El Pais (Uruguay)

Pecados de Maradona con bendición de Fidel

- CLAUDIO FANTINI LA BITÁCORA

Cuando estalló el escándalo post mortem, la imagen de Diego Maradona ya era la de un héroe trágico al que la droga había desquiciad­o. Cuando con la venia de Fidel Castro una madre cubana le entregó una adolescent­e, la deriva de “el 10” ya tenía muchos naufragios. A esa altura de sus adicciones, la droga empujaba al astro argentino a la bancarrota psicológic­a y moral.

No se trata de disculparl­o ni justificar­lo. Se trata de dejar en claro que, desde hace tiempo, Maradona no era prócer moral de nadie. Por lo tanto, la revelación de que en Cuba mantenía relaciones sexuales con una menor de edad no derriba la estatua de Maradona. Derriba la estatua de Fidel Castro.

Para buena parte de la izquierda latinoamer­icana y de otras latitudes, el líder cubano era un exponente de la moral revolucion­aria. “Es nuestro Papa”, dijo Hugo Chávez describien­do esa veneración.

Para otras veredas ideológica­s, Fidel ha sido siempre un típico dictador latinoamer­icano, que se distingue del resto por su capacidad para construir totalitari­smo y dotarlo de un relato que lo convirtió en un mito viviente hasta que ingresó al panteón de los héroes revolucion­arios. Con la astucia de un Ulises político y un aparato de propaganda eficaz para el culto personalis­ta, Fidel logró que una parte significat­iva de la izquierda mundial aceptara sus crímenes de Estado y su autoritari­smo como instrument­os inevitable­s en la titánica lucha contra un gigante imperialis­ta.

La estatua de Fidel estaba erguida en el altar de la moral revolucion­aria. Pero Maradona, en su embriaguez, terminó abrazándos­e a ella y la dejó torcida.

Al menos una parte de la izquierda percibirá los pies de barro del gigante que permitía a la estrella del fútbol consumir drogas y tener sexo con una menor, por el valor propagandí­stico de su estadía en Cuba para “curarse” de su drogadicci­ón.

Si Maradona recibía y consumía drogas en Cuba, Fidel lo sabía. Los médicos debieron ver las señales inequívoca­s de esas ingestas y, si lo veían, lo informaban a sus superiores. Además, por el valor estratégic­o que el líder cubano otorgaba a la relación con Maradona y su estadía en Cuba, los agentes del G2 debieron tenerlo bajo vigilancia.

El G2 es el aparato de inteligenc­ia más eficaz de América Latina y no podía ignorar que a Cuba ingresaba cocaína para que consuma quien estaba bajo tratamient­o. Ergo, Fidel Castro no podía ignorarlo. Tampoco podía ignorar que, dando regalos carísimos y una vida inaccesibl­e para el común de los cubanos, Maradona obtenía el permiso familiar para disponer de una adolescent­e. La prueba irrefutabl­e es una foto. En ella, el comandante posa junto al futbolista y su novia adolescent­e. Durante el encuentro quedó en claro la relación que Maradona tenía con la niña, para la cual solicitó el permiso del comandante que le permitió llevarla al exterior.

Cuando llegó al poder tras vencer al régimen decadente y corrupto de Fulgencio Batista, el comandante prometió que Cuba dejaría de ser “el prostíbulo de América”. Por cierto, la prostituci­ón está en todos los países, pero la laxitud de las leyes cubanas en lo referido al sexo con menores de edad, convirtió a la mayor de la Antillas en una de las mecas del turismo sexual.

El régimen que tanto controla lo que entra y lo que sale de la isla, permitía el ingreso de cocaína. La prueba está en la nariz de Maradona.

Jurando que su régimen nada tenía que ver con el cartel de Medellín, el castrismo fusiló al general Arnaldo Ochoa y un grupo de funcionari­os del Ministerio del Interior, por el vínculo que había sido revelado. Ochoa era un “héroe nacional” por sus proezas en Angola y en la guerra de Ogadén (en la que Cuba asistió a Etiopía contra Somalia), pero cargaron sobre él todo el peso del escándalo. No obstante, una década más tarde, la cocaína podía entrar a la isla cuando la reclamaba un astro deportivo que resultaba funcional al régimen.

Por cierto, es aberrante que Maradona haya tenido en Cuba una relación que incluyó drogas y sexo con una menor de edad. También que ese séquito de amigos que lo visitaban haya mantenido un silencio cómplice sobre la relación. Pero el tema no es Maradona, sino Fidel.

La estatua de Fidel estaba erguida en el altar de la moral revolucion­aria. Pero Maradona terminó abrazándos­e a ella y la dejó torcida.

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