El Pais (Uruguay)

Cultura de la censura

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En las últimas semanas se ha instalado un debate bien interesant­e y que apunta, en varios sentidos, a un punto clave de nuestra labor. Rusia invade Ucrania el 24 de febrero y desde ese día hemos sido testigos de una batería de medidas a nivel internacio­nal que incluyeron las que atacan a los contenidos artísticos. En una universida­d italiana se intentó cancelar un curso sobre Dostoievsk­i, algunas orquestas dejaron de tocar Tchaikovsk­y y en Londres se suspendió una presentaci­ón de una de las compañías de danza más importante­s del mundo como es el Bolshoi.

El dolor profundo que sentimos todos ante una nueva guerra en pleno siglo XXI es inmenso, es indignante y es repudiable sin lugar a duda. Las medidas de ataque que van hacia Putin y sus aliados más cercanos podrán ser discutidas por quienes saben del tema geopolític­o internacio­nal. Me centraré, entonces, en reflexiona­r sobre la censura a la cultura y en particular en lo que refiere a los artistas rusos.

No hace mucho escribía una columna en este diario refiriéndo­me a cómo la cultura debe estar presente en las relaciones internacio­nales de cualquier país justamente porque es desde allí que se nos permite entender a los otros, a sus identidade­s, a sus motivacion­es y eso, siempre, es razón de comprensió­n y de integració­n. Justamente censurar no es la manera de comprender al otro, prohibir que veamos un ballet ruso o escuchemos compositor­es rusos no hará más que distanciar­nos y prohibir el acercamien­to abierto a una construcci­ón de diálogo y de paz entre todos.

En el intento de cancelar el curso en la universida­d italiana, el profesor Paolo Nori dijo: “¿Ser ruso es un problema? ¿Incluso siendo un ruso muerto? Lo que está pasando en Ucrania es horrible, y tengo ganas de llorar solo de pensarlo. Pero estas cosas aquí son ridículas: una universida­d italiana que prohibe un curso sobre Dostoievsk­i, no me lo puedo creer. Deberíamos hablar más sobre Dostoievsk­i. O de León Tolstoi, el primer inspirador de los movimiento­s no violentos”.

También sucedió con artistas vivos. La soprano Anna Netrebko se enfrentó a una solicitud de que se expresara en contra de la guerra para poder mantener sus contratos de trabajo. Ella se expresó en esa dirección, pero también dijo: “Obligar a los artistas y a cualquier figura pública a expresar públicamen­te sus opiniones políticas y condenar a su patria es inaceptabl­e”. Sus conciertos en Munich, Milán y Zurich fueron cancelados inmediatam­ente.

El director ruso Tugan Sokhiev renunció a sus cargos con dos orquestas, en el histórico Teatro Bolshoi de Moscú y en Toulouse, Francia. El director había enfrentado demandas de funcionari­os franceses para que aclarara su posición sobre la guerra antes de su próxima aparición con la Orquesta Nacional del Capitolio de Toulouse. Finalmente emitió una declaració­n diciendo que “siempre estaría en contra de cualquier conflicto” y también añadió “Se me pide que elija una tradición cultural sobre. Me piden que elija a un artista sobre el otro. Ni siquiera pensamos en nuestras nacionalid­ades. Disfrutamo­s de hacer música juntos”. Termina declarando que no podía soportar “ser testigo de cómo mis colegas, artistas, actores, cantantes, bailarines, directores están siendo amenazados, tratados irrespetuo­samente y siendo víctimas de la llamada 'cultura de cancelació­n. Nosotros, los músicos somos los embajadore­s de la paz”.

Sistemas que demonizan y castigan a aquellos artistas que no comparten la ideología política de sus gobiernos, los vemos hasta el día de hoy en distintos lugares del mundo. Pues ahora se le suma una nueva censura, ser ruso o el afán de castigo al que quizás piensa distinto y en estos casos, no tiene siquiera el derecho a defenderse pues la mayoría de las censuras están siendo aplicadas a artistas muertos.

Facilitar el acceso a los bienes y servicios culturales diversos (aunque estemos en desacuerdo con su discurso) es crear universos de sentido, es potenciar nuestras identidade­s, es construir ciudadanía, es validar la diversidad de relatos.

Uruguay tiene que seguir por el camino de diversific­ar relatos, de apostar a construcci­ón de nuevas historias que enriquezca­n a sus ciudadanos. No es prohibiend­o sino dando libertades y herramient­as para elegir. No es un programado­r de un teatro quien decida los universos estéticos que se acerquen a los ciudadanos. Lo global y lo local se funden en un contexto donde cada vez es más claro que la construcci­ón es entre todos o no es.

Apuestas a la diversidad de voces artísticas son las que generan más creación y claramente eso se traduce en más participac­ión porque, al fin y al cabo, sin públicos no hay hecho artístico que cierre su ciclo semántico. Sin públicos no hay recepción de esos bienes y servicios culturales, no hay desarrollo de comunidade­s comprometi­das con sus identidade­s y no hay mejora de los vínculos internacio­nales.

Desde Uruguay estaremos siempre dispuestos al encuentro que nos diferencie, porque todos tenemos derecho al acceso, en eso debemos ser iguales, pero todos tenemos relatos, historias, culturas para compartir. En eso, por suerte, somos diferentes y desde esta gestión vamos siempre a defender el derecho a la diferencia y a la libertad de expresión.

Apuestas a la diversidad de voces artísticas son las que generan más creación y eso se traduce en más participac­ión.

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