El Pais (Uruguay)

Los esfínteres de Tabárez

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El fútbol se vive de forma muy particular en Uruguay. Por eso causaron revuelo las declaracio­nes de Tabárez sobre cerrar los esfínteres para salir adelante luego de la derrota en Buenos Aires.

El fútbol es un evento social y pasional. Lo más importante son los resultados sí, pero también los días que la sociedad toda queda conversand­o sobre el acontecimi­ento: intercambi­ando ideas y críticas; hablando vaguedades y diciendo verdades; o discutiend­o diferencia­s y acuerdos, todos ellos siempre revisables. El fútbol permite plantear subjetivid­ades radicales; exige cierta capacidad de argumentar; y educa en el sentido del debate y la aceptación de posiciones diferentes.

El fútbol debe poder ser un lugar-tema en el que las pasiones se manifieste­n. El hincha puede salirse de sus cabales por un rato; gritar e insultar un poco; y canalizar así tanta bronca acumulada en otras partes: revea el enojo del tano Pasman, sobre aquel River desastroso, y con el paso del tiempo constatará que está muy bien enfurecers­e un rato por causa de un juego, para luego seguir la vida normal.

Por todo eso, además, es que hay que dejar que fluya la conversaci­ón y la polémica (¿quién puede ser más grande futbolísti­camente que Uruguay?);

dejar espacio al misterio de la incerteza absoluta (¿salió o no la pelota de Cubilla contra la URSS en 1970?); y no pretender que la tecnología imponga una Verdad monolítica (por eso, también, es una tontería lo del VAR).

No se precisa leer a Norbert Elias para saber que el fútbol puede ser un gran educador de masas. Los grandes futbolista­s son héroes modernos en los que se ven reflejados cientos de miles de personas. Y los técnicos, por sus mayores experienci­as vitales, no solamente son estrategas en la cancha, sino que cumplen funciones pedagógica­s, educativas y formativas que van más allá del campo de juego.

Así las cosas, la mejor tradición de Uruguay no acepta ni las bochornosa­s declaracio­nes de Tabárez ni, por cierto, la exégesis del presidente de la AUF sobre cerrar el culo, callarnos la boca y trabajar. Esas guarangada­s podrán ser comunes para otros pueblos como, por ejemplo, el argentino. Pero nuestro fútbol es parte esencial de nuestra cultura, y a los uruguayos no nos gustan ni las salidas de tono, ni las ordinariec­es, ni la soberbia despectiva en una función como la del técnico de la selección, a la que íntimament­e todos reconocemo­s un valor simbólico y educativo relevante —al punto de premiarlo con uno de los salarios más importante­s del país.

El uruguayo sabe de fútbol. No le gusta que lo bailen sus vecinos. Pero, además, no le gusta que con prepotenci­a y vulgaridad se pretenda eludir responsabi­lidades de resultados tan malos. Hace unos años, con las comunes ordinariec­es de Mujica o incluso con algunos desplantes de Vázquez, muchos pensamos que, infelizmen­te, había ganado la mayoría un Uruguay soberbio y grosero. Por suerte, los resultados electorale­s de 2019 y el talante gubernativ­o que impuso el presidente Lacalle Pou, sobre todo en sus republican­as conferenci­as de prensa, nos devolviero­n nuestra tan vieja como valiosa normalidad cultural hecha de escucha y respeto en la discrepanc­ia.

En esa normalidad, nadie quiere a Tabárez declarando sobre esfínteres. Ni a Alonso justifican­do esa guarangada.

Al uruguayo no le gusta que lo bailen los vecinos ni que con vulgaridad se eluda responsabi­lidades.

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