El Pais (Uruguay)

El grito rebelde y crudo de los Rolling Stones ante el exilio

- RODRIGO GUERRA

Los Stones ya no tienen casa, pero igual tienen aguante. Nos tiren con lo que nos tiren, estamos en condicione­s de esquivar, improvisar y superarnos”. Así definía Keith Richards al nacimiento de Exile On

Main Street, el disco doble que hoy cumple medio siglo, pero que se mantiene tan vivo y rebelde como en 1972. Esa colección de 18 canciones, que al principio vendió poco y tuvo una tibia recepción de la crítica, fue creciendo con los años hasta consagrars­e como uno de los más celebrados de la historia del rock.

Sin embargo, su historia tiene tantos claroscuro­s como esas fotografía­s en blanco y negro de los fenómenos de circo que ilustran su portada. Ya se habían convertido en la banda más grande del mundo —la seguidilla de clásicos desde Between The Buttons, de 1967, a Sticky Fingers, de 1971, lo demostraba—, pero debieron atravesar unas cuantas tempestade­s. La redada antidrogas que llevó a Mick Jagger y a Keith Richards a pasar una noche de 1967 en prisión; la expulsión y posterior muerte de Brian Jones, uno de sus miembros fundadores, en 1969; y, unos meses más tarde, el asesinato de uno de sus seguidores en el Festival de Altamont.

Por si fuese poco, los problemas económicos casi los arruinan. Después de haber publicado Sticky Fingers, que los llevó al número uno, descubrier­on que su manager, Allen Klein, se había quedado con los derechos de todas sus grabacione­s hasta 1970 y los había dejado al borde de la bancarrota. Le debían más de 100 mil libras de impuestos vencidos al oneroso fisco inglés y no podían esperar a tener nuevos ingresos para ponerse al día. “Nos obligaron a marcharnos por asuntos de impuestos”, recordó Richards en el libro According to The

Rolling Stones. “En Inglaterra nos estaban esquilmand­o y, de repente, sentimos todo el peso del imperio sobre nuestras espaldas. Así que la única salida era salir de ahí y organizars­e una nueva vida en otro lugar”.

El destino fue Francia, un país con una legislació­n impositiva mucho más flexible y con paisajes prometedor­es. “¿Qué podía tener de difícil grabar un disco en la Riviera francesa? Podíamos estar tirados en la playa todo el día. Dios mío, ¿quién podría pedir más?”, recordó en una entrevista con la revista Rolling Stone.

Se repartiero­n en varias mansiones —el introverti­do baterista Charlie Watts, por supuesto, se fue con su esposa a Vaucluse, a tres horas de distancia del resto—, el bajista Bill Wyman prefirió las montañas y Mick Jagger le compró una casa al tío del príncipe de Mónaco. Richards, por su parte, se fue a Nellcôte, una mansión de 16 cuartos construida durante la Belle Époque francesa.

“Queríamos grabar en Cannes, Montecarlo o Marsella, pero los estudios estaban llenos de gente grabando jingles. Así que terminamos haciendo la mayor parte del disco en el sótano de mi casa. Yo vivía en la parte de arriba de la fábrica. ¡Y qué fábrica era esa!”, recordó.

Y fue en ese sótano oscuro y polvorient­o —que dependía de un ventilador­cito

La mayor parte del disco se grabó en Francia, mientras el grupo estaba al borde de la bancarrota.

para poder respirar adecuadame­nte— que nacieron algunas de las canciones más rebeldes de la discografí­a Stone. El gruñido de Jagger al inicio de “Rocks Off” deja las cosas claras: la mayor parte del disco doble está constituid­o por temas tan sucios y crudos como el ambiente que se vivía en aquella finca. Es, sobre todo, un álbum que no envejece.

Exile On Main Street es la síntesis perfecta de las largas lecciones de blues (“Shake Your Hips” y ”Stop Breaking Down”), country (“Sweet Virginia”), R&B (“Shine a Light” y “I Just Want To See His Face”) y el mejor rock clásico (“Casino Boogie” y “Tumbling Dice”), que tomaron durante sus inicios, cuando repasaban sin descanso los viejos discos de Muddy Waters, Otis Redding, Robert Johnson, Chuck Berry y otros maestros. Si a eso se le agrega la personalid­ad que habían consolidad­o en

Beggars Banquet, el combo se vuelve imbatible. Los Stones nunca habían sonado tan libres en un disco.

Por supuesto, las noches de excesos —Richards, por ejemplo, ya era adicto a la heroína—, los días de derroche, las malas influencia­s y el dolor por el viaje forzado a Francia —“la verdad es que no estábamos muy bien; se sentía realmente el exilio”, admitió el guitarrist­a— tiñó las letras del álbum. Exile On Main Street es una especie de bitácora de un grupo golpeado pero que aún resiste. “Pateame como me pateaste antes, / Que ya ni puedo sentir dolor”, escupe Jagger en el estribillo de “Rocks Off”.

Y si bien en el resto del álbum hay unas cuantas referencia­s a su situación de aquel entonces —“Todos van a necesitar un ventilador, / Cuando estén atrapados, rodeados y sin ninguna oportunida­d”, aseguran en “Ventilator Blues”—, entre tanta penumbra destaca la luminosa “Shine a Light”. Sobre un ropaje de elementos góspel, Jagger ofrece una de las mejores interpreta­ciones de su carrera con una letra redentora. “Dejá que el Señor te ilumine, / Hacé de cada canción que cantes, tu canción favorita”.

Años después, Jagger dijo: “Es curioso que a todo el mundo le guste

Exile On.. No tiene ningún éxito, salvo ‘Tumbling Dice’. Pero si a la gente le gusta, por mí ya está bien. A mí no me parece un gran disco”.

Más allá de su visión, el valor de este álbum editado hace 50 años está en revelar el lado más crudo y real de una de las bandas esenciales del rock. Y todo a base de un impulso libre y grandes canciones.*

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RUTINA. Una mañana de composició­n desde el lugar donde el grupo se exilió.
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ROCKSTARS. Keith Richards y Mick Taylor en la finca donde grabaron el disco.

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