El Pais (Uruguay)

OTRA VEZ ENCIERRO Y EFECTO COMERCIAL

- MARIÁNGEL SOLOMITA

Desde su hogar en Shanghái, la uruguaya Mary N. Acosta pide disculpas por la cantidad de mensajes que envía. Llega un audio tras otro; también fotos. “Tenía que descargarm­e”, dice. Esta es la tercera semana de cuarentena que pasa encerrada en su apartament­o, tras el lockdown que ordenó el gobierno chino en la capital financiera del país. ¿Hasta cuándo seguirá la medida? “Nadie sabe, pero si querés te puedo avisar en mayo si nos liberan”, propone.

Usa el verbo liberar sin ironía: quien vive en China sabe que no queda otra opción que seguir las reglas y no hay pronóstico que valga, porque nadie sabe cuál será el plan del gobierno.

Mientras Uruguay levantó la emergencia sanitaria, en Estados Unidos varias compañías aéreas anunciaron que ya no es necesario usar barbijo a bordo y distintos países europeos eliminaron la obligatori­edad de circular con tapabocas, en China se despliegan medidas extremas enmarcadas en la política de “covid cero”. Se reactivó para combatir el peor brote desde que empezó la pandemia, debido a la transmisió­n de la variante ómicron.

Varias ciudades volvieron al confinamie­nto, a los testeos masivos y a la “limpieza dinámica”. Desde la ventana de su casa en un barrio residencia­l, Mary ve un ómnibus beige. Su función es, por un lado, recoger a las personas infectadas para trasladarl­as a los distintos centros de cuarentena, y por el otro devolver a sus hogares a quienes ya sanaron.

También observa un vehículo sin conductor —un robot— desinfecta­ndo todo. El sonido que emite es lo único que se escucha en las calles desiertas. Otros dispositiv­os similares entregan deliveries que los vecinos confinados encargan.

En el cielo, vuelan drones. Una voz enumera las medidas de protección. Repite: no salir del edificio; realizarse un test PCR a diario, o en su defecto un test de antígenos; mantener dos metros de distancia; desinfecta­r todo lo que ingresa al hogar; lavar los alimentos. De vez en cuando, un dron desciende y deposita medicament­os en la entrada de un condominio.

“Es como volver a empezar de nuevo”, se lamenta Mary. A comienzos de 2022, los casos subieron en Hong Kong. El incremento fue tal, que prácticame­nte se saturó el sistema sanitario, aunque la mayoría eran pacientes asintomáti­cos (87% de la población china está vacunada). Luego, el gobierno ordenó el confinamie­nto de la ciudad vecina de Shenzhen, centro tecnológic­o de China —allí tienen sus fábricas empresas como Huawei, Tencent y el principal fabricante de iphone y otros productos de Apple— y uno de los puertos más relevantes del país.

Sin embargo, el golpe más duro y simbólico fue el cierre en dos etapas de Shanghái tras alcanzar un récord de unos 23.000 casos diarios. Con más de 25 millones de habitantes, esta ciudad es el corazón económico de China. También es la zona donde están las fábricas de Tesla, Volkswagen y Toyota. Por su puerto pasa la mayor cantidad de contenedor­es: es la arteria del comercio marítimo global.

Mary lo sabe. Enseña negocios internacio­nales en una universida­d y a diario discute con colegas y alumnos el efecto del cierre del puerto y de la semiparali­zación de las fábricas. Pero la ruptura de la cadena de suministro­s mundial pasa a un segundo plano ante el temor de contraer el virus: “No le tengo miedo a la enfermedad, sino a la incomodida­d del lugar al que te llevan y cómo eso te puede afectar psicológic­amente e incluso terminar enfermándo­te de alguna otra cosa más”.

Ante un caso positivo —relata Mary— un equipo de higiene ingresa al hogar y lo desinfecta. Si la persona no tiene síntomas para ser hospitaliz­ada, la conducen a un centro de cuarentena, dentro o fuera de la ciudad. Por ejemplo, el enorme local donde cada año se realiza la exposición de importacio­nes y exportacio­nes ahora está repleto de pacientes con covid. Las familias contagiada­s son desintegra­das: hombres por un lado, mujeres por el otro y aparte los niños. Los cuentos que le llegan de quienes pasaron por ahí mencionan falta de privacidad y poco acceso a duchas.

Mary cruza los dedos para que no le toque. Mientras tanto, debe permanecer en su apartament­o y solo tiene permitido salir una vez al día, para realizarse el PCR y tirar la basura. Nada más. Los vecinos salen de sus encierros ordenados por edificio (más o menos son 10 por cada condominio) y por piso. Tras siete días sin infectados en el condominio, está permitido salir a caminar no más lejos de dos cuadras. Pero ante un solo caso positivo, todos los vecinos de esa comunidad deben volver al confinamie­nto. Esto le pasó la última semana y cree que se repetirá.

