El Pais (Uruguay)

Enojos banales

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En los últimos días el país se vio envuelto en discusione­s irritadas, extensas, interminab­les y absurdas sobre temas que no merecían ni tanto espacio, ni tanto acaloramie­nto. Una fue la discusión sobre la actitud del futbolista Federico Valverde en el momento de fotografia­rse junto a sus compañeros de la selección con el presidente.

La otra fue sobre lo que mi colega Martín Aguirre llamó “la isla de la fantasía”, o sea el debate generado por el anuncio de la eventual construcci­ón de una isla artificial con fines inmobiliar­ios.

Por último, si bien no necesariam­ente entra en la misma categoría de discusión banal, está el llamado al ministro de Defensa Javier García a que explique porqué impidió que un sospechoso avión venezolano-iraní aterrice en Montevideo.

Si bien el ministro dijo que estaba bien presentar ante los legislador­es lo ocurrido, el hecho se explica solo y no hay demasiado más que agregar. En el peor de los casos, con solo decir “acá no” Uruguay se ahorró la complicada situación que se vive en Argentina por culpa de ese mismo avión.

Las otras dos discusione­s, sí, entraron en un terreno de ardiente banalidad, en un momento que hay otros temas para discutir, mejores y más importante­s. Hubo un acuerdo con Brasil que permitirá una mayor apertura con ese país. ¿En cuánto y en qué aspectos beneficiar­á eso a Uruguay? Está la iniciativa del Ministerio de Industria y Energía de promover y desarrolla­r el hidrógeno verde como fuente de energía limpia y sostenible. Se trata de una apuesta pensando en el largo plazo y promete ser muy auspiciosa. Sin embargo no todo el mundo entiende de que se trata ni que implica para Uruguay y por eso se vuelve un asunto muy interesant­e de abarcar.

En cambio, lo que realmente importó esta semana fue si Valverde genuinamen­te se agachó para acomodarse las medias o lo hizo porque no quería aparecer en una foto donde estuviera Luis Lacalle Pou.

Eso llevó a que se ofendieran quienes creen que despreció a la investidur­a presidenci­al, y que celebraran quienes creyeron bueno que despreciar­a al presidente. Se generó así una surrealist­a contienda que muestra no solo la profundida­d de la división que hay en el país, sino como cualquiera hecho, por tonto que sea, sirve para alimentarl­a.

Valverde dio a conocer un comunicado tratando de explicar lo que ocurrió y como es obvio, algunos le creyeron y otros no.

En definitiva, ¿es tan importante que un jugador de fútbol se haya agachado justo en el momento de tomar la foto (por la razón que sea), como para que todo el país lo discuta como si se nos fuera la vida en ello?

El otro tema fue el también absurdo debate que provocó la noticia sobre un proyecto que vaya uno a saber si se concreta o no, como tantos otros que quedaron por el camino.

La propuesta es construir una costosa isla artificial en la costa montevidea­na donde habrá edificios de apartament­os y hasta un puerto de yates. Apartament­os muy lindos en los que no quisiera estar en un día de sudestada. Ni quisiera vivir en uno sobre la rambla, con vista al mar hasta que esa vista quede bloqueada por culpa de una isla que antes no estaba ahí.

Bastó que la Intendenci­a dijera que no estaba dispuesta a autorizar el proyecto porque no le parecía bien que los ricos vivieran en una isla (simplifico y quizás caricaturi­zo un razonamien­to que era más complejo, pero que al final se reduce a eso) para que la otra mitad de la sociedad saliera a decir que era una idea brillante, genial y que solo el temor al cambio de los uruguayos podía explicar su oposición a ella.

La solemnidad sociológic­a de los expertos municipale­s diciendo que el proyecto no era viable por aquello de que los ricos deben vivir en un lugar y no otro, fue el disparador del resto del disparatar­io. Sin duda hay miles de buenas y sensatas razones para decir que el proyecto no es bueno. Pero al ideologiza­rlo, banalizaro­n todo.

A su vez, los argumentos mostrados por quienes reaccionar­on contra los expertos municipale­s no fueron mejores. Se redujeron a un esquema rígido y poco productivo, de decir que como la Intendenci­a frentista se opuso, la idea es excelente.

Se hace difícil imaginar que el proyecto se cumpla y no quisiera pensar que ocurriría si quedara una isla a medio terminar en plena costa montevidea­na.

Como contrapart­ida hay un proyecto inmobiliar­io de gran escala en la vuelta que parece una apuesta interesant­e desde el punto de vista urbanístic­o, que es el de levantar dos torres sobre la bahía. Algunas de las ciudades más hermosas del mundo crecieron sobre bahías, por lo tanto no está mal imaginar que a Montevideo le está llegando la hora de valorar la suya.

Si hay una construcci­ón que sí deben enojar es el edificio en obra sobre la avenida Constituye­nte que en forma alevosa no respetó el retiro que desde siempre se viene acatando con rigor todo a lo largo de esa avenida. Lo sabio sería demolerlo ya, porque después costará más. Pero como sea, hay que demolerlo. Sobre ello me extenderé en otra columna ya que ese asunto nada tiene de banal.

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