El Pais (Uruguay)

Liberalism­o bajo la lupa

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La miopía es una enfermedad de la vista, que hace que las cosas alejadas se vean borrosas. Y eso es lo que sucede a muchos intelectua­les “de izquierda”, cuando analizan el liberalism­o. Algo que parece estar muy en boga últimament­e en nuestra región, sobre todo a partir de la irrupción del candidato Javier Milei en Argentina.

Esta semana en La Diaria, el economista Germán Deagosto publicó una serie de reflexione­s sobre el liberalism­o, que tienen algo muy meritorio. Y es que cita a varios de los principale­s intelectua­les liberales. Allí figuran desde Murray Rothbard, hasta Ayn Rand, pasando por Mises y Friedman. Uno de los grandes problemas con la intelectua­lidad “de izquierda”, es que suele leer poco a quienes no piensan como ellos. Y, tal vez por eso, las exposicion­es de sus referentes suelen ser tan vacías en lo argumental y tan exageradas en pasión y dogmatismo.

Pero entrando al fondo del asunto, el dilema con este análisis es que parece buscar una justificac­ión moral para el liberalism­o. Algo que explique por qué para los liberales no sería tan importante luchar contra la desigualda­d, o por qué no les parece mal que mientras millones pasan hambre, un puñado de “súper ricos”, ostenten fortunas pornográfi­cas. El análisis peca a veces de un excesivo economicis­mo, que le impide percibir algunas cosas centrales de la mirada liberal.

Para eso es importante citar el que tal vez sea el texto más importante para entender al liberalism­o: hablamos de “Camino de Servidumbr­e” de Friedrich Hayek. Hayek busca allí explicar un hecho central: ¿cómo pudo ser que un pueblo culto, educado, humanista como el alemán, haya seguido a Hitler? Y la concusión a la que llega es que décadas de hegemonía de ideas socialista­s, donde el principal sujeto político era la sociedad y no el individuo, pavimentar­on el camino al nazismo. Desde que una sociedad se convence de que una causa común es tanto más importante que la simple suma de individuos, alcanza con imponer un ideal lo suficiente­mente potente, como para que se justifique avasallar a quien se ponga en el camino.

Esa es la verdadera naturaleza del liberalism­o. Es el respeto irrestrict­o del derecho de la persona a no ser parte de la masa. A tener su individual­idad. Y a que la misma se respete, aunque parezca un obstáculo para el conjunto. No es una apología al egoísmo. Es una lección aprendida sobre lo que sucede cuando se acepta lo contrario. Por ello los liberales prefieren convivir con desigualda­des antes que ceder al Estado, al colectivo, el derecho a fijar lo que le correspond­e a cada uno en una sociedad. No porque las disfruten, sino porque la historia mostró que el riesgo que se abre al darle al colectivo el derecho a tomar esas decisiones es mucho más peligroso.

Un segundo aspecto tiene que ver con la experienci­a. El siglo XX, y parte de este XXI, han mostrado que a nivel comparativ­o, los países que se han organizado en función del respeto al individuo por encima de los grandes proyectos colectivos (y también los no tan grandes), han tenido mucho mejor resultado a la hora de configurar sociedades prósperas, dinámicas, y con coexistenc­ias más armónicas. Si el precio a pagar ha sido mayores niveles de desigualda­d, lo han compensado con reducción de la pobreza. Pero, sobre todo, en capacidad de adaptación a los cambios, y el respeto a las minorías. Los grandes relatos colectivos, las grandes causas comunes, tienen muy poca cintura y han terminado siempre pisoteando a los singulares.

Como nunca antes, en la región se vive un furor de las ideas liberales que ha llevado a que muchos intelectua­les que solían ningunearl­o, empiecen a intentar entenderlo.

Un tercer elemento, para lo cual es clave una mirada filosófica, tiene que ver con la humildad. El liberalism­o acepta que el ser humano no puede entender todos los mecanismos que hacen funcionar a una sociedad. Y que cada intervenci­ón, por mejores intencione­s que tenga, genera efectos muchas veces contrarios. La vituperada “mano invisible”, no es más que la aceptación de nuestras limitacion­es. Algo que ha sido el talón de Aquiles de todos los proyectos colectivis­tas. Y, según Hayek, el motivo por el cual a los intelectua­les les cuesta aceptar el liberalism­o, mientras que suelen ser seducidos por las planificac­iones de todo tipo y color. Hay que estar sólido para aceptar los límites de nuestra comprensió­n.

Tal vez por eso, a muchos intelectua­les se les hace borrosa la imagen cuando quieren analizar el liberalism­o. Una ideología que, como dice Benegas Lynch, no presenta un canon ideológico acabado. Sino que es una postura filosófica y una desconfian­za vital hacia la soberbia humana que cree que con cuatro medidas políticas se puede lograr el paraíso en la tierra. Cuando vemos las consecuenc­ias de esa visión en la historia, no se precisan tantos caracteres para entender la justificac­ión moral del liberalism­o.

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