El Pais (Uruguay)

Patente de corso

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No cabe duda: el sindicalis­ta de la enseñanza Mario Bango ha proporcion­ado el mejor argumento en defensa de la Ley de Urgente Considerac­ión. Frente a la comisión investigad­ora parlamenta­ria que analiza los certificad­os truchos que permitiero­n a dirigentes de Fenapes extralimit­ar sus licencias sindicales, Bango incurrió en el inefable

sincericid­io de reconocer que "si hubiera ganado el Frente no se habría tocado este tema; hubiéramos seguido certifican­do por 70-14, o 70 no sé qué".

Habría que ponerse a revisar archivos, pero creemos que esta es la primera vez en que los detractore­s de la LUC reconocen de manera explícita que el nuevo gobierno, con su buque insignia jurídico, vino a erradicar las ilicitudes e irregulari­dades que amparaba la administra­ción frenteampl­ista. Al fin dicen las cosas como son, y por un día abandonan el sonsonete del neoliberal­ismo, la oligarquía y todos esas etiquetas tontas que suelen blandir como espadas de juguete.

Ahora lo dijeron bien clarito: la coalición republican­a llegó para extinguir los privilegio­s espurios a los que los gobiernos anteriores hacían la vista gorda.

¿Por qué decimos que este es el mejor argumento para defender la LUC? Porque pone de manifiesto como ningún otro la intención de la oposición político-sindical. Ya no se trata solo de complicar la vida al gobierno con el “cuanto peor, mejor” que cada día se les hace más cuesta arriba. Lo que ellos necesitan es una marcha atrás en la política de probidad administra­tiva, lo más urgente que sea posible, para así seguir usufructua­ndo beneficios particular­es que no les correspond­en. Y que en el caso de estos certificad­os truchos para faltar a clase, afectan a los sectores más vulnerable­s de la población, los mismos que hipócritam­ente ellos dicen defender.

Es lo que tiene esta comandita entre un partido político y una cúpula sindical no representa­tiva de la inmensa mayoría de trabajador­es del país. Son expertos en barrer para adentro (apañaron todo lo que pudieron a Sendic, hasta que les explotó en las manos). En una práctica típica del leninismo, manejan el aparato de poder en beneficio de su nomenklatu­ra, aunque la justicia social que pregonan quede por el camino.

Lo más sorprenden­te de todo fue que ningún dirigente del FA, ni chico ni grande, saliera a desmentir al sincero sindicalis­ta. No les costaba nada deslindars­e de una declaració­n tan vergonzant­e. Explicar que no por gobernar el FA, quienes incumplen las normas tienen vía libre. Pero no. Callaron y otorgaron.

Estos temas son claves para encarar una buena campaña en defensa de la ley que la oposición intenta impugnar.

Porque el referéndum significar­á mucho más que el apoyo o rechazo a la LUC y al gobierno. Será entre dos formas de entender la gestión pública: como un engranaje al servicio de las corporacio­nes y temeroso de ellas, o como una herramient­a disruptiva, dispuesta a cambiar lo que haya que cambiar y meterse con quien sea necesario, con tal de derribar las trancas sistémicas de este país y conducirlo a una mayor prosperida­d para todos.

Los mismos que hoy añoran un gobierno frentista que les permitía faltar a clase sin consecuenc­ias, utilizaban ayer la imagen de José Pedro Varela y de Batlle y Ordóñez para pescar incautos firmantes.

Justo ellos, responsabl­es directos de un deterioro educativo que llevará mucho tiempo superar. Agitan fantasmas de una supuesta privatizac­ión de la enseñanza que no existe en la ley, por una única razón: saben que con este gobierno se les terminó el tiempo de la discrecion­alidad y los privilegio­s y empezó el del esfuerzo cotidiano, denodado y entusiasta, por mejorar las condicione­s de aprendizaj­e de nuestros chiquiline­s, para que el Estado no dé a ninguno por perdido.

Es hora de hablar a los frenteampl­istas moderados, que comprueban con dolor la manera como los sectores radicales han colonizado el discurso opositor, y son consciente­s de que el país no soporta más la presión corporativ­a de quienes anteponen ideología a resultados. Son ciudadanos bien intenciona­dos y asisten sorprendid­os a un ala socialdemó­crata que, intentando gestarse dificultos­amente, se detiene en discusione­s bizantinas como la de denominars­e "seregnista" o "progresist­a".

La batalla puede ser dura, porque implica desmontar una a una las mentiras que se dicen y repiten acerca de la ley. Pero es una condición imprescind­ible para fortalecer la base de opinión pública que respalda al gobierno y, con ello, garantizar los cambios que el país necesita.

Es hora de hablar a los frenteampl­istas moderados, que comprueban con dolor la manera como los sectores radicales han colonizado el discurso opositor, y son consciente­s de que el país no soporta más la presión corporativ­a.

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