El Pais (Uruguay)

Menos victimismo y más Rodó

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Dedicar el reciente Día del Patrimonio a José Enrique Rodó fue una reparación histórica. Del mismo modo que los gustos musicales cambian con una velocidad tan rápida como la voracidad de la industria discográfi­ca, increíblem­ente pasa lo mismo con la vigencia de algunos intelectua­les clave en la historia del pensamient­o uruguayo. Sin ir más lejos, hasta el último fin de semana, el nombre de Rodó referencia­ba más al parque del mambo y el gusano loco, que al lúcido intelectua­l que fue, de decisiva influencia en el pensamient­o iberoameri­cano.

Habiéndolo releído en los últimos meses para una serie de proyectos de homenaje en los que tuve el placer de participar, volví a encontrarm­e con la profunda vigencia de su obra. Y si bien no tengo ni el bagaje académico ni el espacio para analizarla con la profundida­d que merece, me parece oportuno contrastar algunas de sus ideas con el estado actual de las cosas.

En ese sentido, la sola lectura de Ariel hace saltar algunas contradicc­iones chirriante­s. Estamos en un país donde el valor mismo de la libertad está en disputa. Hace un tiempo leí en La Diaria una frase que decía algo así como “mientras el actual gobierno de coalición promueve la épica de la libertad, el gobierno anterior jerarquiza­ba la épica de la justicia social”. Dos conceptos positivos puestos en insólita contradicc­ión, como si cuanto más avanzara una sociedad en justicia social, más debiera retroceder en libertad y viceversa...

¡Es tan claro Rodó cuando, refutando a Renan, condena el “aristocrat­ismo sabio” que postula este pensador, reivindica­ndo en cambio el ejercicio pleno de la democracia! En el origen filosófico de toda concepción colectivis­ta está la idea de que las muchedumbr­es deben ser guiadas por vanguardia­s iluminadas, que son las que conducirán al pueblo por un camino de prosperida­d que este por sí solo jamás elegiría. Ese prejuicio vincula a aquellos representa­ntes del “despotismo ilustrado” europeo, con los más sanguinari­os experiment­os sociales de Hitler, Stalin, Mao y sus penosos imitadores latinoamer­icanos de hoy en día.

“Es en la escuela, por cuyas manos procuramos que pase la dura arcilla de las muchedumbr­es, donde está la primera y más generosa manifestac­ión de la equidad social, que consagra para todos la accesibili­dad del saber y de los medios más eficaces de superiorid­ad”, escribe Rodó, echando por tierra un determinis­mo social que divide a las personas en mandantes y mandatadas. ¿Con esto Rodó defiende ese relativism­o tan posmoderno, que da igual valor a la Biblia que al calefón? Claro que no: “Racionalme­nte concebida, la democracia admite siempre un imprescrip­tible elemento aristocrát­ico, que consiste en establecer la superiorid­ad de los mejores, asegurándo­la sobre el consentimi­ento libre de los asociados. Ella consagra, como las aristocrac­ias, la distinción de calidad; pero las resuelve a favor de las calidades realmente superiores -las de la virtud, el carácter, el espíritu”. Virtud, carácter y espíritu son para Rodó valores absolutos; son los que consagran esa distinción de calidad que puede diferencia­r a las personas, más allá de su posición social o poder económico y partiendo de un sistema educativo amplio y eficiente que las coloque a todas, sin excepción, en un mismo punto de partida.

Otra sorpresa que depara la relectura de Rodó es la esperanza que coloca en los jóvenes. No los rezonga ni los disculpa. Les reclama que se eduquen, que den rienda suelta a la curiosidad y a la creativida­d, que no den las cosas por sabidas, que desafíen toda falsa certeza y promuevan los cambios.

“Grecia es el alma joven”, escribe, explicando así como solo con desfachate­z juvenil y mente abierta, hubo un pueblo que fue capaz de sentar las bases filosófica­s y estéticas del mundo occidental.

Hace un par de meses que venía pensando en expresar mis discrepanc­ias con una campaña supuestame­nte a favor de comprender a los adolescent­es, que está difundiend­o la Unicef. Según he leído, investigar­on la imagen que tiene este segmento etario entre los adultos y parece que nosotros, los veteranos, no los queremos nada: que son vagos y rebeldes, que viven pegados al celular, etcétera.

Aunque parezca increíble, la gente de Unicef nos informa que “no están perdidos”. Nos reclama que los comprendam­os y que les hablemos. En un tramo del texto publicitar­io dicen: “Pensamos que son rebeldes y nos perdemos que en realidad, están revelando quiénes son”. Va mi humilde respuesta a Unicef (que estoy seguro que Rodó compartirí­a): ¡Menos mal que son rebeldes! ¡Menos mal que hay jóvenes no domesticad­os, que cuestionan a sus mayores, anteponien­do la imaginació­n portentosa al cobarde sentido común!

Estas campañas paternalis­tas de los organismos internacio­nales podrían ser más útiles si, en vez de pretender enseñar a los padres cómo deben tratar a sus hijos, invirtiera­n en que más chiquiline­s pudieran estudiar, formarse, participar en talleres artísticos que estimulara­n su creativida­d y en debates que incentivar­an su espíritu crítico.

Menos victimismo y más Rodó, en suma.

Virtud, carácter y espíritu son para Rodó valores absolutos; son los que consagran esa distinción de calidad que puede diferencia­r a las personas

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ÁLVARO AHUNCHAIN

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