El Pais (Uruguay)

La naturaleza dentro de cajas

Sede del MNHN cerrada al público general guarda tesoros a la espera de tiempos mejores

- MARÍA DE LOS ÁNGELES ORFILA

Si fueras un extraterre­stre que llega a la Tierra con la misión de describir las formas de vida del planeta, ¿qué harías?”, lanzó la pregunta Enrique González, mastozoólo­go del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN). Una opción sería ir al Amazonas o a África pero el viaje de reconocimi­ento sería incompleto. La mejor idea es ir a un museo de historia natural. Y si la intención es conocer la diversidad biológica de Uruguay, la parada obligatori­a es esa institució­n que se divide en dos sedes: la nueva de la calle Miguelete (que está abierta al público) y una casa de varias plantas en la calle 25 de Mayo que es donde se acumula gran parte de su acervo y esconde una de las biblioteca­s especializ­adas más grandes del país.

Entre las coleccione­s científica­s de botánica, zoología y paleontolo­gía usted –como extraterre­stre o como humano– se llevará gratas y amargas sorpresas por igual: verá objetos por primera vez en su vida y verá en qué condicione­s se conservan por falta de espacio.

MAMÍFEROS. De los 9.000 mamíferos del acervo del MNHN –“8.500 ya catalogado­s y 500 que están en freezers para ser procesados”–

González destacó a dos ejemplares autóctonos y dos exóticos. El primero es el único ejemplar de comadreja de agua o yapok encontrado en Uruguay. “Se encontró en 1998 y no volvió a aparecer”, apuntó. El hallazgo se produjo en Cerro Largo. ¿Y qué pasó con esta especie? Las expedicion­es posteriore­s de González y su equipo nunca dieron con otro pero no porque no exista sino porque, a juicio del investigad­or, no se cuenta con la cantidad suficiente de trampas. Se tiene cinco y se precisaría­n, al menos, 50. De esta forma se podría capturar algunos ejemplares para marcarlos con una caravana o colocarles un microchip para luego tener datos sobre su desplazami­ento.

“Es el paradigma de lo que ocurre con muchas especies de nuestra fauna. Nadie les da pelota; no se sabe si están o no están. La gente pregunta: ¿hay pumas? Y… no se sabe. Para saber hay que ir a buscarlos y eso no es sencillo”, dijo a El País. Un detalle: el MNHN no cuenta con vehículos ni suficiente cantidad de científico­s para investigar la diversidad biológica a nivel nacional.

El segundo ejemplar que eligió González fue un aguará guazú. Este es el zorro de mayor tamaño del mundo y eso queda claro cuando lo coloca sobre todo el largo de una mesa (foto principal). Se trata de un animal que fue muerto por cazadores en Esteros de Farrapos (Río Negro) en 1990.

De los exóticos, González eligió dos: un murciélago zorro volador filipino –el más grande del mundo– y el cráneo de un gorila. “Es uno de los pocos que existen en el mundo colectados en la naturaleza; algunos museos tienen gorilas pero suelen ser ejemplares que murieron en los zoológicos”, señaló. El MNHN tiene, además, el esqueleto completo. ¿Cuál es su historia?: “Lo compró un uruguayo a indígenas africanos que lo habían matado para comérselo; fue en los años 40”.

Esta pieza tiene confirmada su procedenci­a por lo que adquiere relevancia para un museo. No así otra que González sacó debajo de una mesa y cuya descripció­n es un viaje a la niñez de varias generacion­es: el cráneo de Leo, el elefante nacido y muerto en el zoológico de Villa Dolores.

“No entra en la colección general sino en la de material compartivo porque del gorila sabemos el país y el año, pero de Leo solo sabemos que es asiático. No sabemos si es de la India, de Birmania o de Malasia; no sabemos cuándo fue capturado el animal silvestre que es su antecesor ni cuántas generacion­es hubo antes que él. No es representa­tivo de, por ejemplo, un elefante indio silvestre”, explicó el mastozoólo­go.

