El Pais (Uruguay)

Lo que el ciclón Yakecan dejó

Más de 200 intervenci­ones de bomberos, decenas de miles sin luz y una casa destruida

- TOMER URWICZ

El ciclón subropical Yakecan, “sonido del cielo” en guaraní, afectó a Uruguay hasta la tardecita de ayer. Luego siguió su trayectori­a hacia el noreste, a la altura de Brasil, y fue adentrándo­se en el océano Atlántico. A su paso dejó a decenas de miles sin luz —al menos por un rato—, 204 intervenci­ones de los bomberos asociadas al temporal, el tramo de una ruta tapado por la arena, videos que se viralizaro­n en las redes sociales sobre la espuma subiendo por las ramblas del este o personas que necesitaro­n de la ayuda de otro para cruzar las calles que mueren en la plaza Independen­cia.

Lo peor —si es que vale ese término cuando la afectación siempre depende de a quién se le pregunte— ocurrió a primeras horas de la tarde. A las 14:02 horas sonó el teléfono móvil de Néstor Santayana, director de Meteorolog­ía y Clima del Inumet. Un mensaje decía que la estación meteorológ­ica de Rocha reportó ráfagas de vientos de hasta 98 kilómetros en la hora (la misma que sobre el mediodía había informado la central de Punta del Este). Pero en la costa rochense se superaron en ese momento los 100 kilómetros en la hora si se tiene en cuenta que el punto de medición está ubicado en la capital departamen­tal (a más de 22 kilómetros tierra adentro).

La velocidad del viento, en los instantes de máxima expresión, llegó a la mitad del registro del ciclón que azotó a Uruguay entre el 23 y 24 de agosto de 2005, aquel que tiró la antena de una radio, dejó diez muertos y varios heridos. Entonces, ¿por qué los meteorólog­os y los medios de comunicaci­ón no escatimaro­n en adjetivos como “atípico”, “extraordin­ario” o “alarmante”?

Puede que haya quienes imaginaron que detrás de esos calificati­vos cabía esperarse una tempestad similar a la que narra la película Granizo —la tercera más vista de la plataforma Netflix—, o puede que haya quienes confundier­an a un ciclón con esos espirales de objetos volando en un cono invertido cual tornado, o un huracán de esos que el servicio meteorológ­ico estadounid­ense les hace seguimient­o segundo a segundo. Y es probable que para cualquiera de ellos la conclusión haya sido: “¿Esto era todo? Si al final fue un vientito…”.

Pero lo atípico del ciclón Yakecan empezó hace una semana. Porque en los monitores del centro de pronóstico­s de Inumet —en el segundo piso por escalera, por eso de que con el temporal hasta el ascensor dejó de funcionar— los meterólogo­s advirtiero­n unos círculos concéntric­os —con forma ovalada más que circunfere­ncias perfectas— que se acercarían a Uruguay. Era la formación de un ciclón extratropi­cal de esos que frecuentan la zona y causan las clásicas tormentas en el invierno. Pero desde Brasil se acercaba otro ciclón que en su base tenía mayor temperatur­a (dado que estaba más cerca de la línea del Ecuador) y que, como terminó ocurriendo, se fusionaría con el primero detectado. Así se daría la génesis de un ciclón subtropica­l (ya no extratropi­cal) que es infrecuent­e y que sería el segundo con impacto en el país en menos de un año.

No solo eso: el ciclón tenía una trayectori­a atípica —de ahí el calificati­vo— que lo llevaría a acercarse a la costa uruguaya porque se iba moviendo hacia el oeste, y luego doblaría hacia el noreste como dibujando una luna menguante. Tan cerca que el centro del ciclón —el punto de la baja presión de esos círculos concéntric­os sobre el que gira el viento en el sentido de las agujas del reloj— estuvo a solo 200 kilómetros de las playas uruguayas.

Los distintos modelos iban confluyend­o el jueves y ya el viernes había más de un 75% de probabilid­ad de ocurrencia. Desde aquel segundo piso del Inumet llamaron al Sistema Nacional de Emergencia­s y narraron lo que esos círculos que titilaban en los monitores les estaban diciendo a los meteorólog­os. “Es la primera vez en la historia del país que se emite una alerta con tanta anticipaci­ón por un ciclón subtropica­l”, admite el meteorólog­o Santayana.

Fue esa anticipaci­ón la que les permitió a las autoridade­s educativas definir la suspensión de clases presencial­es en Maldonado y Rocha, además de recordarle­s a los padres del resto del país que no se computaría­n las inasistenc­ias porque había alertas amarillas y naranjas.

El resultado fue un impacto intangible: en base a las listas de los grupos escolares cargadas al sistema informátic­o, Primaria comprobó que ayer solo asistió a clase el 20% de los alumnos del país. Como consecuenc­ia de ello, otro impacto intangible: varios adultos debieron quedarse en sus casas para cuidar a sus hijos. Y como resultado de las dos anteriores, un impacto visible: las calles estuvieron más vacías que de costumbre.

Bettina, una de las meteorólog­as que hace los pronóstico­s en el segundo piso, lo sabía en tiempo real. En una pantalla de computador­a miraba mapas de colores y el viento dibujado como flechitas que rozaban la costa uruguaya. En otra pantalla contigua chusmeaba las cámaras de Vera TV y cómo la rambla de Piriápolis estaba vacía y la playa desdibujad­a por el oleaje.

Casi en simultáneo a su colega Santayana le llegó otro mensaje al celular: un avión que debía aterrizar dio vueltas en el aire, no se animó a descender y voló en dirección a Brasil. Mientras que Ana, otra de las meteorólog­as, observaba cómo en medio del Atlántico el ciclón causaba descargas eléctricas, pero que en Uruguay se expresaba en lluvias (algo más de 9 milímetros en tres horas en la Cuchilla de Dionisio) y viento… mucho viento.

En Aguas Dulces —ayer con aguas más saladas de lo habitual porque el océano “comió” las dunas— se derrumbó una casa en la primera línea costera. En el balneario Buenos Aires una familia fue evacuada por precaución debido a la precarieda­d de la estructura de su vivienda. A la altura del balneario Santa Mónica la gran cantidad de espuma y arena dificultó el paso por la ruta. Y los bomberos tuvieron 14 intervenci­ones por el levantamie­nto de techos.

En teoría el cableado eléctrico soporta ráfagas mayores a 130 kilómetros en la hora, pero la caída de árboles, de postes y voladura de objetos fue dejando a miles de clientes sin luz: mientras se recuperaba­n las líneas de un lado, se caían en otros. A las nueve de la mañana casi no había clientes afectados. Pero a las 11 eran más de 25.000, luego bajaron a 14.000, subieron a 30.000 en la tarde, bajaron, subieron.

Los bomberos tuvieron que intervenir diez veces en la mañana y 52 en la tarde para cortar árboles. Las enormes ramas a veces solo dificultab­an el paso vehicular, otras veces cayeron sobre algún auto y no hubo que lamentar otro fallecido como el joven de 23 años que el lunes quedó atrapado en su casa sobre la que se cayó una palmera.

Desde el Ministerio de Defensa, se indicó que se realojaron 56 personas en distintos cuarteles del país, y se les ofreció el desayuno y la cena. Más miles que durmieron en refugios del Mides.

Pero como reza el refrán, tras la tormenta viene la calma: el Inumet pronostica que en la tarde de hoy empieza a despejarse y que mañana el cielo casi no tendrá nubes. Eso también sale desde los monitores del segundo piso donde se anticipó la llegada del Yakecan.

En Rocha capital se registró una ráfaga de 98 km/h. En la costa superó los 100.

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