El Pais (Uruguay)

Desafíos de política económica Una encrucijad­a histórica

- CARLOS STENERI ECONOMISTA

En este mundo postpandem­ia, una de sus constantes es el desconcier­to reinante entre analistas y gobiernos de cómo diagnostic­ar el presente y actuar en consecuenc­ia, con el objetivo de recuperar una senda de crecimient­o estable.

Las aguas en el mundo desarrolla­do se dividen entre quienes predicen el advenimien­to de una etapa de estancamie­nto con inflación (stagflatio­n) similar a la de la década del ´70, si no se actúa rápidament­e revirtiend­o la expansión monetaria extraordin­aria de la última década. Y los otros, que entienden que es prematuro hacerlo ante el riesgo de truncar los indicios de recuperaci­ón económica y aumento del empleo recientes.

Esos dos campos delimitan a su vez otras políticas, como la expansión fiscal extraordin­aria de la administra­ción Biden, cuyo tratamient­o viene progresand­o en el Congreso. Más allá de si el proyecto es aprobado o no, es un elemento que muestra otra faz de la incertidum­bre en materia de cuál es la mejor política económica para salir del paso.

Europa se encuentra en un tránsito similar con paquetes de ayuda extraordin­arios a países en dificultad­es para financiars­e, como España e Italia, y cierto abandono de la austeridad fiscal en Alemania como otro dato relevante. De tanto en tanto aparecen, en algunos de los miembros de la Unión Europea, impulsos inflaciona­rios inesperado­s que dan argumentos para quienes proponen volver a la astringenc­ia monetaria, pero que rápidament­e son neutraliza­dos por los temores de continuar con escaso crecimient­o y alto desempleo.

En tanto China, enfrentan una crisis en su sector inmobiliar­io como signo de los excesos en la expansión del crédito doméstico hacia ese sector así como el cambio de su paradigma de crecimient­o basado en la inversión en infraestru­ctura por uno más enfocado en la expansión de actividade­s, que se sustenta en la economía del conocimien­to y la innovación tecnológic­a.

Si la historia sirve como fuente de enseñanza, podría decirse que lo que se montó en más de una década, al tomar como punto de partida la crisis del 2008, no puede revertirse en pocos años a menos de arriesgar una contracció­n global de magnitud enorme. Los desvíos de los ´70, fruto de la expansión fiscal de la administra­ción Johnson y el financiami­ento de la guerra de Vietnam fueron muchos menores que los actuales. Revertirlo­s rápidament­e implicó una fuerte contracció­n monetaria que tuvo consecuenc­ias sobre el resto del mundo, entre ellas detonar la crisis de endeudamie­nto de América Latina.

Hoy los desvíos son mayores, hay más actores involucrad­os, y la presencia de uno nuevo (China) que actúa por cuerda separada. En un mundo tan interdepen­diente, con tanto bagaje de experienci­a acumulada, el escenario más probable es una salida acompasada y paulatina, a pesar de las tensiones y rivalidade­s imperantes.

Dicho esto, no será un camino fácil y sin sobresalto­s. Habrá traspiés y episodios de crisis esporádico­s a cuenta de lo que se evitó, que pudo ser mucho peor.

En este escenario, América Latina se encuentra en un atolladero con aristas varias. Lo que mostró esta última década y media es una chinodepen­dencia creciente, principalm­ente para los exportador­es de materias primas y alimentos. Que debe ser tomado positivame­nte, pues qué habría sido de estos países sin el arrastre de la demanda desde el coloso asiático y su aporte de bienes industrial­izados a bajo precio que mejoraron la calidad de vida, principalm­ente de los sectores de ingresos bajos.

En ese ínterin, el mundo occidental mostró una actitud prescinden­te sobre el destino del continente en formatos varios. Nunca intentó integrarlo­s más profundame­nte a su esfera comercial, siendo uno de sus ejemplos más patentes el tratado de libre comercio entre el Mercosur y la UE que insumió dos décadas negociarlo y que luego fue rechazado explícitam­ente por países como Francia.

La otra faceta son escenarios con brechas fiscales importante­s difíciles de reducir y tasas de crecimient­o económico bajo junto a alto desempleo.

Aquí está el nudo gordiano que enfrentan la mayoría de las administra­ciones de la región y que se ha convertido en una de sus constantes históricas.

Lo mejor que se puede decir es que la mayoría de los países han logrado no traspasar límites que los pongan en situacione­s de default y alta inflación, que acentúan las penurias del bajo crecimient­o y aumento de la pobreza.

Uruguay también navega esas aguas, tratando de achicar una brecha fiscal que se financia mayoritari­amente con endeudamie­nto externo. Una de sus consecuenc­ias es la apreciació­n del tipo cambio real de equilibrio, ante la sobre oferta de dólares motivada por el financiami­ento de la brecha fiscal. En otras palabras, el tipo de cambio de equilibrio está más apreciado respecto al de una situación sin déficit fiscal. Así lo demostró con detalle en su columna reciente Javier de Haedo.

Eso limita la efectivida­d del BCU para cumplir su objetivo antiinflac­ionario, pues la experienci­a enseña que en un entorno de alta dolarizaci­ón, la modificaci­ón de la tasa de interés de referencia tiene escaso efecto sobre los precios; incentiva el carry trade, reforzando la apreciació­n del tipo de cambio real y desestimul­ando la exportació­n de bienes y servicios.

Aquí está centrado uno de los desafíos principale­s de la conducción económica, que se resuelve achicando la brecha fiscal y generando condicione­s para potenciar el crecimient­o.

“Lo que se montó desde la crisis de 2008, no puede revertirse en pocos años a menos de arriesgar una contracció­n global de magnitud enorme.

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