Uruguay, una excepción regional
El genial escritor y pensador peruano Mario Vargas Llosa ofreció anoche una charla en Montevideo. Ante un auditorio repleto, y mostrando que ni los años ni el Covid han limado en nada su agudeza, Vargas Llosa profundizó en lo que ha sido su planteo más reciente: en medio de un panorama regional deprimente en materia política, Uruguay se ha vuelto una excepción positiva y optimista. Alcanza atender a algunos datos.
El primero, el local. Uruguay, tras 15 años de gestión del Frente Amplio, decidió un cambio de rumbo, y colocó en la presidencia a un dirigente relativamente joven, con una mirada moderna de las ideas liberales. En apenas dos años de gestión, logró enderezar una economía que se veía desfalleciente, y que tras mucho tiempo de estancamiento, va rumbo a “encajar” dos años de crecimiento vigoroso. Ordenó las cuentas fiscales, logrando mantener el grado inversor cuando las principales calificadoras ya veían un panorama muy oscuro para el país. También mejoró en casi todos los índices de violencia, pobreza, empleo.
Y esto lo consiguió pese a haber padecido una pandemia sanitaria, que le estalló en las manos apenas 15 días después de asumir el gobierno. Un proceso que el país transitó sin cuarentenas forzosas, sin voluntarismos, y apelando a la libertad responsable de una sociedad que estuvo a la altura del desafío. Apostando a la ciencia y al conocimiento, pero sin renegar un ápice la responsabilidad de un gobernante.
Las encuestas de opinión muestran que la sociedad uruguaya está contenta con el cambio y con el rumbo político actual, por más que algunos griten y renieguen.
Pero si algo nos obliga a valorar todavía más la situación actual del Uruguay, es mirar a nuestro alrededor.
Brasil y México, las dos grandes potencias regionales, están atravesando momentos trágicos para su política. En México, un presidente mesiánico, populista, con ideas que mezclan peligrosamente el socialismo con un indigenismo trasnochado, está llevando a su país por un camino destinado al fracaso. En Brasil, con Jair Bolsonaro en la presidencia, si bien el enfoque ideológico parece opuesto, hay muchos puntos en común. Desde su rechazo al conocimiento científico a la hora de enfrentar la pandemia, pasando por su odio a la prensa y los medios de comunicación, y terminando con un afán de poder que va mucho más allá de una genuina preocupación por el destino de sus pueblos.
En Brasil, para peor, con un agravante. La posibilidad de regreso al poder este año de Lula da Silva, un líder funesto para su país, pero sobre todo para la región. Mientras fue presidente, Lula se alió con algunos sectores empresariales de su país, para desarrollar una red de clientelismo y corrupción que se extendió por todo el continente. Algo que sus “fans” uruguayos, usuales estandartes de la moralidad pública, han intentando esconder bajo la alfombra.
Qué decir de Argentina y Chile, dos países con una influencia cultural y política bastante más allá de sus fronteras, y que hoy viven panoramas políticos desesperantes. Argentina, consolidando cada día que pasa un desbarranque institucional y económico que no parece tener fondo. Y Chile, que supo ser un faro de pragmatismo y modernidad política, con un gobierno infantil que se desacredita a velocidad de vértigo ante la sociedad, y una Asamblea Constituyente que tiene tintes de realismo mágico.
Uruguay parece una isla de estabilidad democrática, crecimiento económico, y paz social. Eso más allá de los fuegos de artificio de una oposición que no se resigna a aceptar el lugar que las urnas le otorgaron para estos 5 años.
A esto hay que sumar lo que pasa en Perú, con un gobierno que no pasa una semana sin regalar titulares de catástrofe. O Bolivia, donde la puja entre Evo Morales y el presidente de su propio partido divide a la sociedad de manera tan cruenta, que esta semana murieron 4 personas al estallar una granada en... ¡una asamblea estudiantil!
Venezuela, Nicaragua, Cuba... los desastres ya conocidos. Colombia, que juega peligrosamente al filo de seguir el mismo camino si llega a imponerse Gustavo Petro en las elecciones de este mes. Ecuador, con un presidente con las mejores ideas e intenciones, pero que enfrenta una ola de violencia sin precedentes. Como se ve, la cosa no permite ilusionarse mucho a corto plazo.
Mientras tanto, Uruguay parece una isla de estabilidad democrática, crecimiento económico, y paz social. Eso más allá de los fuegos de artificio de una oposición que no se resigna a aceptar las reglas democráticas, y el lugar que las urnas le otorgaron para estos 5 años. Por suerte, la sociedad uruguaya con su proverbial madurez, tanto en el reciente referéndum, como en cada encuesta, muestra que valora lo logrado, y entiende el rumbo que hay que seguir.