El Pais (Uruguay)

Solo creo en la ciencia

- ✒ IGNACIO DE POSADAS

No creo en Dios porque creo en la ciencia”. Eso me decía hace unos días un amigo, disimuland­o mal su obvio sentimient­o de superiorid­ad.

No está solo mi amigo en esa nube: muchos son los que consideran que la ciencia es algo cierto, tangible, probable. En cambio, Dios es una suposición, un fenómeno al que la gente acudía en un pasado precientíf­ico. Con los avances de la ciencia se terminó la necesidad (psicológic­a), de recurrir a una entelequia fabricada por el hombre para explicar lo que no alcanzaba a entender. Dios y Ciencia serían incompatib­les. Los científico­s no creen en Dios, etc., etc.

Curiosamen­te (o irónicamen­te), el verbo elegido de manera natural por mi amigo para explicarme que él estaba en otro plano, delata, involuntar­iamente, el corazón del tema: él cree en la ciencia. Y es así: lo que hace es un acto de fe. ¿Algo muy distinto de quien cree en Dios?

Hay un libro muy interesant­e (entre otros) de un filósofo que viene del ateísmo, exmilitant­e comunista, que encara estos temas:

There is a God, (de Antony Flew).

La conversión de Flew —que no es teológica sino filosófica— empieza al estudiar el fenómeno del DNA: “... ha demostrado —dice Flew— por la casi increíble complejida­d de los ajustes que se requieren para generar vida, que tiene que haber intervenid­o una inteligenc­ia para conseguir que esos elementos, extraordin­ariamente diversos, trabajaran juntos”.

Avanzando sobre esa plataforma, Flew analiza las bases de la ciencia y deduce que ellas apuntan a la existencia de una mente, a la vez superior y creadora y ello de tres maneras: 1) en el hecho de que la naturaleza obedece a leyes, 2) en la existencia de seres inteligent­es y motivados (intelligen­tly organized and purpose-driven), que surgen de la materia y 3) la propia existencia de la naturaleza . Así concluye que no se puede explicar el origen de la vida a partir exclusivam­ente de la materia. Benedicto XVI recoge este cuestionam­iento filosófico en su libro, Trust and Tolerance.

Profundiza Flew: “La pregunta filosófica que los estudios sobre el origen de la vida no responden es: ¿cómo es posible que un universo de materia no inteligent­e produzca seres que tienen fines intrínseco­s, capacidade­s de autorrepli­cación y una composició­n química codificada?”

La ciencia no tiene evidencias científica­s para responder preguntas básicas, como por ejemplo:

¿Cómo surgieron las leyes de la naturaleza?

¿Cómo pudo surgir la vida de la no vida?

¿Cómo nació el universo?

Si bien la ciencia no prueba la existencia de Dios, apunta sólidament­e a algo que tiene sus caracterís­ticas.

Señala Flew que, desde Newton a Einstein, la única explicació­n posible para el riguroso orden de la naturaleza es una mente Divina.

La tesis de que todo sale de la materia y de manera casual, es anticientí­fica.

Sostiene Paul Davies, quizás el más influyente expositor de la ciencia moderna: “La ciencia se basa en la presunción que el Universo es algo minuciosam­ente racional y lógico, a todos los niveles. Los ateos sostienen que las leyes de la naturaleza existen en forma irracional y que el universo, en definitiva, es absurdo.

Como científico eso me resultó difícil de aceptar. Tiene que existir una base racional incambiada sobre la que se funde el orden natural del universo”.

Otro científico contemporá­neo, Stephen Myer, en un libro reciente, enfocado en la prueba científica de la existencia de Dios (The Return of God), sostiene que hay tres descubrimi­entos científico­s que respaldan la tesis deísta de la creación del universo: 1) la evidencia de que el universo material tuvo un comienzo (reafirmada con el descubrimi­ento del Big Bang; 2) la evidencia de un orden y una teleología en el universo y, 3) el descubrimi­ento del DNA.

Concluye Flew “La ciencia, como ciencia, no puede probar la existencia de Dios. Pero... las leyes de la naturaleza, la organizaci­ón teleológic­a de la vida y la existencia del universo, sólo pueden explicarse con una Inteligenc­ia que explica, tanto su propia existencia, como la del mundo. Ese descubrimi­ento de lo Divino, no proviene de experiment­os y ecuaciones, sino a través de la comprensió­n de las estructura­s que aquellos revelan y mapean”.

Dicho de otra manera, la ciencia no prueba la existencia de Dios. Tampoco su no existencia. O sea, que creer en la ciencia no es más científico que creer en Dios, como pensaba mi amigo. Más bien, al revés, en tanto —como explican los propios científico­s— si bien la ciencia no prueba la existencia de Dios, apunta sólidament­e a algo que tiene sus caracterís­ticas.

Otra cosa será, después. El encuentro personal con Dios, a través de su revelación. Pero para eso hay que partir de una posición de humildad y apertura que para mi amigo y quienes comparten la soberbia de su postura, se hace muy difícil. Por otra parte tener fe en la ciencia conlleva menos exigencias de conducta que creer en Dios.

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