El Pais (Uruguay)

La expansión del populismo

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La compleja disyuntiva que enfrentó Colombia este domingo al tener que elegir entre dos candidatos populistas y en la cual ganó Gustavo Petro, reafirma una perniciosa tendencia en América

Latina.

Es otro país que se suma a la lista de, en el peor de los casos, dictaduras lisas y llanas o en el mejor a una versión degradada de lo que es una genuina democracia liberal.

Ya no se trata de golpes militares ni juntas de generales imponiendo sus reglas, ya no son caudillos civiles que con un golpe de estado disuelven el Parlamento y se quedan con la suma de poderes. La democracia está siendo desgastada por estas propuestas que a partir de una elección lícita y con promesas demagógica­s, arman un relato (una “verdad alternativ­a” diría Donald Trump) y así horadan las institucio­nes democrátic­as que definen un Estado de Derecho y garantizan nuestros derechos y libertades.

En Colombia, uno y otro candidato expresaban formas de populismo. Algo parecido sucedió en Chile, con candidatos ubicados en extremos opuestos. Lo

Ministro de Defensa curioso es que una vez asumido como presidente, Gabriel Boric debió darse un baño de inmersión en la realidad que lo volvió más sobrio en su visión política. Pero, según las encuestas, eso daña su popularida­d. Es como si la gente quisiera que se atuviera a su original perfil populista.

Chile aún debe pasar la prueba por la cual plebiscita­rá su nueva Constituci­ón con largas partes de sorprenden­te surrealism­o y demagogia flagrante, que de ser aprobado implicará un retroceso democrátic­o y no el avance que se buscaba en un principio.

También Perú quedó atrapado entre dos opciones populistas. Se podrá argumentar que vistos los resultados, ganó la peor alternativ­a. Aunque de haber triunfado la otra, también estaríamos diciendo que salió la peor.

En Brasil gobierna un presidente con salidas imprevisib­les y no siempre democrátic­as. El mayor atisbo de lucidez estuvo en la designació­n de un ministro de Economía que se maneja con criterios sólidos, casi por fuera del resto de la gestión.

El populismo kirchneris­ta en Argentina cayó en una suerte de telenovela melodramát­ica donde los que hasta ayer se amaban hoy se odian. El objetivo es lograr que la vicepresid­enta zafe de los juicios por corrupción. Lo demás es inoperanci­a reiterada y alarmante incompeten­cia.

Este deterioro comenzó con el populismo dictatoria­l inaugurado por Hugo Chávez en Venezuela y agudizado por Nicolas Maduro su heredero ungido. Lo copia la Nicaragua de Ortega.

Podría decirse que el modelo populista, tanto de derecha como de izquierda (si es que caben tales apelativos, ya que todos se parecen aunque lo nieguen) es un problema exclusivo de América Latina, como si hubiera una maldición continenta­l y cuando se creyó salir del viejo trillo dictatoria­l se terminó cayendo en otro.

Sin embargo, el modelo también se replica en la civilizada Europa (Hungría o Polonia) y si bien no han ganado elecciones todavía, surgen opciones electorale­s de igual tenor en las democracia­s más sólidas del continente. A eso se suma la amenaza rusa en su intento de conquistar Ucrania.

Trump fue la versión norteameri­cana de lo mismo. En estos días, la investigac­ión del Congreso permitió recoger testimonio­s de sus propios colaborado­res en

“Venezuela tiene que entender que en Uruguay cambió el gobierno.”

Javier García

La democracia está siendo desgastada por estas propuestas que a partir de una elección lícita y con promesas demagógica­s, arman un relato y así horadan las institucio­nes democrátic­as.

cuanto a su intención de mantenerse en el poder más allá del resultado electoral, presionand­o a autoridade­s estatales para que cambien los números, cuestionan­do a su vicepresid­ente que no cedió ante sus reclamos para que el Congreso no reconocier­a a Biden como presidente (hubiera sido una flagrante violación de la Constituci­ón) y alentado a sus seguidores a una movilizaci­ón que terminó tomando el Congreso por asalto.

Estas son señales preocupant­es. Ver este fin de semana a Colombia optando por dos candidatos que pese a estar en extremos diferentes se parecían en su grotesco populismo, no fue más que otra muestra de la profunda crisis que vive la democracia tal como la entendemos.

Como ha sucedido siempre, una crisis de la democracia nunca promete nada bueno: es una amenaza a la libertad.

Uruguay tiene recuerdos de aquellos aciagos años en que vivió sin libertad. Se precia de que aún con esa larga interrupci­ón, persiste una tradición libertaria y republican­a que se remonta a los tiempos de Artigas. Ojalá que ello le permita mantenerse firme en sus conviccion­es democrátic­as en tiempos en que el vendaval populista, con su amenaza despótica, sopla fuerte en la región y en el mundo.

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