El Pais (Uruguay)

La cultura de la repetición

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Para alcanzar una solución a cualquier problema es imprescind­ible plantearlo correctame­nte: lo que arranca mal planteado termina en confusión. Nuestro país se ha convertido en experto en confusione­s generadas por malos planteamie­ntos. La discusión actual encrespada en la tenaz resistenci­a a la aplicación de fondos del Instituto de Colonizaci­ón en la erradicaci­ón de asentamien­tos se lleva el primer premio.

Lo que está en discusión es el origen de los fondos, no el destino. La discusión se ha enredado y se ha hecho confusa a causa de una defensa ciega de Colonizaci­ón, sin revisar un poco qué es lo que se está defendiend­o. Algunos —muchos— dan por supuesto que el Instituto de Colonizaci­ón sea algo que ya no es y que sirva para lo que ya no sirve. La ley de colonizaci­ón fue una respuesta adecuada para la situación del campo uruguayo en la década del 40 del siglo pasado. Desde aquella lejana época el campo uruguayo ha cambiado totalmente; hoy es otra cosa y quedar agarrado a aquella respuesta es no tener idea de la realidad. Sé de lo que estoy hablando. Mi primer pasaje por el interior fue de dos años: 1960 y1961 y el último período, con intermiten­cias, terminó a fines del 83. Aquello a donde llegué y luego lo que dejé fueron dos cosas distintas. Y hoy, año 2021, la transforma­ción es aún mayor.

El Instituto de Colonizaci­ón actualment­e tiene-administra arrienda-vigila unas 600.000 hectáreas. No conozco una evaluación de su gestión. ¿Resultan las colonias? ¿Tiene sentido que siga comprando tierra? Al día de hoy tiene 40.000 hectáreas aún sin adjudicar. El mecanismo por el cual el Instituto de Colonizaci­ón se hace de tierras para repartir es intervinie­ndo cuando hay una venta. Es decir, no se trata de tierras baldías sino de una unidad productiva —mejor o peor manejada— que su dueño pone en venta. El instituto compra, fracciona y adjudica. En el tiempo de la creación del Instituto —Presidenci­a de D. Tomás Berreta— este procedimie­nto se llevaba a cabo cuando salía a la venta alguna enorme extensión de estancia cimarrona: puro campo bruto. Hoy son unidades en producción. No se mejora la producción fraccionan­do: generalmen­te es económicam­ente contraprod­ucente.

A esto se le suele responder que no es un criterio económico sino un criterio social lo que orienta la política de colonizaci­ón: es para poblar la campaña. Nuevo desconocim­iento de la realidad. La ley de colonizaci­ón obliga al colono a residir en la fracción adjudicada: eso hoy es un atraso. El hombre de campo

No es razonable seguir defendiend­o una vaca sagrada con argumentos perimidos.

—peón, colono, arrendatar­io o pequeño propietari­o— tiene claro que para él y su familia es más convenient­e afincarse en cualquier poblado cercano (de esos que en Montevideo nunca ni oyeron hablar, como Passano en Treinta y Tres, La Catumbera en Cerro Largo y otros). Allí encuentra agua, luz de UTE, señal para el celular, escuela, una policlínic­a donde acude una enfermera un par de días a la semana, hay una canchita de fobal para entreverar­se los domingos y un boliche para socializar después del partido con un truco y una copa. Al campo a trabajar va y vuelve en su moto, todos los días o por lo menos, los lunes. La idea de poblar la campaña hoy no es cada familia aislada en su rancho perdido en la soledad: eso es volver al siglo XIX.

No es razonable seguir defendiend­o una vaca sagrada con argumentos perimidos que no se sustentan hoy en día, ni como política económica ni como política social. Ya Fernando Oliú se quejaba de “una cultura nacional basada en la repetición”.

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