndum está muy presente. Sin embargo, ese referéndum es consecuencia de un posicionamiento izquierdista anterior que quedó expuesto con claridad la noche misma de la diáfana derrota del balotaje (esa que ningún zurdo quiso reconocer inmediatamente). Tiene dos bases: primero, el convencimiento de que el triunfo de la Coalición Republicana (CR) fue injusto e ilegítimo; segundo, la certeza de que hay que impedir, a toda costa, que el nuevo gobierno lleve adelante los cambios para los cuales recibió amplísima mayoría popular en 2019.
Antes de la embestida por el referéndum hubo varios paros contra el gobierno en plena pandemia; delirantes propuestas sociales y económicas para enfrentar la crisis; presiones sindicales y frenteamplistas para forzar encierros obligatorios; promoción de aglomeraciones que podían propiciar situaciones sanitarias gravísimas; mendaces denuncias de violencias policiales; desconfianza feroz hacia el plan de vacunación; y un carácter izquierdista general de bajeza política-moral infame, ilustrado en la expresión de “muertes evitables”.
No hubo tregua alguna frente a la mayor emergencia sanitaria en siglo y medio de la historia del país; ni habrá paz alguna frente a la perspectiva de una recuperación económica que pueda favorecer el triunfo oficialista en el referéndum de 2022. Así las cosas, Lacalle Pou aprovechó la denuncia penal frenteamplista contra varios jerarcas del Ejecutivo por el acuerdo con Katoen Natie, para marcar la cancha: la supervisión de lo actuado y la responsabilidad última es del presidente.
Frente a una oposición liderada por la estrategia radical de agitación y propaganda que no está dispuesta a poner el hombro en favor del país, la señal política del presidente es que, del otro lado, nadie se escabulle: se planta cara y se ejerce el liderazgo.
La estrategia de desestabilización izquierdista que busca el cuanto peor mejor para debilitar al gobierno, no es nueva en nuestra historia: los ejemplos de las acciones sindicales y terroristas que atacaron a la democracia ejemplar que era el Uruguay de los años 60, y de las estocadas traicioneras para dañar al gobierno de Jorge Batlle, como aquella siniestra marcha sindical hacia Punta del Este, son tan diáfanos como por todos conocidos. La diferencia, hoy, es que ella se enfrenta a un gobierno muy distinto a los de aquellos tiempos.
Primero, porque la CR respalda al presidente en todos los temas relevantes: es pura fantasía izquierdista creer que ella está por romperse o que tiene graves fisuras. Nadie de la CR se mueve de donde está. Y no lo hacen, en parte y también, porque nadie políticamente razonable puede adherir a una oposición izquierdista tan sectorialmente radicalizada como electoralmente obtusa. Segundo, porque Lacalle Pou muestra estar dispuesto a hacer pesar su mayoría absoluta del balotaje y su posterior muy fuerte apoyo en la opinión pública, para que los cambios comprometidos en 2019 se lleven adelante.
Tan previsible como esta radicalización de la izquierda, es que ella se estrellará contra el sólido muro democrático levantado por las verdaderas mayorías populares.
Lacalle Pou muestra estar dispuesto a hacer pesar su fuerte apoyo en la opinión pública.