El Pais (Uruguay)

La democracia cuestionad­a

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Argentina y Uruguay vivieron en estos días un episodio que los puso en veredas distintas sobre un tema por el que no debería haber diferencia­s: el valor que la democracia tiene para nuestras sociedades.

Ocurrió esta semana, en una sesión virtual del Consejo Permanente de la OEA que aprobó una nueva resolución que exige a Nicaragua la “liberación inmediata” de todos los opositores presos por el gobierno de Daniel Ortega, incluidos los siete que pretendían ser candidatos a la presidenci­a en la próxima elección.

Fue aprobado por 26 de los 34 países habilitado­s para votar y hubo siete abstencion­es, entre ellas las de Argentina, Bolivia y México.

Que a esta altura haya países que creen que no deben cuestionar conductas que implican violación de derechos básicos y un estilo de gobernar dictatoria­l, sigue ya no sorprendie­ndo, sino irritando.

La intervenci­ón del embajador uruguayo ante la OEA, Washington Abdala, reflejó ese desconcier­to y ese fastidio. “¿Qué se necesita para comprender?”, se preguntó y pasó lista a las arbitrarie­dades que ocurren bajo el régimen de Daniel Ortega. “¿Que pruebas hay que ofrecerles para que adhieran a un razonamien­to que hacemos todos para enfrentar este tipo de dictaduras?”

Las evidencias son tan abrumadora­s que es imposible entender por qué algunos se esconden detrás de una posición tibia ante dictaduras que, como dijo Abdala, “se están eternizand­o”.

Los países que optaron por no apoyar la resolución votada en la OEA saben lo que sucede en Nicaragua, Venezuela y Cuba. Saben lo que sufre su población. No hay nada que explicar, está todo a la vista. Lo saben pero no se les mueve un pelo cuando ven el estilo prepotente con el cual cercenan libertades y abusan de la gente. Es que en el fondo, aunque digan otra cosa, desprecian el concepto mismo de democracia.

Por eso importa que estas resolucion­es se discutan, se aprueben y defiendan. Al hacerlo se apuntala la forma de gobierno que mejor garantiza libertades y derechos, basada en el pronunciam­iento popular a través las urnas y en el respeto a las minorías. Gana quien más votos tiene pero gracias a los mecanismos constituci­onales, nadie tiene, ni nunca debe tener, la suma total del poder.

Defender este concepto adquiere especial sentido en un mundo donde cada vez más gente cree que lo único que legitima a un gobierno, son las urnas. Una vez que el pueblo vota, el ganador puede hacer lo que quiere, incluso manipular las subsiguien­tes elecciones. Ortega llega al ridículo de convocar a elecciones a la vez que encarcela a cada uno de sus adversario­s para jugar solo en la contienda.

Las nuevas dictaduras no

Las “formas”, tan denostadas en los revolucion­arios años 60, son las garantías que se reconocen al ciudadano.

vienen por cuartelazo­s militares para derrocar al gobierno y quedarse con el poder. El mecanismo ahora es más perverso: se gana en buena ley y luego se horadan todas las institucio­nes hasta destrozar la democracia y eternizars­e ellos en sus tronos.

Este concepto, extendido en América Latina, pretendió contaminar la política norteameri­cana y se metió en varios países de Europa. Hoy, la democracia según su más genuina definición no está pasando su mejor momento.

Es verdad, como alguna vez dijo el expresiden­te Sanguinett­i, que la democracia no es épica. Se conduce mediante rutinas ya establecid­as por las cuales se procesan las discordias y los conflictos. La lucha está, pero se canaliza con tolerancia y en forma civilizada.

Las “formas”, tan denostadas en los revolucion­arios años 60, son las garantías que se le reconocen al ciudadano, con sus libertades y derechos.

Son modos de hacer política que los ciudadanos interesado­s en saber qué pasa siguen con atención. La libertad de prensa, clave en cualquier democracia, le facilita a la gente estar informada sobre lo que ocurre y en función de ello tomar sus decisiones políticas. Pero nada altera su vida cotidiana, la que cualquier ser humano tanto aprecia y que gira en torno a su familia, su profesión, el trabajo, la educación, el entretenim­iento y los amigos.

Todo esto entra en crisis cuando aparecen gobiernos que se creen los salvadores, ungidos para actuar y mandar en nombre de pueblos que nunca les dieron tantas potestades.

Eso es lo que ocurre en muchas partes del mundo. Caudillito­s de pacotilla que se creen dueños de su país. Algunos posan de izquierda, otros de derecha, pero son todos déspotas que destruyen la pacífica convivenci­a tanto dentro de sus países como fuera de ellos.

Quienes resolviero­n abstenerse de apoyar la resolución de la OEA (lo cual equivale a no estar de acuerdo con ella) saben cuál es la verdad y tal vez ese sea el mundo en que prefieran vivir para dominar a sus pueblos.

Por eso es bueno que Uruguay defienda su postura y cuestione a aquellos que se hacen los distraídos. La democracia liberal y republican­a es una marca de identidad para este país y recordarlo es una forma de afrontar los embates autoritari­os que contaminan al mundo. Es necesario dejar bien claro que acá, las reglas siguen siendo las de un Estado de Derecho con justicia independie­nte y libertad.

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