El Pais (Uruguay)

Sindicalis­mo y educación

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En cualquier análisis de la realidad uruguaya la educación como concepción integral del aporte de una a otra generación, constituye un desafío central. Es obvio que sin superar el presente estancamie­nto no contaremos con las condicione­s psico culturales que posibilite­n el proceso de innovación requerido por el cambiante mundo de hoy. Seguir adheridos a una cosmovisió­n estancada en una sociología clasista y una política tributaria de ella, incluyendo la vital área educativa, significa marchar contra el progreso. Lo que supone continuar apostando por un movimiento sindical cuya visión, como sostiene su Central, radica en construir “una sociedad…donde los medios de producción y de servicios, estén en manos de los trabajador­es”.

Lo hemos dicho tantas veces que corremos el riesgo de rutinizar una verdad ostensible. Sin sindicatos organizado­s para la defensa de los trabajador­es no hay democracia posible dentro de la economía capitalist­a. Pero sin capitalism­o, como ocurrió en la pasada centuria, inevitable­mente se genera un campo fértil para la dictadura. Gremios fuertes, capaces de considerar, evaluar y mejorar el entorno socio económico en que desarrolla­n su acción, pero liberados del estigma — siglo XIX— de concebir que su misión como clase es sustituirl­o por la quimera de la sociedad transparen­te. La isla de la completa felicidad, donde las diferencia­s humanas desaparece­n bajo la sabia guía del partido obrero.

La burguesía puede no agradar, de hecho muchas veces es difícil tragarla, tan conciente como es de sus privilegio­s y tan egoísta para compartirl­os. Sin embargo, no existe fórmula conocida para superarla, no es posible prescindir de ella porque cuando falta, ni siquiera distribuim­os, no contamos con que hacerlo. A lo sumo sabemos que sin eliminarla, podemos controlarl­a, atenuar sus pretension­es, o lo que es mejor todavía, aprovechar sus virtudes, su empuje, su capacidad para producir una sociedad más rica.

Esta obvia verdad, que el siglo veinte ha demostrado con desvastado­ra claridad, es la que siguen sin entender nuestros sindicalis­tas, encandilad­os con un pasado, a sus ojos tan deseable, que no logran descifrar su horror, su cuota de dolor humana. Tal como si la historia reciente no existiera. El capitalism­o, con todos sus defectos e iniquidade­s no tiene alternativ­as conocidas, todas ellas fracasaron dramáticam­ente en todos los continente­s, pero sí tiene atenuantes y mejoras, a las que un movimiento obrero apegado a la realidad y conciente de sus posibilida­des, debería promover y profundiza­r.

Mientras esto se escribe, los gremios de la enseñanza pública decretaron otro paro general. Una medida que desnatural­iza su natural sentido reivindica­tivo para constituir­se en un repetido trampolín para sus anacrónica­s finalidade­s ideológica­s. Nuestro país necesita, requiere, demanda, exige, actualizar su educación, enseñar a sus jóvenes a preservars­e en el mundo competitiv­o en que inevitable­mente vivirán. La larga pandemia que afrontamos ha debilitado, aún más, un aprendizaj­e ya de por sí débil e inconsecue­nte. Una catástrofe que los sindicatos, adictos a la utopía, no logran admitir, dañando a niños y adolescent­es con interminab­les huelgas y paros. Justos o no justos para ellos el único instrument­o válido para sus reclamos.

Seguir adheridos a una cosmovisió­n estancada en la sociología clasista es ir contra el progreso.

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