Balotaje basado en una coalición
El presidente chileno Gabriel Boric asumió a mediados de marzo y ya tiene problemas. Entre varios nudos que debe desatar, están los estudiantes que, al igual que cuando el lo fue, se movilizan en protesta. Boric no tuvo mayoría propia y debió ir a una segunda vuelta para alcanzar la presidencia.
En Perú, el presidente Pedro Castillo enfrentó varios pedidos de destitución por parte del Parlamento y está constantemente cambiando ministros. En menos de un año de gobierno, ya muestra una fragilidad extrema. También él debió ir a una segunda vuelta porque en la primera estuvo lejos de obtener el triunfo.
En Francia, Emmanuel Macron acaba de ganar la segunda vuelta. De igual modo llegó a la presidencia en su primer período. Y ya se le suman nuevos escollos a los que tuvo en estos años.
Estos ejemplos parecerían mostrar que el balotaje plantea problemas para la gobernabilidad. Es que cuando la elección se reduce a dos finalistas, la mayoría opta por un candidato sin necesariamente simpatizar con el. La ventaja del mecanismo es que no habiendo un claro vencedor, es el ciudadano quien está obligado a asumir la responsabilidad de dirimir ese dilema.
En todos estos casos ocurrió algo que no pasó en Uruguay en 2019. La segunda vuelta fue bien manejada porque hubo visión política en todas las partes. Parecía una elección manejada con criterios propios de las democracias parlamentarias. Se armó una coalición con un compromiso firme de mantenerla y con entendimientos básicos comunes.
En los otros casos, los ganadores fueron elegidos porque una parte del electorado entendió que eran el mal menor. En Perú el electorado tenía claro que se trataba de elegir entre dos alternativas terribles. En Francia, Marine Le Pen sigue siendo una candidata difícil de aceptar. En Chile, el adversario de Boric se mostró demasiado extremista. Boric también lo era, de signo contrario, pero supo entender la coyuntura y rápidamente se corrió hacia el centro-izquierda y eso lo hizo aceptable.
En todas estas elecciones, la opción fue por descarte. El candidato no hizo mucho esfuerzo pues sabía que era preferible a su adversario. Algunos partidos que quedaron fuera de la segunda vuelta indicaron su preferencia, sin por ello asumir mayores compromisos. Por eso importa valorar lo ocurrido en Uruguay e importa cuidarlo y mantenerlo.
Ya en la primera vuelta hubo una clara intención de los partidos no frentistas, de acordar entre todos y apoyar a quien quedara en carrera para el balotaje.
Cuando era evidente que esa persona sería Luis Lacalle Pou, los cinco partidos se pusieron de acuerdo en temas básicos y así hicieron campaña. El día que se confirmó su elección, Lacalle sabía con absoluta certeza que contaba con la necesaria mayoría parlamentaria para gobernar porque así se negoció y concertó con anterioridad.
De ese modo surgió lo que algunos llaman la Coalición Republicana.
Como toda coalición integrada por cinco partidos muy distintos entre sí, ella plantea algunos problemas. Pero son más fáciles de administrar, cosa que no ocurre cuando un presidente llega al cargo por descarte y recién después debe ver como se las arregla.
La coalición republicana fue puesta a prueba otra vez en la campaña por la LUC y su victoria sobre quienes querían derogarla demostró que persistía una cohesión básica.
La coalición actualmente en el gobierno, no ganó para parecerse al Frente sino para hacer algo distinto.
Quedó pendiente, por tratarse de una consulta sobre una ley, saber cuanta vigencia tenía cada partido de esa coalición. La votación no determinaba hacia quienes iban los votos por No y en consecuencia no se sabe cuanto apoyo tuvo cada uno pese a que todos hicieron campaña con igual energía y la coalición en su conjunto salió bien parada.
La decisión de ir prefigurando la coalición antes de la segunda vuelta en 2019, se pareció mucho al procedimiento de las democracias parlamentarias europeas. El eventual primer ministro es (en caso de que su partido no logre mayoría absoluta propia) quien debe armar una coalición que le de esa mayoría. De otro modo, no accede al gobierno.
Por eso la coalición importa. Para que subsista (y solo si subsiste puede mantenerse en el gobierno) debe aceptar cierta flexibilidad y así cada socio mantiene su identidad, pero también debe atenerse a los objetivos diseñados en común y de ese modo constituirse en un cambio respecto a los gobiernos frentistas que lo antecedieron. La coalición no ganó para parecerse al Frente sino para hacer algo distinto.
Sus socios no deben olvidar esa premisa básica.