Así se ven las épicas cinematográficas
Estados Unidos, 2021. Director: Denis Villeneuve. Guion: Jon Spaihts, Villeneuve, Eric Roth. Fotografía: Greig Fraser. Editor: Joe Walker. Música: Hans Zimmer. Con: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Jason Momoa, Zendaya, Charlotte Rampling, Dave Bautista, Javier Bardem. Duración: 155 minutos. Estreno: 21 de octubre en cines.
ADennis Villeneuve no le asustan los desafíos. Hizo
Runner 2049, Blade
la secuela más impensada de un clásico: la primera Blade Runner,
la de 1982, la de Ridley Scott, la que tiene categoría de obra maestra.
Y Dune, su nueva película, está basada en una novela infilmable con la que no pudo uno de los grandes maestros del cine, David Lynch.
Es fácil entender qué puede haberle interesado de ese clásico de la ciencia ficción y la fantasía escrito por Frank Herbert en 1965, y que implica planetas y escenarios que ameritan mucho diseño de producción, miles de extras y efectos. Aunque sus películas
—Incendios, la de Hugh La Jackman, llegada, Sicario; Prisoners— se concentran en angustias individuales, todas tienen
grandiosidad visual y una puesta en escena destacada. Es, claramente, su zona de confort.
Y le permite reincidir y profundizar en una cuestión muy presente en sus últimaos proyectos: el mito del elegido. Si Louise (Amy Adams) en
La llegada es la mensajera de los marcianos para hacernos entender y mejorar, y K (Ryan Gosling) en Blade Runner
2049 anda media película creyéndose
el Mesías de una nueva raza híbrida, eso mismo le pasa a Paul Atreides ( Timothee Chalamet) que está en el centro de esta tragedia espacial.
Atreides es un personaje romántico a lo Caspar David Friedrich, una referencia pictórica que se hace explícita un par de veces. Su tendencia a la ropa oscura, su pelo melancólicamente descuidado, sus devaneos, son parte de una tradición y obligan a leer al héroe desde esa perspectiva: es un personaje trágico, un Luke Skywaker existencialista.
La puesta en escena es puro expresionismo con sus escenarios grandiosos y explícitos. Aunque es a todo color, se prefiere una paleta blanco y negro o sepia que le va muy bien y que se nota en el vestuario y en los fondos. Las escenas en el desierto son de un dorado profundo, a lo Storaro.
Algún público puede quedar por fuera de las idas y venidas de una épica monoteísta de hace más de 2.000 años, pero es su creación de un universo, más allá de esos devaneos anecdóticos, lo que la hace una gran película.
Dune es, si se puede, para ver a oscuras, con otra gente, en una pantalla grandísima y con sonido Dolby. Todo lo demás es placebo, no cine.