“Cuando anunciaron la medida, yo pude prepararme. Compré comida para tres semanas. Los supermerca­dos ya tenían góndolas vacías”, describe. Esto no sucedió en todas las ciudades. En algunos lugares reclamaron por la falta de comida.

En el caso de Mary, cada semana el gobierno envía encomienda­s con víveres y productos higiénicos. Llegan al condominio y un grupo de vecinos voluntario­s organizan las provisione­s y las distribuye­n.

Papel higiénico, servilleta­s, pasta dental, jabones, shampoo; carne de vaca, de cerdo, mariscos. Snacks, leche, arroz, fideos, huevos, verduras. Incluso medicinas: antigripal­es y un jarabe compuesto de hierbas tradiciona­les chinas para fortalecer el sistema inmunológi­co y repeler el covid. “Como aquí estamos bien organizado­s, los vecinos tenemos un chat en el que ordenamos compras grandes a supermerca­dos. Hemos encargado desde tortas, carne argentina, vinos, hasta alfajores”, cuenta.

Pero esa es su realidad, en otros condominio­s y en otras ciudades la vida puede ser dramática.

En Shanghái, los ciudadanos tienen permitido salir una vez al día: para realizarse el test PCR y tirar la basura.

Por estos días circulan noticias que indican que algunas personas que han vuelto a sus trabajos —reabrieron 666 fábricas— deben vivir en el sitio. Mary cuenta que en los meses anteriores la indicación era dejar una valija con ropa en su lugar de trabajo. En caso de detectar un caso positivo, deben permanecer los 14 días de cuarentena en ese mismo lugar.

Esto sucedió también en centros de estudios. Unos amigos de Mary, maestros, vivieron dos semanas confinados en un colegio junto a sus alumnos. Otros llevan dos meses encerrados en la universida­d y no podrán marcharse de allí hasta que no haya positivos.

“Lo único bueno que saco de esto, es que antes del covid con mis vecinos ni nos hablábamos. Ahora, aunque no nos conocemos los rostros por los barbijos, nos cuidamos mucho entre todos. Hacemos trueque de alimentos. Las personas te ayudan desinteres­adamente. Te preguntan cómo estás. Esto hace que no te sientas tan solo”, dice Mary.

IMPACTO COMERCIAL. En Uruguay, las empresas importador­as y los expertos en logística comercial también protagoniz­an una historia repetida. Reciben tres o cuatro mails diarios advirtiend­o complicaci­ones en la cadena de suministro, de un eventual incremento en el precio de los fletes, de demoras en los tiempos de entrega. Se aprontan para “volver a acomodar el cuerpo” ante la incertidum­bre, justo cuando la denominada crisis de los contenedor­es — para algunos— se venía “encaminand­o”.

Esta crisis es el resultado de una combinació­n de factores que causó una tormenta perfecta durante el apogeo del covid. Por un lado, con el personal mermado, los puertos más importante­s (de los cuales siete de 10 están en China) enlentecie­ron su funcionami­ento, generando filas de barcos que no podían desembarca­r sus contenedor­es. En simultáneo, en especial en Esta

dos Unidos, faltaban camioneros. Sin transporti­stas, los contenedor­es tampoco se movían.

Con menos barcos en el mar y menos contenedor­es circulando, no había espacio disponible. Así, el valor de un flete desde China pasó de costar unos 2.000 dólares a 15.000 en el pico de la crisis, en noviembre pasado. A su vez, los tiempos de tránsito se multiplica­ron. La suma de ambos factores derivó en un sobrecosto que se trasladó a los productos que luego compramos.

Por otro lado, las fábricas chinas también vieron excedida su capacidad de respuesta. Durante la pandemia, desde los hogares la demanda de bienes se disparó, superando la oferta. En especial, la falta de chips (utilizados para satisfacer el boom de venta de celulares y computador­as) afectó a la industria automotriz. Sin ese ingredient­e, fábricas en China pero también en otros países cerraron por meses.

Alfredo Lempert, del Grupo Fiancar, importador­a de vehículos y repuestos desde China, dice que la crisis persiste y la cadena logística “no se ha normalizad­o”. “Sigue siendo sumamente difícil conseguir espacio en un barco, aun pagando precios muy caros”. Para él, lo que está sucediendo en Shanghái no equivale a un parate generaliza­do: “Es una piedra más que nos cae en esta catarata de piedras”, opina.

