El Pais (Uruguay)

La mancha en la historia del general

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La palabra “primero” se repite en la historia de Colin Powell más veces que en la mayoría de las grandes personalid­ades de Estados Unidos. Fue el primer negro que llegó a consejero de Seguridad Nacional, cuando Ronald Reagan era presidente; el primer negro y el más joven de los militares que presidiero­n el Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas cuando el presidente era George Herbert Walker Bush, cuyo hijo más tarde lo convirtió en el primer negro que encabezó la Secretaría de Estado. Además, fue el primer nacido en Harlem y crecido en el Bronx cuando ambas eran las barriadas más peligrosas y marginales de Nueva York, que estuvo en todos esos cargos.

Pero hay otra cosa en la que fue el primero: nadie antes ni después de Colin Powell se arrepintió y declaró su vergüenza de manera pública por lo que hizo como secretario de Estado. Y en esto nada tiene que ver el color de su piel ni su procedenci­a social.

El general cuatro estrellas que había peleado en Vietnam antes de escalar a las cumbres de la jerarquía militar, dijo que haber sostenido en la ONU y otros foros internacio­nales la falsa certeza de que Saddam Hussein escondía un arsenal de armas de destrucció­n masiva “es una mancha” en su “historia”.

El dictador iraquí era un psicópata al frente de un régimen criminal.

Tenía lógica sospechar que escondiera armas químicas, porque las potencias occidental­es se las habían enviado para apoyarlo en la guerra que mantenía con el Irán liderado por el ayatola Ruhola Jomeini. Resultaba inconcebib­le que hubiera destruido esas armas sin la presencia de observador­es internacio­nales que lo verificara­n.

Pero los argumentos lucubrados por el vicepresid­ente Cheney y el secretario de Defensa Rumsfeld para presentar como certeza lo que a lo sumo era una sospecha, eran mentiras. Y el general Powell los repitió como un disco rayado en la antesala de la invasión norteameri­cana a Irak.

Incluso cuando el equipo encabezado por el experto sueco en rastreo de armamentos, Hans Blix, tras haber recorrido de punta a punta el país del Golfo concluyó que no había arsenales de destrucció­n masiva, la Casa Blanca, el Pentágono y la Secretaría de Estado mantuviero­n la patraña en pie para sostener la decisión de invadir Irak.

Como jefe del Estado Mayor Conjunto de Bush padre, Powell le había dado a Estados Unidos una victoria sin precedente­s por las pocas bajas propias, en la guerra para liberar Kuwait de la invasión iraquí. Pero como secretario de Estado avaló una operación desastrosa.

El error de invadir a Irak debilitó también la operación norteameri­cana en Afganistán. Y Powell, que había ordenado al general Norman Schwarzkop­f liberar el emirato kuwaití pero sin avanzar hasta Bagdad ni ocupar Irak, entendió la gravedad de la falacia sobre las armas químicas mucho antes de que la invasión ordenada por Bush hijo provocara una cadena de desastres que llega hasta estos días.

Su arrepentim­iento también tuvo que ver con los apoyos públicos que dio a la candidatur­a de Obama y, más tarde, a la de Biden en la elección para destronar a Trump.

Probableme­nte, ante la bochornosa retirada norteameri­cana de Afganistán, el general Powell se arrepintie­ra también de haber rechazado postularse a la presidenci­a cuando la exitosa operación Tormenta del Desierto lo catapultó a favorito en muchas encuestas.

Si él hubiera estado en el Despacho Oval, en lugar de George W. Bush, es probable que la invasión de Irak con el argumento de las armas químicas no hubiera ocurrido.

Powell dijo que haber sostenido que Saddam Hussein escondía armas de destrucció­n masiva “es una mancha” en su “historia”.

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