El Pais (Uruguay)

Internet para las escuelas

Montevideo

- Jorge Leone |

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Volví recienteme­nte de Tacuarembó, luego de participar de un evento por la celebració­n de los 150 años del nacimiento de José Enrique Rodó, en representa­ción de la Sociedad Rodoniana, que tuvo lugar en el Club Tacuarembó que celebraba sus 100 años, al aceptar una invitación enviada por el Dr. Carlos Arezo, Director de Educación y Cultura de la Intendenci­a.

Luego de realizar varios paseos por este departamen­to y disfrutar de lugares hermosos, limpios y prolijos, decidimos, con mi esposa, visitar el Valle del Lunarejo en Rivera, del que teníamos muy buenas referencia­s.

Pero resulta que en dicha zona existen muy pocos lugares de acceso público y nos encontramo­s con 14 paseos para visitar lugares que están en predios privados, que requieren contrataci­ón previa y disponíamo­s de poco tiempo.

Al pasar por la Escuela “Rubio Chico”, aprovecham­os entonces para visitarla y donar un libro de Fábulas de mi autoría para su biblioteca; y supimos que existen otras dos Escuelas llamadas Boquerón y Lunarejo, a la que pertenece el docente que recienteme­nte fue nombrado el “Maestro del Año”, pero que no pudimos visitarlas por el mal estado del camino, que sólo presenta piedras con filosos cantos.

Me enteré, entonces, que ninguna de las tres escuelas del Valle del Lunarejo, en Rivera, tienen Internet y de inmediato recordé el caso del escolar que para poderse conectar con su maestra durante la pandemia, tenía que estar a la intemperie y bajo un paraguas para no perderse la clase.

Recienteme­nte nos enteramos, por la prensa, que Antel había solucionad­o el problema en esa zona, con motivo de esa imagen del niño que se había visto en el informativ­o.

Quiero destacar la voluntad de ese alumno por buscar un lugar donde recibir Internet; pero son muchos los niños que ni siquiera tienen señal en toda la zona, como comprobé en el Valle del Lunarejo.

Surge entonces la pregunta de por qué se gastaron 120 millones de dólares en el Antel Arena, que no está dentro de los cometidos de esta empresa estatal y no se invirtió en dar cobertura de Internet en todo el país, que sí es su responsabi­lidad.

El primero ha sido un gasto y lo sigue siendo mensualmen­te, en cambio el segundo hubiera sido una inversión que brindaría un servicio en forma permanente, para escolares y demás ciudadanos del Uruguay profundo.

Cada uno podrá sacar sus propias conclusion­es con respecto a esta injusta situación. contenido de mi generación, tanto por elección como por casualidad. Y al parecer, a gran parte de mi generación, le importa más el grito que la discusión.

En mi imaginario, ese espíritu democrátic­o del que se habla, siempre fue una imagen de alguien medido, abierto a escuchar, abierto a equivocars­e y admitirlo, y a celebrar el triunfo ajeno, siempre que eso fuese por un bien mayor y común. Alguien que respeta la opinión del otro, y que no agrede, sino intercambi­a. Que pondera, que cuestiona, que opina, pero siempre desde un terreno neutro. Como si cualquier discusión estuviera ocurriendo en una burbuja de imparciali­dad.

Sí, me doy cuenta de lo utópico que suena decir esto. Pero me nutrí de esa imagen y para mi, era el gran gol de nuestro país.

Hoy, sin embargo, lo que veo son publicacio­nes radicales, ofensivas, rígidas y polarizada­s. A nivel social y a nivel político. Rechazos intransige­ntes a medidas flexibles. Lenguaje ofensivo a opiniones medidas. Reacciones explosivas a errores humanos. Y por sobre todo, una visión teñida de blanco o negro.

Como generación o como país, nos estamos cerrando la puerta al diálogo, a cuestionar, a cambiar de opinión, a hablar con respeto, a incluir al otro.

Me da miedo, como dije, porque me aterra la idea de vivir dentro de esta burbuja de agresión e intransige­ncia. Un país dividido en dos dentro de todas las categorías. Donde existe el Sí o el No, el a favor o en contra. Donde no se permite la oscilación, o la fluctuació­n entre ideas opositoras.

No sé qué futuro democrátic­o habría para un país que se encuentre envuelto en un torbellino de negación y cancelació­n al otro. Donde el diálogo fructífero solo sea entre quien piensa igual y al de afuera se le ataca. Porque al final del día, si no intercambi­amos con quien piensa distinto, no intercambi­amos, sino que reafirmamo­s, y ya hay suficiente­s posturas muy afirmadas como para seguir agregando.

Tampoco sé si mi visión del Uruguay democrátic­o fue o no, en algún momento así (o si todo esto que digo sea culpa de los algoritmos de Instagram y Twitter), pero entre los dos escenarios, sin duda prefiero el primero, por el bien mayor y común.

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