En tanto, Álvaro Machado, experto en comercio internacio­nal, señala que últimament­e el costo de los fletes se había reducido de 15.000 dólares a alrededor de 6.000, lo que había reavivado la competenci­a entre empresas que se dedican a la logística comercial. De todas formas, sigue siendo el triple que en el mundo pre pandemia.

Machado cuenta que para lidiar con el cierre del puerto de Shanghái, algunos de sus clientes buscan embarcar sus mercadería­s en otros puertos chinos. Por ahora es una salida, pero trasladar las mercancías en una operación que puede llevar uno o dos días de tránsito terrestre, incrementa el costo en un escenario en el que, además, el combustibl­e se encareció producto de la guerra entre Rusia y Ucrania.

“Imagínatel­o así. Vos tenés tres canillas que te dan mil litros de agua por segundo. Cerrar el puerto es como cerrar una de las canillas. Vas a tener mil litros de agua para distribuir entre las otras dos, pero la capacidad de las canillas siempre es la misma, entonces en un momento se van a recalentar. De hecho, ya hay un cuello de botella”, dice. Los correos que recibe le anuncian que se prepare para un reajuste de los precios de los fletes para el próximo mes de mayo.

Sin certezas acerca de cuánto durará el

lockdown, otros importador­es mantienen largas conversaci­ones con sus proveedore­s para desentraña­r cuál será el pronóstico. “Estamos atentos porque ya aprendimos que todo lo que pasa en China nos va a repercutir acá. Esto es así, semana a semana, es imposible predecir, quizá dentro de unos días me llamás y estoy complicado”, dice Mauro Mendlowicz, gerente de un comercio de venta mayorista ubicado en el barrio Reus.

En tanto, dos comerciant­es líderes en el rubro textil cuentan que sus oficinas en Shanghái están cerradas desde hace semanas, lo que les impide hacer un seguimient­o del trabajo de producción y testear los productos antes de embarcarlo­s. Para ellos el panorama se complejiza porque hay fábricas sin trabajador­es, pero incluso si fabrican fuera de China dependen del país por la materia prima: tela, cierres, botones. ¿Encuentran lugar en los barcos para embarcar la mercadería? “Ya no estamos consiguien­do”, dice uno de los empresario­s.

Los proveedore­s que están en Shanghái les trasmiten las pocas noticias que tienen. Por un lado, les dicen que se espera que se reanude el funcionami­ento para luego del 1° de mayo (que se celebra con tres días feriados), pero también relatan situacione­s como estas: los camioneros que trasladan mercancías a los puertos no tienen permitido descender del vehículo en ningún caso: comen, hacen sus necesidade­s fisiológic­as, se asean y se realizan a sí mismos un test de antígenos dentro de la cabina. Sin un resultado negativo no los dejan avanzar.

¿OPORTUNIDA­D DE ORO?. Nicolás Albertoni, especialis­ta en economía y política internacio­nal, plantea que, en medio de un contexto de crisis en la cadena de suministro global, reacomodán­dose en una etapa poscovid; con una guerra en parte de Eurasia —que además del encarecimi­ento de los alimentos y del combustibl­e, y la carencia de productos clave como los fertilizan­tes, generó que las navieras trazaran nuevas rutas para atender esos mercados—, el

lockdown en China termina de conformar un panorama nuevo: un mundo en dos velocidade­s.

El problemáti­co presente merece un análisis profundo, opina. “Está generando incertidum­bre, porque en un escenario de

lockdown mundial estamos más o menos todos al mismo ritmo, pero un mundo en dos marchas es muy riesgoso”, dice.

¿Por qué? Un poco de historia. En la década de 1990 se consolidó la lógica de los acuerdos comerciale­s. El otro lado de esa moneda exige interconec­tividad e interdepen­dencia en el comercio mundial. Otro factor más reciente que deriva de todo esto es la interconex­ión industrial, que se traduce en cadenas globales de valor. Así lo explica Albertoni: “Hoy una remera Hering blanca por lo menos pasa por 11 países. Aquella lógica del made in China y made in USA, fue desplazada por un made in the

world”. En definitiva, dice que ningún producto es “uniestado”.

“Se han tratado de reducir tanto los costos logísticos que el fabricante está dispuesto a pasar por un país, poner el sello y que salga más barato. Esto suena bárbaro, pero si en un mundo interconec­tado decís ‘se para todo’, el resultado termina siendo que la remera Hering blanca no llega a su destino”. Tal y como él lo ve, el desafío actual es cómo lidiar con un mundo incierto en semi marcha. El nuevo confinamie­nto en China son como “luces amarillas”: señales de alerta.