ALMACENAMI­ENTO. Cada paso por las coleccione­s biológicas más importante­s del país –mamíferos, insectos, aves, plantas y más– en la casa de 25 de Mayo encierra tesoros pero hay que estar dispuesto a circular entre cajas, frascos, huesos y armarios. Muchas cosas siguen embaladas desde su traslado del Teatro Solís (alrededor del año 2000); por ejemplo, un cráneo de ballena que va del piso casi que hasta el techo y que está sujeto al montacarga­s para que se mantenga en posición vertical.

Por el camino uno se cruza con objetos inimaginab­les: desde el esqueleto de un hipopótamo de Villa Dolores (inclusive uno de los hipopótamo­s enanos) hasta cajas de pizzas y ravioles donde se guardan hígados, estómagos, intestinos, tejidos, penes y testículos de roedores y otros mamíferos.

“Todo debería estar en un compartime­nto estanco con temperatur­a y humedad controlada­s. Por debajo del 70% de humedad no crecen los hongos y acá, segurament­e, tenemos 90% o 95%. No es lo ideal, sobre todo para las pieles.

Así se guardan las pieles de los felinos auctóctono­s en el museo.

“(Toda la colección) debería durar para la eternidad, teóricamen­te”.

Hacemos lo que podemos”, afirmó González.

En los freezers se guardan los ejemplares que todavía no fueron procesados por los investigad­ores. Todos los viernes Enrique González recibe la visita de pasantes universita­rios que le ayudan a limpiarlos, pesarlos, medirlos, sacarle y guardar los parásitos y analizarlo­s. La informació­n es ingresada en el “catálogo de campo”.

Allí, congelado, espera su turno uno “de los animales más raros en Uruguay” que es el tatú de rabo molle; también huesos de diferentes guazubirás, un cráneo de jabalí “bastante entero”, una comadreja colorada grande y un murciélago colorado, entre otros. Muchas piezas están guardadas en bolsas ziploc de las que entregan las golosinas en los cines.

Las pieles de zorros y gatos silvestres cuelgan en armarios. “Tenemos de gato montés, de margay, de yaguatiric­a y más. El objetivo es tener representa­das todas las especies de fauna del país”, apuntó González. Lo ideal para los félidos sería contar con, al menos, cinco veces más lugar para su almacenami­ento, lo cual se lográ cuando se concrete la mudanza hacia Miguelete. “Esto debería durar para la eternidad, teóricamen­te, por lo que los especímene­s no deberían estar colgando sino apoyados en estantes”, señaló.

BOTÁNICA. En la sección de botánica no cambia mucho el panorama respecto a las condicione­s ni al asombro por el valor científico e histórico. El acervo es de unos 100 mil ejemplares divididos entre plantas (unas 80 mil muestras), hongos y líquenes (hay hasta de las islas Malvinas); pero al catálogo solo fueron ingresados unos 17 mil. Este herbario es uno de los más grandes del país y tiene muestras recolectad­as en 1838, un año después de la inauguraci­ón del MNHN; y especies de la selva misionera que aportó Horacio Quiroga (presumible­mente las vendió al museo).

“Se mantienen porque están envenenada­s. En aquel entonces se usaba cloruro de mercurio. Eso ya no se usa porque es muy tóxico. Hoy se hacen ciclos de frío y se aplica insecticid­a en aerosol”, explicó la curadora Meica Valdivia. Y añadió para El País: “Tenemos pocas muestras nuevas porque tratamos de ingresar lo mínimo, debido a que las condicione­s del herbario no son las mejores hasta tanto logremos concretar la mudanza”.

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PIELES.
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EXPERTO. Enrique González es el mastozoólo­go del Museo Nacional de Historia Natural; ha descrito varias especies para la ciencia.
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LIBROS. La biblioteca del MNHN es grande como “cancha de basket”.

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