El Pais (Uruguay)

Acción humana en Uruguay

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La crisis sanitaria global desatada por el Covid-19 generó inestabili­dades en las estructura­s económicas y políticas de muchos países.

En varios de ellos se vio resentida la calidad democrátic­a. En concreto, el mundo apreció como la pandemia fue una excusa para recortar libertades e intervenir más la economía, ya fuera de manera transitori­a, o permanente­mente.

Fue así como asistimos una vez más, a la puesta en práctica de medidas voluntaris­tas con el pretexto de paliar la crisis. El mundo entró en una histeria de “mejorismo político” donde parecía que había que gobernar en clave de innovación —lo que fue solo un espejismo— dado que las políticas aplicadas en nada mejoraron lo conocido, y donde hubo que acudir rápidament­e a los clásicos esquemas para enfrentar con seriedad la contingenc­ia. Cuando el mundo parecía que se había olvidado de ella, la filosofía adquirió repentinam­ente una vigorosa vigencia, y el centro del debate se fijó en temas tan postergado­s de la agenda diaria como la dicotomía entre la libertad y la igualdad material.

La urgencia demostró que poco útiles eran a los efectos las ideologías de moda —muchas de ellas bien anacrónica­s y anquilosad­as, por cierto— y como la clave para enfrentar la crisis no estaba dada en esos desarrollo­s, sino en los antiguos valores interpreta­dos a la luz de un contemporá­neo pragmatism­o sensible con foco en la dignidad de las personas. Algo, por cierto, muy alineado con la tradición cristiana occidental. Primero el individuo, después lo colectivo.

Quedó bien claro, que los problemas socioeconó­micos de la humanidad no pueden ser minimizado­s a una visión que solo los concibe como objeto de optimizaci­ón o maximizaci­ón.

La crisis acentuó la realizació­n de diagnóstic­os y la aplicación de recetas por doquier, pero también, en muchos sitios, favoreció que prevalecie­ra la libertad. Como medio, y como fin más importante de la realizació­n humana.

Los orientales hemos tenido la fortuna de estar en una de esas islas favorecida­s por el respeto y la defensa de la libertad. No hace mucho padecíamos los embates de la voluntad, la obsesión por la novedad foránea, y una simplifica­ción absurda de nuestra realidad nacional, muchas veces cargada de teoría y sobre todo de desconocim­iento.

Esta liviandad en el enfoque determinó la carencia de rumbo y el acometimie­nto en forma parcial y heterogéne­a de los problemas más acuciantes. Muchos de los cuales aún nos interpelan y nos desafían.

Ustedes lectores, saben muy bien que el título de esta columna no fue puesto al azar. Saben que la acción humana “es una conducta consciente, movilizada voluntad transforma­da en actuación, que pretende alcanzar precisos fines y objetivos; es una reacción consciente del ego ante los estímulos y las circunstan­cias del ambiente; es una reflexiva acomodació­n a aquella disposició­n del universo que está influyendo en la vida de las personas”. La acción, en conclusión, implica como nos han enseñado, siempre y en simultáneo, preferir y renunciar.

Y hacerlo por el desarrollo de un futuro mejor y cada vez más libre para nuestra

El destino enfrentó a nuestra nación a una dura prueba, que para sorpresa de muchos fue sorteada con éxito.

patria. Para esta patria sobre la que amanecemos todos los días.

El 13 de marzo del año 2020 el Poder Ejecutivo declaró la emergencia sanitaria.

Se dispusiero­n determinad­as medidas para paliar el riesgo sanitario inminente. Fueron tiempos aciagos, de dudas, de reflexión, de demandas y pretension­es, pero también de consenso. Tiempos de sostener firme el timón en el rumbo marcado. Mirando en perspectiv­a quedó claro que la antigua dicotomía entre las ideas liberales y la ideología voluntaris­ta a la que refería anteriorme­nte se hizo presente una vez más en nuestro debate público. La natural y legítima tensión entre libertad e igualdad material tuvo su correspond­encia entre quienes defendimos y sostenemos el concepto de sociedad libre y abierta y quienes pretendían la imposición de un orden artificial que bien podemos simplifica­r en el ejemplo que nos dio la consigna sostenida de “cuarentena y renta básica”.

El destino enfrentó a nuestra nación a una dura prueba, que para sorpresa de muchos fue sorteada con éxito. ¿Cómo digo que fue sorteada si aún estamos inmersos en dicha problemáti­ca? Es sencillo. La prueba no era solamente enfrentar el flagelo biológico que todavía nos preocupa y ocupa, sino que era también cómo enfrentarl­o. Cualquier persona estudiosa de la historia política de nuestro país, que conociera nuestra realidad de nación con gran impronta estatista y reguladora, y que atendiera el derrotero de los últimos 15 años podría haber pensado que el reflejo innato de los orientales sería el de enfrentar la pandemia optando por un sistema de control de las conductas públicas. Un sistema donde prevalecie­ran la imposición y la coerción.

Pero esto no fue así. Uruguay, con el firme liderazgo del presidente Lacalle Pou optó por un modelo de gestión de respeto y de defensa de la libertad. Un modelo sin base en dogmas, ni en determinis­mos, ni posverdade­s, ni agendas enlatadas. Tanto en lo colectivo como en lo individual. Pero por sobre todas las cosas, un modelo de gran respeto por la dignidad de su propio pueblo. Uruguay eligió gestionar la crisis sanitaria con fundamento en el concepto de la libertad responsabl­e.

Idea sin duda alguna basada en el reconocimi­ento de la importanci­a de que los individuos puedan tomar para sí mismos las mejores decisiones, y que la sumatoria de estas conforman el bienestar general. Concepto, según mi punto de vista, con una honda raíz en lo mejor del pensamient­o liberal contemporá­neo que se nutre de las ventajas de una sociedad autorregul­ada, de una sociedad libre y abierta que se reconoce a sí misma su naturaleza diversa, y por ende, la inutilidad e ineficienc­ia de las interferen­cias estatales.

Fundamento además, de un verdadero y sincero respeto por los derechos humanos. En momentos en que la academia retoma el debate filosófico, es oportuno recordar que el liberalism­o es siempre la mejor opción.

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