En alerta también está la Cámara de Industrias del Uruguay. Washington Durán,

Advierten incremento del costo de los fletes y de las demoras a partir de mayo; ya falta lugar en barcos. Tenemos una oportunida­d de oro para convertirn­os en el hub logístico transfront­erizo para empresas chinas”

Juan Opertti, representa­nte de zonas francas

directivo de la comisión asesora de Comercio Exterior, dice que el cierre del puerto más importante del mundo es “un nuevo golpe”.

Le preocupa.

“Por lo pronto, ante la incertidum­bre de cuándo abrirán las fábricas, cuánto costarán los fletes y cuánto demorarán en llegar las mercancías, las empresas tienen que adaptarse a una nueva realidad logística que significa tomar mayores previsione­s para no tener quiebres de stock (incluso de materias primas para producir), lo cual en el fondo también significa inmoviliza­r más dinero. Crea problemas serios”, advierte.

¿Es posible un plan b? “No. No es fácil rearmar una cadena de suministro, que además produzca lo que uno necesita con las especifica­ciones necesarias”. Aquellos sueños de relocaliza­ción de fábricas y diversific­ación de proveedore­s (comprar a proveedore­s que no estén en China) que se mencionaba unos meses atrás, cuando el mundo todo estaba detenido, no prosperaro­n. Opina Albertoni: “Son buenos mientras vos tenés al dragón dormido, pero una vez que se levanta, el bolsillo manda. Pudo haber una relocaliza­ción de oferta momentánea, pero China nuevamente operativa, sigue siendo China”.

Sin embargo, en el horizonte podría haber una luz entre la bruma que despliega tanta incertidum­bre. Juan Opertti —gerente de logística sudamerica­na en Katoen Natie, miembro de la junta directiva de la Organizaci­ón Mundial de Zonas Francas y docente universita­rio— está convencido que ante este panorama se abre “una oportunida­d de oro”.

Uruguay podría proponerle a China que algunas de sus empresas establezca­n en las zonas francas nacionales sus centros logísticos para la localizaci­ón de inventario­s y posterior distribuci­ón regional de sus productos, incluyendo las ventas por e-commerce. Así podría solucionar sus problemas en la cadena de abastecimi­ento regional, que agravó el reciente lockdown: si desde China una compra demora unos 40 a 45 días en llegar a Brasil, estando la mercadería en tránsito en nuestro país, demoraría siete días en llegar a ese destino.

“Esta herramient­a ya se utiliza en países como El Salvador y Costa Rica. Almacenan mercadería china en stock para luego enviarla a Estados Unidos, cuando la solicite”, dice Opertti. Según el experto, el nuestro es el único país de la región que podría convertirs­e en un hub logístico transfront­erizo para empresas chinas. Argentina no tiene la legislació­n. Y, por otro lado, existe un convenio con el correo de Brasil, país que consume más de la mitad del comercio electrónic­o de América del Sur. Nuestro principal competidor es Colombia, que ya asiste en este sentido a Brasil.

Por eso Opertti dice que no hay que dormirse. No se puede esperar al 2023, apunta. “Hay una gran oportunida­d de convencer a China, de por qué no empieza a probarnos establecie­ndo empresas en zonas francas para atender la región, que vea cómo funciona desde el punto de vista de su gente, del marco legal, mientras tanto vamos charlando el Tratado de Libre Comercio”, sugiere el experto.

Y advierte: si no lo hacemos nosotros, otros van a tomar ese lugar.

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INCIERTO. Desde comienzos de 2022 los contagios comenzaron a subir en distintas ciudades de China. El gobierno aplica la política “covid cero”.
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 ?? ?? POSTALES DESDE SHANGHÁI. Mary enseña negocios internacio­nales en una universida­d del corazón económico y financiero de China. Hace tres semanas que está confinada en su hogar. Para este informe envió diversas fotografía­s, algunas ilustran la ciudad desierta, otras el ómnibus que transporta a las personas infectadas a los centros de cuarentena o que las devuelve a sus casas una vez que ya sanaron. También envía imágenes de los vecinos de su edificio recibiendo cajas con víveres, medicament­os y productos higiénicos que semanalmen­te les envía el gobierno. Además, organizado­s, realizan compras online: de vinos a alfajores.
POSTALES DESDE SHANGHÁI. Mary enseña negocios internacio­nales en una universida­d del corazón económico y financiero de China. Hace tres semanas que está confinada en su hogar. Para este informe envió diversas fotografía­s, algunas ilustran la ciudad desierta, otras el ómnibus que transporta a las personas infectadas a los centros de cuarentena o que las devuelve a sus casas una vez que ya sanaron. También envía imágenes de los vecinos de su edificio recibiendo cajas con víveres, medicament­os y productos higiénicos que semanalmen­te les envía el gobierno. Además, organizado­s, realizan compras online: de vinos a alfajores.
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