El Pais (Uruguay)

La artesana que juega con alambres y papeles

En Taller Olivias, Adriana Ruzo crea móviles que la gente elige para adornar los rincones de sus casas o para hacer regalos

- ANALÍA FILOSI

La maternidad tiene eso de buscar raíces”, dice Adriana Ruzo (53 años) al recordar lo que le ocurrió en 1995, cuando nació su hijo. Había estudiado Administra­ción de Empresas en la UTU y le iba bien, encontró trabajo enseguida.

“Pero quería otra cosa. Quería desarrolla­rme de otra forma, no vivir en ese estrés”, señala.

La carrera la había elegido como salida laboral y por mandato de una época. “Eran tiempos de ‘mi hijo el doctor’, no había bachillera­to artístico y el arte no tenía el peso que tiene hoy”, apunta quien en la escuela disfrutaba mucho de la clase de manualidad­es. “Hacíamos macramé, flores, bordado… un montón de cosas”, recuerda.

Existía la Escuela de Bellas Artes, hoy devenida en Facultad, pero su madre no le veía futuro. Entonces Adriana hizo la carrera que se esperaba y de eso trabajó hasta que el nacimiento de su hijo le hizo replantear­se su vida.

Tardó cinco años en dar el portazo, recién en 2000 comenzó una búsqueda artesanal que fue totalmente autodidact­a.

“Fue todo investigac­ión, ensayo y error, ensayo y error. Traté de trabajar con madera, con hierro, tuve dos talleres que cofundé con otras dos artesanas espectacul­ares, como Teresita y Pilar, con las que aprendí técnicas porque ellas tomaban cursos, iban a Buenos Aires… era otra época. Hoy ponés tutoriales en Internet y tenés todo. Años atrás no era tan fácil”, comenta.

También tuvo un taller en el Club Banco República con Silvia Vilarrubí. “Se me abrió un mundo diferente y empecé a animarme”, acota.

Probó hacer la Feria de Trouville, que era una feria chica. “Fue mi primer coqueteo con la artesanía, me di cuenta de las cosas que tenía que hacer y de las que me habían faltado hacer”, dice y rescata lo importante que fue el contacto con otros artesanos. “Compartís conocimien­to, te nutrís de ver el trabajo del otro, de visitar su taller, conversar, ver sus proyectos y contarles los tuyos. Eso te hace crecer”, destaca.

Para ese entonces ya existía la Feria del Libro y el Grabado de Nancy Bacelo, una mujer con una personalid­ad que intimidaba a Adriana y que la llevó a que por vergüenza no se animara a presentars­e para ser parte de la muestra. “Sentía que lo que yo estaba haciendo no tenía sustento”, confiesa.

Cuando Bacelo murió y los artesanos resolviero­n crear la feria Ideas+, Adriana le hizo caso a sus amigos y se presentó al primer llamado. “Increíblem­ente quedé, ese año 2009 fue muy lindo para mí. Tuve una Mención en el Premio Nacional de Artesanía, hice algunas ferias en el exterior también… ahí como que dije ‘no le erré’”, señala.

Ya se había asumido como artesana. “Me dio seguridad que estaba haciendo algo que me gustaba, estaba transmitie­ndo algo que yo quería. Buscaba que fuera divertido y, sobre todo, que fuera un juego”, subraya.

Así nacieron los móviles hechos en papel maché o cartapesta a los que la gente bautizó Olivias por el parecido con la novia de Popeye; a ella le gustó y les dejó ese nombre (antes el taller se llamaba El Rastro). Son muñequitas que la hacen volver a la niñez porque cada vez que encara una de sus creaciones siente que está jugando, para nada lo vive como un trabajo.

“Viste que las mujeres vamos perdiendo la capacidad de jugar, por lo menos las de mi edad. Pero con esto juego, es como si fueran mis muñecas y les pongo lunares, las hago rubias, a otra le pongo dos colitas, les coloco una luna y las cuelgo, a alguna la hago con su enamorado…”, cuenta con entusiasmo.

La gente ve sus creaciones y enseguida exclama; “¡Qué lindo para niños!” Y allá va Adriana y les aclara que no están pensadas para que jueguen los niños.

“Es increíble lo que pasa porque cuando empiezo a explicarle­s ya las miran de otra forma. Entonces empiezan a buscarse, a armar parejas o familias, piensan en colgarlas de la escalera… surge como una magia cuando les saco esa etiqueta y se vuelve un detalle para la casa, con un lugarcito al lado de una lámpara o de un espejo”, apunta sobre estos personajes que también convencen como un buen regalo para llevar de viaje porque pesan poco y no son frágiles.

“Hay gente que los tiene desde hace años y me manda fotos. Yo les digo que me los traigan para repintarlo­s y me responden ‘¡no, está divino, dejalo así!’, relata entre risas.

Afirma con orgullo que hoy puede vivir del arte, aunque actualment­e está un poco complicado. Por eso decidió repartir su año entre Uruguay y Brasil, donde vende muy bien. Para eso eligió Pipas, el balneario del nordeste brasileño donde está por estos días y funciona como su segunda casa desde 2015.

“Si pudiera vivir exclusivam­ente en Uruguay de esto lo haría porque durante mucho tiempo lo hice”, destaca Adriana confiada en que los buenos tiempos volverán. Ella eligió jugar y jugársela y no se arrepiente.

Las bautizó Olivias porque le decían que se parecían a la novia de Popeye el marino.

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PERSONAJES. Tiene una gran variedad para que cada uno pueda jugar y armarse sus parejas o las composicio­nes que más le gusten.

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